Arturo Luna Briceño - Desaparecidos
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- Libro:Desaparecidos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1993
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Desaparecidos: resumen, descripción y anotación
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Desaparecidos es una crónica de las experiencias de Arturo Luna Briceño en el programa de televisión ¿Quién sabe dónde?, en la que nos cuenta sus peripecias en varios de los casos que investigó. Algunos de los más tristemente célebres son los de Alcàsser, Gloria Martínez Ruiz y Susana Ruiz.
Arturo Luna Briceño
La historia oculta de las niñas de Alcácer, Susana Ruiz y otros trágicos sucesos
ePub r1.0
Titivillus 03.01.17
Título original: Desaparecidos
Arturo Luna Briceño, 1993
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
ARTURO LUNA BRICEÑO nació en Pozoblanco (Córdoba) en 1944. Colaborador de Televisión Española desde 1965 trabajó como guionista en Teleclub en 1969 y en 1974 participó en la creación de los informativos de la Segunda Cadena. Asimismo, fue unos de los fundadores del espacio Informe Semanal y, en diversos períodos, escribió, investigó y dirigió las series documentales Oficios para el recuerdo y Arquitectura popular.
En lo que respecta a la investigación de desaparecidos, ha colaborado en los dos espacios que Televisión Española ha dedicado al tema: la cabinas de «Se compra, se vende, se busca y se cambia» del programa Fantástico, a partir de 1981, y los reportajes de ¿Quién sabe dónde?
Actualmente se encuentra trabajando en el programa Código uno de Televisión Española.
[1] Textual en el original. Pero el nombre correcto de la discoteca es Coolor.
[2] El autor probablemente se refiere a Myolastan.
[3] EDICTO. En el Juzgado de Primera Instancia número 1 de Santa María de Guía, a instancia de doña Fátima Quintana Guerra, se sigue expediente número 205/97 para la declaración legal de ausencia de don Celestino Pérez Díaz, nacido en Gáldar, Gran Canaria, el día 6 de abril de 1962, habiendo contraído matrimonio el 19 de septiembre de 1987 y que desapareció el día 13 de febrero de 1990 durante el trayecto marítimo que efectuaba el ferry «Ciudad de la Laguna» desde Puerto del Rosario hacia Las Palmas de Gran Canaria, sin que desde la citada fecha se haya vuelto a saber ni tener noticias de él.
Lo cual se hace público en cumplimiento del artículo 2.042 de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
En Santa María de Guía, a 13 de octubre de 1997.— El secretario (ilegible).
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1997/11/17/115.html
(Nota por Nozick).
B ajando las cuestas de Buñol, dónde se comienza a ver la inmensa llanura de los naranjales entre las nubes de polvo de la cementera, pensaba en el modo de ir hasta Alcácer. Nunca antes había oído hablar de este pueblo. Ubicado entre Silla y Picassent, pertenecía, como ellos, a la Huerta Sur. Picassent si lo conocía, porque el presidente del Tribunal de las Aguas, al que dedicamos un programa de Oficios para el recuerdo, era de esa localidad.
No sabía qué camino tomar, si bajar a Chiva y desde allí marchar a Turís y después a Picassent, o por el contrario, como había hecho otras veces, marchar desde Buñol a Llombay y desde allí a Turís. Me decidí por la primera opción, y por una carretera de segundo orden me fui acercando a Alcácer.
En la gasolinera de Turís vi por primera vez un cartel de las niñas de Alcácer. Lo había tirado a multicopista el Ayuntamiento, y en él se apreciaban dos graves errores en cuanto a la técnica de búsqueda de desaparecidos.
Por un lado, se eligieron fotos ampliadas de los carnets del colegio, que por regla general están hechas en fotomatón y en ellas nadie sale favorecido. Esta primera impronta es la que se graba en quien observa el cartel; la imagen nos hace sacar una conclusión y aplicar un carácter y una forma de ser a la persona desaparecida que difícilmente concordará con la realidad. En estas fotos, las niñas parecían mayores de la edad que tenían.
La segunda equivocación que se apreciaba era algo que nunca se debe hacer cuando se busca a una persona a través de un prospecto: se daba un teléfono de contacto el número particular de los padres de las niñas. Evidentemente, la precipitación había sido mala consejera.
A pesar de ser lunes y más de las siete de la tarde, en la puerta del Ayuntamiento, después de tres días de angustiosa espera, se encontraban los compañeros de colegio de Míriam, Desirée y Toñi.
Subí al salón de actos, y allí, sobre una gran mesa, se encontraba en un mapa cuarteado todo el término municipal. Encargado de organizar este mare mágnum y tratando de encauzar la indignación y la impotencia estaba José Manuel Alcayna, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Alcácer y concejal de Festejos y de la Juventud. En sus ojos se notaba que llevaba días sin dormir, pero, a pesar de ello, allí estaba al pie del cañón organizando las partidas de búsqueda y atendiendo a los enviados de prensa, que estábamos llegando de todas partes.
La desaparición se produjo en la noche del viernes 13 de noviembre de 1992. Cuando escuché la noticia el sábado siguiente me imaginé, por la forma en que se dio, que las tres chicas se habían ido de aventura para sentirse libres y divertirse en las discotecas cuando les apeteciera. Sin querer, se me vinieron a la mente los recientes sucesos de Valladolid: la violación y muerte de una niña y una joven y, sobre todo, la fuga que dos chicas habían realizado dos semanas antes desde su pueblo vallisoletano hasta Madrid para conocer a sus príncipes azules del 903.
Fue un error por mi parte. Hoy, con la experiencia que he adquirido en la investigación, he aprendido que ningún caso se parece en nada a otro. Que las estadísticas policiales no sirven absolutamente para nada. Que en cualquier momento un asesino puede superar a otro. O que lo que parecía un secuestro o un rapto puede ser una fuga en busca de aventura. Con los desaparecidos nada es lo que parece, y aventurarse a seguir una sola hipótesis puede resultar fatal.
¿Qué pasó en Alcácer?
Alcayna, sentado en el filo de la mesa, me decía: «Las tres chiquitas se fueron a ver a Esther, una amiga que estaba enferma, y desde allí salieron con intención de ir a Coolor’s, una discoteca que está a la salida de Picassent y donde se celebraba una fiesta del instituto. Míriam llamó a su madre para pedirle que su padre las llevara a la discoteca. El padre se encontraba algo mal y no pudo acercarlas. Las chicas fueron hasta la gasolinera de Picassent llevadas por un chico de aquí, y desde entonces no supimos nada más de ellas».
El concejal se afanaba en colocar sus papeles sobre el mapa cuarteado del término municipal, a la vez que asignaba un grupo de batida a cada espacio.
«A las once de la noche, y viendo que nada se sabía de ellas, se preguntó a sus amigos y a la gente que estuvo en la fiesta. A la una, estaba la puerta del Ayuntamiento llena de vecinos dispuestos a iniciar la búsqueda».
La gente entraba y salía del salón de actos con una actividad frenética. Abajo, los compañeros de estudios de las chicas desaparecidas, montados sobre sus motos, estaban dispuestos a ir a buscarlas a donde se les enviara.
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