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Cuando mi hermano y yo éramos niños, mi mamá decía que siempre había querido tener dos hijos. También decía, en tono de broma, que su sueño era que uno de ellos fuera músico y el otro, escritor. Tal vez mi hermano lo tomó en cuenta cuando dio el primer paso y eligió aprender a tocar el saxofón en la primaria. Y, dado que mi mamá solo nos tuvo a nosotros dos, no me quedó más remedio que escribir un libro. Esto es para ti, mamá.
El amor nunca muere de muerte natural. Muere porque no sabemos cómo alimentar su fuente. Muere de ceguera y de errores.
ANAÏS NIN
T odos merecemos tener una gran relación. ¿Ya encontraste la tuya?
Yo sí, aunque no siempre estuve tan seguro. Cuando me enamoré de mi esposa, me enamoré con todo. Primero, en la universidad, la observé durante meses… Ella era la vecina del departamento de arriba. Todo comenzó el día en que se mudó, cuando me ofrecí a ayudar a mi suegro con sus muebles; escuché a través del techo cómo batallaba con ellos. Ella rechazó mi ayuda, me aseguró que tenía todo bajo control. Adelantemos la historia un poco. Ahora estamos ella y yo en el curso de pasantía de Psicología, compartiendo el coche con varios compañeros para capacitarnos fuera del campus. Durante esos trayectos, la invité a fiestas varias veces, pero ella declinó a cada una de mis invitaciones. Para nuestro proyecto final del curso, me las arreglé para que tuviéramos que trabajar juntos. Encontraba pretextos para pedirle ayuda una y otra vez. Ella simplemente era amable conmigo, el vecino torpe de abajo. De hecho, fue esta amabilidad la que la hizo aceptar una cita. Esa noche, en vez de estudiar para los exámenes de la mañana siguiente (de admisión al posgrado), hablamos durante más de seis horas y nos quedamos despiertos hasta las tres de la mañana. Me atrapó. Quedé 100% seguro de que iba a pasar el resto de mi vida con esa increíble mujer.
Entonces la vida empezó a interponerse. Me gradué y me mudé a dos estados de distancia para obtener mi doctorado, mientras ella terminaba su último año de licenciatura. Después de un difícil año separados, le tocó a ella elegir posgrado. Al final decidió ir a la misma escuela que yo. Nos mudamos juntos y todo volvió a la normalidad, pero fue duro. Éramos pobres, nos la pasábamos estresados y cansados, y nuestra relación resentía la tensión. En mi posgrado me la pasaba estudiando la ciencia detrás de las grandes relaciones; era obvio que me pondría a diagnosticar los problemas de la mía. Empecé a preguntarme: ¿Es esta la relación correcta? ¿Estoy enamorado de verdad? ¿Encontré a «la indicada»? ¿Podría encontrar a alguien mejor? ¿Estoy siendo demasiado exigente? ¿Me conformo con muy poco? Era difícil saberlo, pero valía la pena preguntarlo.
Para mí, la respuesta provino de la psicología positiva, con su enfoque en las fortalezas en lugar de las debilidades. Me abrió los ojos ante mi mayor punto ciego: me estaba concentrando en las cosas equivocadas. Si solo buscaba problemas, seguro que los encontraría. Me di cuenta de que el problema era yo. Necesitaba frenar mi mentalidad perfeccionista de todo o nada, y concentrarme en todas las cosas que hacíamos bien como pareja. Había muchas. Si no las había visto es porque no había sabido dónde buscarlas.
Cuando la duda entra sigilosamente y comienza a drenar lo mejor de nosotros, podemos creer que hace falta una revisión a fondo. Sin embargo, las mejores soluciones son a veces las más simples. Para mí, fue un cambio en mi punto de vista. Como dice el informático Alan Kay: «Un cambio de perspectiva vale 80 puntos de coeficiente intelectual». Tras adoptar una nueva forma de ver mi relación, me sentí como un genio. En lugar de creer que un montón de pequeñas discusiones indicaba la ruina inminente, me di cuenta de que en realidad esto era una señal de que dos personas estaban dispuestas a hablar, criticarse mutuamente por sus idioteces y animarse a mejorar. Eso es lo que hacen los mejores amigos, que es lo que éramos entonces y lo que somos ahora.
