Amelia Noguera - La marca de la luna
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- Libro:La marca de la luna
- Autor:
- Editor:Roca Editorial de Libros
- Genre:
- Año:2014
- Índice:4 / 5
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La marca de la luna: resumen, descripción y anotación
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La marca de la luna
Amelia Noguera
LA MARCA DE LA LUNA
Amelia Noguera
En una aldea de la India, la madre de Lila fallece al traerla al mundo. Su abuela Asha se hace cargo de ella y le evita así su cruel suerte: morir por no ser varón. Pero la vieja Neeja, cegada por el odio ancestral de quienes viven en la oscuridad, la maldice: cualquier hombre al que Lila comience a amar morirá. Asha intenta contrarrestar la maldición de su consuegra: la esperanza vendrá de la mano de un extranjero.
La pequeña, con la marca de la luna en el vientre, crecerá aprendiendo los secretos de la magia hasta que, huyendo de la maldición, emprenderá un periplo que la conducirá a Checoslovaquia. Allí, su destino se verá ligado al de algunos de los protagonistas de la Historia reciente de Europa como fueron los integrantes de la Legación española en Praga, centro neurálgico desde donde se movían los hilos de las diplomacias republicana y rebelde durante la Guerra Civil.
En una insólita combinación de realismo mágico, novela histórica y thriller , esta novela con una trepidante trama encaja con precisión en los acontecimientos históricos del primer tercio del siglo XX .
ACERCA DE LA AUTORA
Amelia Noguera nació en Madrid. Estudió Ingeniería Informática, trabajó como analista, fue directora de revistas técnicas y enseguida orientó su carrera profesional al ámbito de la traducción. Posteriormente comenzó a cursar el Grado de Humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid, donde estudia, entre otras materias, Teoría Literaria, Literatura y Literatura Comparada. Actualmente se dedica a la escritura. En 2012 autopublicó su primera novela en formato digital, Escrita en tu nombre , a la que le siguió La pintora de estrellas , con las que alcanzó el número uno entre los libros más vendidos de sus categorías en Amazon. Otras obras suyas son Prométeme que serás delfín y Oscuridad .
ACERCA DE SUS OBRAS ANTERIORES
«Pronto estarás atrapado en la tela de araña que ha tejido Amalia Noguera y no podrás escapar de ella, no podrás dejar de leer hasta que termine la historia. Y cuando esta haya acabado te quedarás con ganas de más, con ganas de seguir leyendo algo con tanto sentimiento, con tanta magia.»
L EYENDOY L EYENDO.BLOGSPOT.COM
«La propia trampa está en Oscuridad, que bajo el ropaje de una novela nos hace reflexionar sobre nuestra realidad actual, esa en la que en aras de la “supervivencia” nos lleva por miedo a hacer más ricos y poderosos a los de siempre.»
E L B ÚHO E NTRE L IBROS.BLOGSPOT.COM
Índice
A Elena y David; a David y Elena.
Esta novela trata sobre la igualdad de los seres:
hombres y mujeres, orientales y occidentales,
creyentes y ateos, católicos e hindúes, pobres
y ricos, ignorantes y sabios. Brujas y ángeles.
También trata sobre su única diferencia.
«El espíritu del ser humano tiene dos moradas, este mundo
y el del más allá. También existe una tercera: la región de
los que duermen y de los que sueñan. Al descansar en esta,
que es la frontera entre las otras dos, el espíritu del hombre
puede contemplar su ser aquí y en el otro mundo lejano
y, deambulando por allí, observar detrás de los dolores
y las penas y ver las alegrías del más allá.
Hasta encontrar su esencia.»
Upanishad
La India (c. 1920)
La maldición
N ací una noche en la que los búhos se quedaron ciegos dentro de sus nidos. En cuanto abrí los ojos, de caramelo y jengibre, mi madre cerró para siempre los suyos negros. Yo tampoco había sido concebida varón y el designio de Siva tenía que ser que no viera jamás un anochecer rojizo desvanecerse sobre las aguas de ningún río sagrado. Nadie en la aldea podía recordar cuándo había dejado de ser pecado matar a las recién nacidas hijas y por qué era ley que lo hiciera su propia madre. Pero la mía ya no podría. Después de cubrir con una tela blanca todas las figuras del altar de la casa, me sacrificaría Neeja que, envuelta en su kurtah de seda verde y plata, se afanaba por enderezar las flores para Aditi, la madre de los dioses, la favorita de nuestro hogar. El shraddha en honor de su difunta nuera empezaría enseguida y la atareada mujer sabía que debía darse prisa.
El polvillo de la ceniza sagrada que el viudo le había esparcido por la frente a su esposa muerta le resbalaba por un lado de la cara y se la veía serena y clara como si la luz alumbradora de los Devas que la esperaban en el otro mundo se trasluciese a través de su carne y de su piel. De la familia, solo mi abuela Asha y sus hijas deseaban que volviese a reencarnarse pronto en alguien muy cercano y casi nadie más rezó para que sucediera. Los hombres y las mujeres mayores oraban ya frente al altar y a los más jóvenes se los había hecho salir para que sus lloros inconscientes no impidieran que su alma partiese con alegría.
