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Dan Parry - Objetivo: la Luna

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Dan Parry Objetivo: la Luna
  • Libro:
    Objetivo: la Luna
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2009
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Objetivo: la Luna: resumen, descripción y anotación

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DAN PARRY fue periodista de la BBC y actualmente es jefe de investigación en - photo 1

DAN PARRY fue periodista de la BBC y actualmente es jefe de investigación en Dangerous Films. Se convirtió en un apasionado de la historia de la conquista de la Luna mientras trabajaba en diferentes proyectos para la televisión. Es autor también de D-Day y Blackbeard.

Para mi padre, Steve Parry

1943-2008

Título original: Moonshot

Dan Parry, 2009

Traducción: Narcís Lozano

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.0

16 de julio de 1969 comienza la cuenta atrás y el mundo contiene el aliento - photo 2

16 de julio de 1969: comienza la cuenta atrás y el mundo contiene el aliento… Un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la humanidad…

El día 20 de julio de 1969, más de 600 millones de personas de todo el mundo vieron al primer hombre pisar la superficie de otro planeta. El triunfo de la misión del Apolo 11 fue un importante hito que llegó tras años de planificación y entrenamiento. El contexto de la carrera espacial se reexplica en este libro con todo detalle, incluyendo el papel que tuvo la Guerra Fría y el deseo de Estados Unidos de mostrar su influencia internacional. El libro cuenta también la complicada relación de los tres hombres destinados a hacer historia —Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin E. Aldrin—, así como el momento de tensión cuando, sólo unos minutos antes de que Armstrong y Aldrin alcanzarán la superficie fallaron los aparatos… Éste es pues el apasionante relato de una misión que fácilmente podría haber sido un completo desastre pero que acabó siendo un triunfo estadounidense y de la humanidad.

Dan Parry Objetivo la Luna La historia inédita de la mayor aventura humana - photo 3

Dan Parry

Objetivo: la Luna

La historia inédita de la mayor aventura humana

ePub r1.2

Titivillus 10.07.2019

Prólogo

¿Cómo sería la Luna?

Mientras esta pregunta fascinaba a aquellos que estaban en la Tierra, para Neil Armstrong la Luna sólo desempeñaba un papel secundario. Ésta era la oportunidad de que un hombre lograra algo incomparable. Si tenía éxito, la misión del Apolo 11 demostraría que los humanos, como especie, eran capaces de escapar de su planeta y visitar un lugar en otro mundo, fuera de su hogar. No importaba mucho si la Luna estaba hecha de rocas marrones, de polvo gris o incluso de queso verde. Para Armstrong, lo que realmente importaba era aterrizar a salvo y volver de nuevo a casa, sin defraudar a nadie en el intento de hacer ambas cosas.

De pie en el módulo lunar, la nave espacial tripulada más frágil jamás construida, Armstrong volaba a más de 4800 kilómetros por hora, cinco veces más rápido que un jet de pasajeros. No había plataformas de aterrizaje en la Luna, ni personal de tierra que lo guiase en el descenso; quince mil metros más abajo no había más que una área sin cartografiar plagada de rocas y cráteres y que se creía que era un poco menos peligrosa que otras áreas sin cartografiar. Si quería llegar al objetivo designado, Neil tendría que reducir su velocidad gradualmente hasta paso de marcha y entonces encontrar una área relativamente propicia para posarse antes de quedarse sin combustible. Había poco margen para errores. Aterrizar demasiado de prisa en un paisaje sembrado de rocas podía dañar la nave espacial y dar potencialmente al traste con cualquier esperanza de volver a casa.

