Aldebaran Haydu - Influenciados Por La Luna

I

<< Es una pesadilla >> pensó Guillermo al despertar, la confusión agitó su respiración, las agujas le estorbaron y aquella blanca habitación del hospital, lo miraba como preguntándose: ¿Estás vivo?

Súbitamente se arranca la mascarilla de oxígeno, se quita la sábana entrando el terror a través de sus ojos mientras de su boca sale el pánico.

Aquel grito se escuchó como si fuese parte de los primeros truenos de invierno. Las enfermeras llegaron en su auxilio, pero ya se había desmayado por la impresión. Otra dosis de morfina recorría el torrente sanguíneo de Guillermo. No despertaría; sino que pasaría como los demás días en los que yacía en un profundo sueño; mitad muerto, mitad agonizante.

Ella paseaba por los pasillos del hospital, su figura negra y fantasmal merodeaba incesantemente; dejando su aroma a tristeza e incertidumbre. Su hoz negó cortar el hilo plateado de Guillermo dejándolo ahí respirando, pero siempre inerte. Enamorada de sus latidos y del fluir de su sangre. Lo vigilaba por las noches pero nunca se decidió a llevárselo. “Debes continuar”. Le susurró a su interior, y se marchó para quitar el aliento a los inconscientes en las contiguas habitaciones.

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Despertó definitivamente la primera semana de agosto, su madre le sujetaba la mano observándolo con un ojo triste y el otro lleno de terror. ¿Cómo una madre puede alegrarse de que su hijo sobreviva si le espera el infierno? ¿Cómo explicarle que la vida continúa?

–¿Qué pasó?–

Pregunta Guillermo con voz débil, casi insonora. La respuesta es horrible, sus manos temblaban, en su pecho se abrió un abismo, y su cordura descendió a cero. Las enfermeras escucharon el código azul, y fueron a ayudar a la angustiada madre a controlar a su hijo. Morir sería un placer en vez de vivir siendo víctima de un episodio tan diabólico.

Entonces él empezó a recordar lo que le sucedió.

<< Te odio… tanto que daría la vida por ti. Te amo… tanto que te quiero a tres metros bajo tierra>> Estos pensamientos taladraban su cabeza incrustándosele en el corazón. Caminaba encorvado con la mirada en el suelo, ignorando el mundo a la vez que estaba lleno de sobredosis de Alicia y rencor. Ausente de vida, vestido de gris, roto por dentro, hambriento de afecto.

II

Era más de las cinco de la tarde y el cielo amenazaba con aumentar la oscuridad. Los pasos de Guillermo no tenían rumbo, pero continuaba para escapar de su trágica historia. Lo acompañaba ella siempre tan distante y a la vez tan cercana. Omnipresente en todo; escuchaba su voz en el pitar de las bocinas, en el graznido de los zanates, en la exhalación del viento. Miraba su silueta en las luces de los faroles que se encendían uno a uno y en las sombras de los transeúntes, sentía sus caricias en el frío correr del aire de diciembre. En toda la ciudad josefina, se dibujaban los Alicios recuerdos.

“¡Cuánto envidio a los que creen que del amor al odio hay un solo paso! Al principio era una luz tenue, luego se intensificó hasta cegar mis ojos. ¿Cómo seguir en la oscuridad? Ahí sigue como el tic tac del insomnio. No desaparece, no muere; está en la luna, en las estrellas, en el viento. Se esconde y ríe como una presencia siniestra” Meditó Guillermo mientras transitaba.

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Verde. Amarillo. Rojo, cruza la calle.

Empujones, choques y disculpas en tenues susurros y desde el bullaje le gritan

–Eh… ¡fíjate por donde caminas idiota!

pero aquel insulto lo escucha a lo lejos.

<< Idiota… idiota… IDIOTA… como la última palabra que me dijo>> se repite una y otra vez aquella palabra acrecentando el volumen en su dolorida cabeza, como un tortuoso mantra.

Guillermo pasaba bajo una hilera de árboles, la gente aceleraba su paso esquivando la lluvia de cuitas de zanates amontonados en las copas. Él iba despacio, <> Pensó involuntariamente. Iba mirando tan sólo el ir y venir de sus zapatos. Rojo. Verde. Luego, oscuridad…

Las agujas del reloj ascienden y descienden consumiendo las fechas. Trece meses habían alejado aquel maldito junio. Y ya aprendía a vivir con la mitad de su cuerpo o al menos intentaba acostumbrarse a ello. Pasaba todo el tiempo mirando a través de una ventana, el único panorama que divisaba cambiaba lentamente. A veces las hojas yacían en el suelo, otras las barría el viento. Los rosales tenían menos pétalos y notaba tres piedras más entre la hierba. El musgo se expandía en la banca solitaria en la que de vez en cuando se posaba un diente de león. En esa banca se sentaba la mujer vestida de negro, mirándolo fijamente mientras él desde la ventana del segundo piso la miraba a ella. ¡Vaya! Ahora a pesar de todo, sentía la misma fría presencia que estuvo junto a él en el hospital.

Cerca de una docena de testigos lo vieron cruzar la calle con el semáforo en luz verde, la madre de Guillermo decía que fue una cruel coincidencia, otros que fue una venganza de Guillermo, pero él más bien pensaba que fue un crimen…

No hablaba con nadie más que consigo mismo, y en algunas noches acompañado de una vela, escribía en las amarillentas páginas de un deteriorado cuaderno en el cual se leía algo así:

Enero 09, 2014

Guillermo S.

Escucho decir que mi salud mental ha decaído, que ignoro el mundo, pero ahora es cuando más consciente de él estoy. Tiempo de sobra tengo para analizarlo, entiendo más en mi mutismo que cuando la corriente social me arrastraba hacia su fosa.

Debí morir, hubiese deseado que mi vida quedara resumida en un corazón amarillo sobre el pavimento. Pienso en esa tétrica tarde, casi de noche y concluyo que la sombra del amor es la más oscura de las sombras. Me lleva a los delirios del odio y envenena mis arterias. Quien mata a quema ropa es compasivo, no utiliza la tortura para disfrutar de la agonía de su víctima. No defino esto como un accidente o casualidad. Si hubiese muerto, mi sufrimiento ya habría acabado. Corre por mis venas su veneno ¿Por qué no me dejó morir desangrado? Esto prueba su infinito odio y deseo de causarme una vida tormentosa. ¡Te amo, pero ahora también te odio Alicia! estoy enamorado de la mujer de negro que extiende sus brazos invitándome a refugiarme en su pecho, pero no puedo correr hacia ella. Mis piernas fueron amputadas por culpa de aquella última caminata en la que iba lleno de rabia por tu abandono.