© de esta edición, Libros del Asteroide S.L.U.
Publicado por Libros del Asteroide S.L.U.
Composición digital: Newcomlab S.L.L.
Prólogo: En carne viva
A Leila Guerriero no se le escapa nada, ve incluso lo que no se ve. Una mañana, hace varios años, me encontré con ella en un bar a terminar de cerrar un proyecto y en un momento tuve que sentarme de costado, con la espalda contra la pared, para que su mirada de rayos X pasara de largo. Me estaba transparentando. ¿En qué consiste la intensidad de esa mirada? Creo que son muchas cosas, entre ellas: una curiosidad lateral de niña despiadada, una gran capacidad para analizar el comportamiento humano, una observación forense, la habilidad para volverse medio invisible por momentos, una conciencia permanente del tiempo, su ferocidad verbal y su poesía.
También se me aparece la palabra tesón entre sus cualidades. Una palabra que no uso nunca, pero que se le aplica sólo a Leila Guerriero. Algo así como firmeza, decisión y perseverancia. Su carácter sintáctico. En este libro uno la adivina ahí parada insistiendo en la correntada de los días, «como el junco en la cólera del agua». La cita es de César Mermet.
Hay una mitología personal en Teoría de la gravedad. La infancia en una ciudad chica de la llanura pampeana con arroyos donde se pesca y una casa con plantas, la familia, los padres, los hermanos, los abuelos, los hospitales y las pérdidas paulatinas, la euforia sin muebles en la llegada a Buenos Aires, la exploración del anonimato en la multitud, los recitales extenuantes y casi místicos, las parejas, los viajes, el aprendizaje solitario de un oficio como quien adquiere un superpoder.
Sin embargo, no podría decir que el libro es autobiográfico. Por momentos pareciera que lo fuera, que la autora se dejara ver completamente, pero cuando entramos a cada texto ella acaba de salir y nos dejó sobre su escritorio estas fotos ardiendo. Mientras leemos, sus gatos nos miran. No sé bien cómo lo hace. Sus columnas son autorretratos donde ella misma no está. Pero están sus huellas, está su pan humeando recién horneado. Su forma de sacrificarse hacia el lenguaje, de convertirse en letra escrita. ¿Cómo logra ese efecto inquietante? Hace sentir al lector como un intruso con palpitaciones. Nos deja su silla vacía como si pudiéramos ser ella por un instante.
Y lo hace con brevedad. Hay autores a los que no les sienta bien la brevedad. No alcanzan a calentar motores y ya se les acabó la página. Otros, como Leila Guerriero, usan las formas breves para desplegar ahí dentro todas las maniobras necesarias para liquidar emocionalmente al lector. Como si alguien nos contara el fogonazo de una vida espeluznante en un solo viaje de ascensor.
Estas columnas son estructuras verbales, dispositivos de prosa afilada, que tienen algo de poema. Es decir, se refieren a algo, pero a la vez son en sí mismas algo. Son formas hechas con el lenguaje. Tienen la esencialidad del poema, ni una palabra de más. Y exploran la enumeración aleatoria de la lírica, ese aparente desorden que no es otra cosa que el orden personal de la memoria. Son como poemas, pero prosificados. Todo lo contrario a la prosa poética e invertebrada. Esto es todo vértebra, arquitectura lingüística levantada con maestría. (Recomiendo leerlas en voz alta para disfrutar su destreza verbal.) El homenaje a la condensación simbólica de la poesía se hace explícito cuando muchos de estos textos cierran con una cita de algún verso de un poema por el que la autora se siente interpelada, unas pocas líneas que desatan o resumen un tema.
Pareciera que la brevedad no le provoca una limitación sino una liberación, las columnas son como estallidos controlados, una energía que se desata en unos pocos caracteres. Nunca parecen ser un fragmento de algo más largo. Siempre son eso, con su comienzo y el jaque mate del punto final. Y nos deja con la pregunta en el alma. Porque, si hay algo a lo que se anima, es a soportar la incertidumbre, las dudas existenciales. El por qué, el para qué de todo esto, de esta lucha siempre renovada, como dice Whitman. El zumbido eléctrico de la Matrix está a punto de apagarse para revelar qué se ocultaba detrás. Explora sin miedo esa gravedad de bodegón barroco que tiene la experiencia cotidiana, el claroscuro, la gravitación del dolor detrás de la luz. Porque nunca es liviana Guerriero, puede mostrar personajes que intentan serlo, pero ella les pinta bien su larga sombra terrestre. Cada destino se derrama en su peso. Hay una teoría en esa gravedad y, durante todo el libro, está a punto de revelárnosla.
En el centro de estos textos aparece una serie de instrucciones que dejan los pelos de punta. El devenir de una pareja alienada. Una especie de autoayuda invertida: instrucciones para una silenciosa autodestrucción emocional. El relato, como una micronovela a toda velocidad, va describiendo el crecimiento del odio entre dos personas. Un odio que al final no es culpa de nadie, y eso lo hace más espantoso, un ente que se instala y va tomando a la pareja hasta destruirla.
Hay un juego de continuidades y saltos en Teoría de la gravedad. Uno va intuyendo por qué la autora eligió poner juntos determinados textos. Hay combinaciones, contrastes, temas que crecen de una página a otra, y se silencian, y reaparecen. ¿Qué hay en esos saltos, ese espacio en blanco, esa suspensión en el aire? Ahí se juegan muchas cosas del libro, porque somos los lectores quienes entramos por los intersticios entre las columnas y terminamos de ver el gran dibujo en nuestra cabeza. Cada uno a su manera arma la constelación. Le encontramos sentido a las vecindades, los cambios de ritmo, los amagues. La autora a veces oculta, a veces revela. A veces relaciona, a veces fractura. El orden en sí mismo es una historia.
Entonces este libro, ¿es periodismo o es literatura? En el caso de Leila Guerriero no se puede diferenciar un oficio del otro: son lo mismo. ¿Pero es ficción o es no ficción? Es ficción en la medida en que el yo es una construcción y contiene multitudes. Y es no ficción porque muestra con honestidad brutal justamente la construcción de esa primera persona. Ella se desarma y se arma varias veces en estas páginas. Siempre cae de pie después de la acrobacia. Y corre, por las calles de Santiago de Chile, de Buenos Aires. En carne viva.
Acá está la palabra tensada en una búsqueda incesante, la inconformidad, el tiempo asesino y luminoso, la vida entera, el coraje de enfrentar y decir la verdad, la llaga de los vínculos, la fuerza de la escritura. Porque escribir nos salva y nos condena al mismo tiempo. Este no es un libro para olvidarse de uno mismo y flotar en destinos ajenos, sino un libro para caer justo en el centro de nuestra propia existencia.