De una forma u otra, en los doce minutos siguientes todo habría terminado y todas las penurias, los meses de agónica expectación y las interminables preguntas de la prensa podrían dejarse finalmente de lado. Los periódicos estaban fascinados por los paisajes lunares. Sin embargo, aunque las rocas y los cráteres acaparaban la atención de los medios, para un piloto eran algo que había que evitar. En lo que respectaba a Neil, la misión del Apolo 11 no consistía en recoger cajas de piedras. Explorar la superficie era algo secundario respecto al objetivo principal. Ninguno de los primeros pioneros de la aviación, que tanto habían inspirado a Neil cuando era niño, había considerado que su mayor triunfo fuera dar un paseo al lado de su aeronave. Armstrong, como los Wright, Earhart y Lindbergh antes que él, sabía que no había nada más importante en los vuelos de pruebas que completarlos sin contratiempos.

Junto a Neil se encontraba Buzz Aldrin, y ambos habrían considerado que volaban en horizontal boca abajo si no fuera por que estaban en estado de ingravidez. También iban hacia atrás, con las patas por delante, con el motor como freno para reducir la velocidad. La luz solar bañaba las relucientes superficies blancas de su angosta cabina, pero, aun así, de alguna forma las descuidadas costumbres de las personas daban personalidad al aura de novísima nave espacial. Había notas manuscritas sobre los paneles de instrumentos de color gris apagado, y aquí y allá otros objetos personales estaban asegurados con velcro o sujetos con redes. Después de aprender por sí mismo cómo ir a la Luna, el hombre llevaba con él bolsas de orina, bandejas de comida y garabatos en los márgenes.

Mientras Buzz monitorizaba los instrumentos, Neil miraba a través de la ventanilla triangular frente a él. Al cronometrar su curso sobre el terreno extraterrestre que tenían debajo, descubrió con consternación que el cráter conocido como Maskelyne W había pasado antes de tiempo. Iban tres segundos adelantados y tres segundos equivalían a 4,8 kilómetros, lo que los llevaría más allá del límite de la zona de alunizaje. Descenderían sobre una área que Neil sabía que estaba plagada de rocas, con una nave espacial con paredes tan finas que se podían atravesar con un lápiz. Sabía que tendrían suerte si lograban evitar cualquier daño. Sólo suerte no era suficiente. Tenía la capacidad de anular el ordenador y hacer volar la nave espacial manualmente, pero esto sólo podía hacerse en las fases finales del descenso. Por el momento debía seguir el plan de vuelo.

A 12 000 metros de altura, Armstrong rotó el módulo lunar ciento ochenta grados, de forma que ya no estaban mirando hacia abajo, hacia la Luna, sino hacia arriba, hacia el espacio. Al reposicionar la nave espacial, que operaba con el indicativo Eagle, Neil permitió que el radar de alunizaje tuviera una vista más clara de la superficie. Ahora que estaban listos para aterrizar, necesitaba tanta información fiable como pudiera obtener.

Entonces, la alarma principal amarilla empezó a destellar, sonó un tono en los cascos de Neil y la luz amarilla PROG del ordenador se encendió. Éste ayudaría a diagnosticar el problema y permitiría a Armstrong y a Aldrin decidir qué acción tomar basándose en las lecciones aprendidas durante el entrenamiento.

—Es un 1202 —dijo Neil a Houston, después de echar un vistazo a la pantalla del ordenador.

Era un código que ni él ni Buzz habían visto jamás durante el entrenamiento, así que ahora tenían dos problemas. El ordenador podía estar indicando que había que hacer algo de forma inmediata, pero incapacitados por la incertidumbre no podían hacer más que esperar consejo desde casa.

Los segundos corrían lentamente. Neil estaba preparado para abortar la maniobra en cualquier momento si de repente se hacía obvio que estaban en serios problemas. Como comandante de la misión, su decisión era definitiva y, si la situación lo requería, actuaría, contestara Houston a tiempo o no. Consciente de que la situación podía deteriorarse rápidamente, Armstrong comprobó al instante el rendimiento de los sistemas de la nave. Necesitaba saber urgentemente si la alarma lo obligaba a abortar inmediatamente el vuelo. A falta de información, dieciocho segundos después de pedir ayuda se vio forzado a repetir su pregunta y, por primera vez, se pudo apreciar ansiedad en su voz.

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