• Quejarse

Albarracin Ivan - F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio

Aquí puedes leer online Albarracin Ivan - F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Manuel Gris Lorente, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Albarracin Ivan F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio
  • Libro:
    F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio
  • Autor:
  • Editor:
    Manuel Gris Lorente
  • Genre:
  • Año:
    2016
  • Índice:
    3 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 60
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Albarracin Ivan: otros libros del autor


¿Quién escribió F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

F - 1

Lo que os voy a relatar a continuación pasó hace mucho tiempo. Me gustaría habéroslo explicado en su momento pero, debido a una cadena de acontecimientos, me fue completamente imposible. Así que aquí y ahora, trataré de explicároslo con todo lujo de detalles. Lo prometo. Podéis creerme.

A ver... creo que será mejor que empiece por aquel día.

Sí, eso haré.

Aquella mañana, en la que podría decirse que comenzó esta historia, me desperté con una resaca espantosa, de esas en las que lo único que deseas es matar a cualquier cosa que emita un sonido superior al movimiento de un pelo.

Sabía que la cena en casa de Joaquín Sabina podía alargarse, hasta avisé a mi mujer para que cenara y se fuera a dormir sin esperarme, porque tenía que discutir con él y su agente los detalles de la próxima gira en la que iba a tocar con él y con Serrat y, cómo bien sabía, no se puede confiar en un roquero de la vieja escuela. No señor. Es cómo quedar para desayunar con Keith Richards y ser tan imbécil como para pretender llegar a la hora de comer a casa sin haber tenido al menos tres comas etílicos. Simplemente no se puede tener fe en ellos. Así que concretamos fechas y canciones y días de ensayo de aquí al verano, después conversamos sobre nuestras familias y proyectos personales y, después de los carajillos de Magno, llegamos a las copas de whisky, de ahí a algún buen cigarro aliñado y, a partir de la tercera raya, un gran vacío, uno de esos en los que solo recuerdas que te llevaban en coche y pasabas a través de una puerta, cosa que al despertar descubres que fue lo que realmente pasó.

En realidad cuando me empeñé en ser bajista profesional ya sabía a lo que me enfrentaba, más que nada porque lo deseaba con todas mis fuerzas. La culpa la tuvo la película Velvet Goldmine, que me mostró un mundo en el que, con apenas 18 años, supe que o era mío algún día o jamás podría ser realmente feliz. Así que agarré el instrumento que me pareció más fácil de aprender, aunque descubrí al poco tiempo que esa leyenda urbana de que el bajo es para los guitarras fracasados no es más que una mentira de las que te mandan directo al infierno, y ensayé noche y día, sin descanso, tocando sobre canciones de Black Sabbath, Jimi Hendrix o Nirvana, tratando de absorber como una esponja todo cuanto escuchaba de dioses como John Paul Jones, Jason Newsted o Flea, y así, poco a poco, conseguí domesticar a esas 4, y finalmente 5, cuerdas que me dieron, años atrás, todo lo que ahora puedo llamar mío.

Por eso, pensé todavía tumbado en mi cama, no debes quejarte. Levántate, borracho de mierda, que hoy tienes cosas que hacer, continué diciéndome a mí mismo. Les prometiste a los ángeles negros, y muy en especial a Julio, que hoy empezarías a organizarte. Así que, en tono de ultimátum y bastante enfadado conmigo mismo, imbécil, me ordené, levántate.

Tras luchar contra la sabana que, como una anaconda, se empeñaba en asfixiarme, conseguí salir de la cama y, al instante, decidí tomarme un café antes de ducharme. Es algo que hago solo cuando mi cuerpo está tan fuera de lugar, tan hecho polvo, que si no lo hiciese me pasaría más tiempo del necesario enjabonándome recovecos de mi cuerpo, y en especial el ano, tratando de encontrar ese botón que me despertara del todo. Una vez me pilló mi hija mayor, y fue bastante bochornoso, aunque menos mal que ya sabe, tanto ella como la dos más pequeñas, que su padre trabaja en lo que trabaja y que, a veces, parte de este negocio es pasarte el día perdido, sin rumbo, tratando de respirar cuando toca y aguantando unas ojeras de las que harían sonrojar al propio Drácula. Al de verdad, no al maricón de Crepúsculo.