—No la matarás. —Asha intentaba lavar las piernas de su hija desangrada mientras se dirigía en voz baja a su consuegra, que la observaba en silencio. Sabía que no debía hablarle así, pero ella casi nunca hacía lo que debía—. No la matarás —repitió en voz más alta, sin mirarla a la cara—. Ha tenido la desgracia de nacer mujer y ha violado la ahimsa segando la vida de su madre al recibir la suya, pero ¿no te parece demasiado hermosa para morir ahora? El alma de mi amada Barathi aún no ha alcanzado la paz, está aquí todavía; y ya ha expiado su culpa, deja que sepa que su pequeña vivirá. Tal vez ahora sean la misma. Déjala vivir. —Asha levantó por fin los ojos del cuerpo exánime y los clavó en Neeja. Podía verla por dentro: negra y añeja como el principio de los tiempos. Sintió con ella su estremecimiento—. Yo la cuidaré y no te verás obligada a alimentarla. Casi toda mi familia murió ya, bien lo sabes, y mis otras hijas han sido recibidas en sus nuevos hogares, junto a sus esposos, pero todas viven lejos. Estoy sola. Y eso no es bueno. El mundo entero es una familia. Debes cuidar de mí. Pero si permites que la niña se quede conmigo, me mantendré como hasta ahora. Puedo hacerlo. Ella no será una carga para ti, no tendrás que pagar su dote. Tu hijo se volverá a casar y tu nueva nuera te regalará un heredero varón, sano y devoto. Sabes que no miento. Lo dicen los astros.
Neeja no contestó; también sabía que podía disponer de mi vida. Bastaría con hacerme tragar una cucharada de tabaco y mi cuerpo físico se apagaría pronto y mi alma podría reencarnarse en alguien más querido. No sería la primera vez. Si se daba prisa, la comadrona que había asistido al parto aseguraría incluso que había nacido sin aliento. Y el resto de las mujeres que habían tenido hijos varones como ella, las más respetadas en la aldea, la respaldarían. Yo debía morir, la cuarta hembra ya sin que su sacrílega nuera hubiera traído a la vida ningún varón que pudiera encender el fuego sagrado de su pira y la de su marido y permitirles así subir al cielo, un hombre que llevase el apellido de su familia y heredara sus valiosísimas posesiones: los dos bueyes, el carro, los dos acres de terreno donde se alzaba la casa cuyos muros habían sido construidos pensando en la música que crea el viento y, sobre todo, las herramientas y el taller del cuarto más grande, en el que todas las niñas y las jóvenes de la familia trabajaban puliendo y cortando las piedras preciosas con sus entrenados deditos. Neeja oyó croar a uno de los muchos sapos que las intensas lluvias traídas por el monzón habían obligado a huir a la zona alta del pueblo y se apresuró a enderezar la guirnalda de hojas de bambú colgada sobre la entrada para alejar el mal de ojo.
Pero Asha era una enemiga poderosa si así lo decidía. Neeja la observaba en la penumbra: su consuegra ya se había puesto el velo y el kurtah blancos, como si hubiera intuido antes de entrar allí que tendría que vestirse de luto, y con sus manos insultantemente claras lavaba aún a la única nuera laboriosa que los dioses habían concedido a Neeja. Los espíritus danzaban trazando mantras sobre las paredes desoladas. A su lado, las salamandras se contoneaban a la busca de una mosca. Muchas volaban cerca, pero ninguna lo suficiente. Asha mojaba el paño en el agua consagrada que había traído como inestimable tesoro en una vasija de cerámica azul y lo pasaba con suavidad por la piel de su hija muerta. Barathi no debió haber violado la Ley Universal, la inquebrantable hasta para una bruja de la luna plateada, pero ella lo sabía y, aun así, se puso del lado del amor. Asha le juntó los dos pulgares y se los besó. Sus manos hermosas aún conservaban el sudor del esfuerzo de dar la vida a un nuevo ser mezclado con el sudor del esfuerzo de despedirse de la suya. Neeja abrió bien los ojos para distinguirlas mejor, a la madre y a la hija, mientras la vieja intentaba cubrir el cuerpo desnudo antes de que los otros entraran. Le habría correspondido hacerlo a Neeja, pero no se atrevía, Asha todavía la atemorizaba; ahora cantaba en voz baja al oído derecho de Barathi mientras tomaba con amor sus manos y, con los dedos, trazaba extraños dibujos sobre sus palmas. El pelo le caía suelto tras la espalda en varios mechones, unos blancos y otros oscuros, y las arrugas de su rostro se adentraban en la carne flácida. Sus labios despellejados parecían de papel.
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