César Martín - Pin-ups 40-50’s
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- Libro:Pin-ups 40-50’s
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1994
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Pin-ups 40-50’s: resumen, descripción y anotación
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Título original: NO ME JUDAS SATANAS!!, publicado en Popular1 #253, 1994
César Martín, 1994
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Voy a ser sincero, el No Me judas de este mes, no es más que una excusa para publicar unas cuantas fotos de supermujeres de otra era. Por una vez dejemos las sobredosis de texto a un lado y disfrutemos con la imagen. Dije que no hablaría de pornografía durante una temporada, y por el momento lo estoy cumpliendo. A pesar de lo que puedan pensar algunos, esta vez la cosa no va de porno. No voy a hablaros de chupadas ni de “fist fucking”, sino de algo mucho más inocente: striptease, erotismo… concretamente de las pin-ups que pusieron cachondos a miles de tíos en los años 40 y 50. Este No Me Judas es una prolongación del que escribí sobre Betty Page en septiembre del 92. En aquella época Betty todavía permanecía en paradero desconocido y la sección sirvió para rendirle un homenaje a un espectro del pasado. En 1994 Betty Page ya ha sido localizada, todo el mundo conoce su historia y hasta ha concedido varias entrevistas. Es momento, pues, de hablar de sus compañeras de aquella época, pin-ups legendarias que tuvieron tanta importancia como ella. Si queréis saber cuál es el secreto que esconde la portada del disco “Puta’s Fever” de Mano Negra, qué hay detrás de la película “El escándalo Blaze” de Paul Newman y qué rubia pasó por la cama de Marilyn Monroe, seguid leyendo.
César Martín
NO ME JUDAS SATANAS!! - 253
ePub r1.0
Titivillus 19.03.18
Cuando a principios de los 80 escuchaba declaraciones de los Cramps en las que comentaban la indiferencia que sentían por las actrices porno actuales y la fascinación que les producía todo el mundo de las pin-ups de los 40 y los 50, no podía entenderles. Eran los días en que triunfaban Ginger Lynn y Traci Lords, y para mí cada una de sus películas tenía tanta importancia como un nuevo disco de Mellencamp o Motorhead. Pero fue pasando el tiempo y comprendí qué era lo que les atraía de aquellas mujeres que reinaron en otra época: Betty, Tempest Storm, Lili St. Cyr, Blaze Starr, Lilly Christine, Irish McCalla, Zorita, Candy Barr… descubrí ese halo mágico que las rodeaba a todas ellas, y no tardé en empezar a coleccionar fotos y anécdotas. Hay conexiones directas entre esas inolvidables pin-ups y otros muchos temas que me interesan: Elvis, el Rock’n‘Roll, Russ Meyer, etc. Y el mundo de las “strippers” en sí también es fascinante. Mujeres con el carisma de estrellas de Hollywood que en muchos casos no salieron jamás del circuito underground de night-clubs. Tiene su encanto intentar recopilar sus fotos y localizar esos extraños films en los que danzaban a ritmo de rockabilly. Es como perseguir anécdotas de Robert Johnson, videos piratas de Mother Love Bone, temas inéditos de Bessie Smith… tiene glamour, misterio. Se habla poco de ese mundo, no hay demasiada información, y eso lo hace más atractivo todavía. Como mucho puedes ver un film como “El escándalo Blaze” en el que se toca el asunto de refilón, pero es sólo una película, una entre un millón, tiene ya cinco años, y no sirvió para que nadie se interesase por el tema “El escándalo Blaze” contaba la historia del polémico noviazgo entre la “stripper” Blaze Starr, cuyo papel interpretaba Lolita Davidovich, y el gobernador de Louisiana Earl K. Long, encarnado por Paul Newman. Eso es lo más cerca que han estado las míticas pin-ups (dejando aparte a Betty Page) de llegar al gran público. Su radio de acción se limita al mundo subterráneo de la Serie B, en donde sí que se comercia con mucho material relacionado con ellas, desde videos hasta cartas, libros y revistas.
En nuestros días los antros de striptease han perdido la gracia. Puesto que todo está permitido, ya no hay imaginación. Ni tampoco existen “strippers” que destaquen. Cuando una mujer tiene magnetismo y un buen cuerpo que exhibir, se mete directamente en la publicidad, la moda, el cine convencional o la pornografía. Eso no pasaba en los tiempos de Betty Page. También habían actrices, pero muchas chicas preferían el dinero rápido de los nightclubs y la posibilidad de llegar a ser celebridades millonarias sin necesidad de someterse a la tortura de los rodajes cinematográficos. Un físico atractivo y un show diferente, con números que se saliesen de lo normal, podía conducirlas a Las Vegas. Y fue así como se dio ese fenómeno curioso de encontrar pin-ups con la clase de las grandes damas del cine (Lili St. Cyr no habría desentonado como pareja de Laurence Olivier) o con el poderío sexual de Jayne Mansfield (las tetas de Tempest Storm podían derribar montañas).
Una de las cosas bonitas que tiene este rollo de las pin-ups es que te acerca a una época interesante de la historia de América: de finales de los 40 hasta mediados de los 50. El dominio de la TV, el nacimiento del Rock, la era de las revistas de sexo, con nombres tan divertidos como “Satan-Devilish Entertainment For Men” (un pezón al descubierto era interpretado automáticamente como un signo diabólico), la publicación del primer Playboy y la plaga de películas de terror artesanales.
El striptease no fue un invento de esos años, existía como espectáculo desde hacia tiempo, pero antes de la llegada de esta generación de “strippers”, prácticamente sólo había existido una estrella real del striptease. Se llamaba Gipsy Rose Lee, trabajó en el NYC de los años 30 y su influencia la podemos encontrar de forma directa o indirecta en todas estas mujeres. Aunque no fue hasta finales de los 40 cuando se creó un “star system” alrededor de las pin-ups.
La exquisita Lili St. Cyr fue la primera en destacar. Nacida en Milwaukee, debutó a los 18 años en Londres, haciendo el papel de Juana de Arco desnuda en una obra teatral. De ahí se trasladó a California donde la contrataron en un show erótico con un sueldo de 22 dólares por semana. Lili, que aún utilizaba su nombre real Naarie “Mary” van Scheck, debía enseñar el trasero en cada función. Un trabajo aceptable para ir tirando, pero muy poca cosa para alguien con tanta clase que había fijado su meta en la cima del show-business. No tardó en cambiar de aires y acertó de lleno al ir a parar a un club de San Francisco dirigido por un tal Ivan Fenova. Allí fue donde empezó a crearse el mito de
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