Antes de comenzar a estudiar las relaciones, estaba seguro de que había resuelto el dilema del amor. Sin embargo, cada artículo que leía hacía que mis ideas anteriores parecieran superficiales, incorrectas y hasta ridículas. He pasado las últimas dos décadas llenando esos huecos. He leído cientos o, mejor dicho, miles de estudios para entender mejor las relaciones. Ahora, tras veinte años de leer, pensar, investigar, enseñar y hablar sobre las relaciones, sé de cierto que todas tienen al menos una característica en común: la duda. A decir verdad, sería muy raro que no nos cuestionáramos sobre algo tan importante. No lo digo solo para justificar mis dudas ni para hacerte sentir mejor. Más bien, los años me han dado una perspectiva única: en nuestras relaciones, nos preocupamos por las cosas incorrectas, dejamos de lado muchas de las señales positivas y somos mucho más estrictos al juzgar de lo que deberíamos.
Si eres como yo era en ese entonces, urge elevar tu coeficiente intelectual de relación, es decir, tus conocimientos sobre encontrar, alimentar, crecer, sostener y dejar ir el amor. Seguramente, mucho de lo que sabes sobre relaciones son cosas que aprendiste de tus padres, familiares, amigos, de experiencias del pasado o incluso de los medios de comunicación. Es probable que ni siquiera te des cuenta de que te mueves con conceptos fijos y ficciones bienintencionadas. No es tu culpa. No eres un científico. No has estudiado ni leído infinitos artículos arbitrados sobre lo que vuelve exitosa a una relación. Obviamente, tienes muchas preguntas.
No nos engañemos. En las relaciones, las preguntas son parte de la experiencia. Las más importantes provienen de tus inseguridades más profundas, las que te generan más ansiedad: ¿hacia dónde va la relación? ¿Tiene futuro? ¿Hay algo mejor allá afuera? ¿Se terminó? ¿Qué sigue? Para responder estas dudas, a menudo recurrimos a Google. De hecho, algunas de las búsquedas más populares de 2017, según Google, fueron cosas como: «¿Cómo puedo saber si mi relación ha terminado?», «¿Cómo es una relación sana?» y «¿Cómo salvo mi relación?». Es evidente. Mucha gente tiene dudas sobre su relación. Estar 100% seguro es 100% imposible.
Hacer las cosas bien
Pero tú quieres hacer las cosas bien. Si hicieras una lista de los aspectos más importantes de tu vida, tu relación estaría en el lugar principal. «La decisión más importante que tomamos es con quién nos casamos —escribió David Brooks en The New York Times —. Sin embargo, no hay cursos para elegir bien a un cónyuge» . Sentirte incapaz de tomar una decisión importante en la vida tan solo aumentará tu incertidumbre a medida que tu relación madure.
¿Te preocupa? Seguro que sí. Hay demasiado en juego. Que levante la mano el que de niño soñaba con crecer y quedarse soltero. Nadie. Y está bien, porque la verdad es que una buena relación puede incluso salvarte la vida. ¿Suena exagerado? A ver si esto te convence: el aislamiento social, la soledad y vivir sin compañía aumentan tus probabilidades de morir. No es ninguna sorpresa que nadie quiera terminar solo.
Los beneficios de las relaciones están bien documentados. Tener una relación sana mejora tu sentido general de bienestar y satisfacción con la vida, las finanzas, la salud mental y, quizá lo más importante, la salud física y la longevidad. Tener una pareja feliz tiene muchas ventajas para tu salud. Algunos vieron las fotos solos, otros las vieron con un desconocido y otros más junto a alguien cercano. Aunque todos miraron exactamente las mismas imágenes, sus experiencias fueron diferentes. Los que estaban con alguien conocido y cercano disfrutaron más de las fotos y pensaron que las escenas parecían más reales.
Tal vez esto te parezca obvio. Claro que cuando estás con tu amigo tienes más de qué hablar sobre una imagen, tal vez haya algo específico que vuelva el suceso más agradable (por ejemplo, si alguien comenta algo divertido, si sonríe o incluso si echa los ojos para atrás). Pero en este estudio las parejas veían las fotos en silencio, sin ningún tipo de comunicación entre ellos. El simple hecho de tener a un ser querido al lado mejoró la experiencia. Ese «cómplice» también puede hacer que los obstáculos se sientan más manejables. Un estudio pidió a algunos paseantes que calcularan la inclinación de una colina. A diferencia de los solitarios, quienes hicieron estimaciones con una persona querida a su lado aseguraron que las colinas parecían menos empinadas, sobre todo si su relación era excelente. Claramente, las buenas relaciones mejoran la forma en que vemos el mundo, hacen la vida más fácil y, a fin de cuentas, mejor.
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