Cuando llegué a la cocina, cogí la taza, la coloqué en su lugar y al instante encendí la cafetera de última generación, la que usaba George Clooney en los anuncios, y decidí sentarme en la mesa de la cocina, donde esperé mirando por la ventana a las nubes, que trataban de llegar hasta mi casa. Lentas, sin prisa, sabiendo que llegarían y, que cuando lo hiciesen, ese gris que las caracterizaba iba a dejar mi césped empapado, lo cual me pareció perfecto porque odio encender el riego automático. Después de que matará a aquel profesor, el que le hacía la vida imposible a mi hija menor, aplastándole la cabeza a golpes con el aspersor que está más cerca de la ducha de la piscina, me da cierto respeto volver a encenderlo por si algún trozo de cráneo o de cerebro, que escapó de la brecha que le hice como si fuera un batido de frambuesa, sale disparado embadurnando de sangre todo cuanto esté a menos de 1 metro de él. Bastante hizo ya ese hijo de puta, metiéndose con ella por el trabajo que yo tenía y por las “pintas”, esa fue la palabra que me dijo la pequeña que uso en plena clase, de presidiario que yo “gastaba”, de nuevo palabras textuales, como para que además me manchara a mí, a cualquiera de mi familia, o a mi piscina con los restos de su mierda de cerebro característico de los que no tienen respeto por los demás.

Mi hija vino llorando a casa ese día, y él también lloró cuando le susurré al oído, después de clavarle en la cocina el cuchillo del pan en plena rótula izquierda, que iba a matarle a golpes.

No es que lo haga muy a menudo, me refiero a lo de matar a todo cuanto haga daño a alguien que me importa o que tiene mi respeto como ser humano, pero siempre ha sido una necesidad que he sabido que tenía dentro. Igual que sé que tengo un corazón y un par de pulmones, las ganas de matar han formado parte de mí desde muy pequeño, casi tanto como memoria tengo. El único problema que me encontré al principio en mi extraña, a ojos del mundo, adicción era, porque ahora ya no lo es, el deshacerme de los cadáveres.

De joven, entre los 16 y los 20 años, fue la época en que estuve más en forma con, a ver si me acuerdo, unos 15 asesinatos más o menos. Empecé a matar a cualquier desconocido que me molestase o se pasase lo suficiente conmigo y los demás como para que su desaparición le diera paz al mundo o, al menos, al trozo de mundo que debía compartir con esa persona. Así, al no estar vinculado a ellos en ningún aspecto en especial, no era para nada uno de los sospechoso principales y podía matarlos en cualquier lugar apartado, pero público para que así hubiese huellas de pisadas y dactilares de prácticamente todo el mundo, y una vez había terminado, los arrastraba hasta obras o callejones oscuros, donde los abandonaba con la seguridad de que a las autoridades les parecería que había sido un robo que se le fue de las manos a un par de yonquis. Cosa que, puesto que sigo aquí, supongo que siempre creyeron. A veces es aterrador pensar en la cantidad de robos, palizas o asesinatos que se dan a cabo en tu ciudad y que, por el motivo que sea, no se encuentra a los culpables y, pese a eso, a nadie le importa una mierda. Es como para comprarse un millón de cerrojos y alarmas de seguridad, como para envidiar a Estados Unidos por tener esa política en cuanto a posesión de armas. Pero a mí nunca me ha preocupado que alguien entre en mi casa o que me atraquen en la calle, para nada, sobre todo porque las pocas veces en que alguien me ha intentado robar lo he apuñalado y degollado y, tras darle un par de patadas de regalo, ha acabado abandonado en plena acera, y en cuanto a que entren en mi casa y me roben, bueno, digamos que vivo en una pequeña mansión de dos plantas a las afueras de la ciudad, con una valla electrificada que puede matar a un elefante si le pongo el voltaje máximo y que mis vecinos, el más tranquilo y amable, tiene en su casa un museo de armas de asalto y de caza que haría sonrojar a Elmer el Gruñón. Por lo que, no, no me preocupa que alguien como yo se tope conmigo.

Pero aquel día, mientras bebía mi café y observaba las nubes, solo pensaba en la víctima que me había tocado en el sorteo de los Ángeles Negros, como nos hacemos llamar los alumnos del aula de escritura en la que me apunté hace un año, más o menos.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio»

Mira libros similares a F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio»

Discusión, reseñas del libro F. Las Promesas Son Algo Que Hay Que Tomar Muy En Serio y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.