Quiero manifestar mi más profunda gratitud a las personas que han leído y comentado el original entero: el «Lector 3» de Oxford (desvelado como Murray Smith), Jennifer McMahon, Mary McDonough y mis padres, Alan y Betty Freeland. Carolyn Korsmeyer hizo valiosas sugerencias y Kristi Gedeon fue una ayudante de investigación más allá de toda comparación: alegre, ingeniosa, ¡un caballo de carga para los libros pesados! Agradezco a otros su generosa ayuda con el texto o las ilustraciones: Robert Wicks, Nora Laos, Weihong Kronfield, Sheryl Wilhite García, Jeannette Dixon, Eric McIntyre, Lynne Brown, Rose Lange, Anne Jacobson, William Austin, Justin Leiber y Amy Ione. Mi marido, Krist Bender, me proporcionó ayuda técnica y opiniones artísticas. Estoy en deuda con el competente editor de Oxford, Shelley Cox. Mi sincero aprecio para los conejillos de Indias de este texto, mis alumnos de Filosofía 1361: fuisteis más importantes de lo que os imagináis. Y mi agradecimiento por su estimulante influencia a mis amigos del apasionante mundo del arte de Houston. Dedico este libro a mi primer profesor de estética, Herbert Garelick, de la Universidad del Estado de Michigan.
Introducción
Este libro trata de qué es el arte, qué significa y por qué lo valoramos; se ocupa de temas propios del campo denominado en términos generales teoría del arte. Examinaremos aquí muchas teorías del arte diferentes —la teoría ritual, la teoría formalista, la teoría de la imitación, la teoría de la expresión, la teoría cognitiva, la teoría postmoderna—, pero no por orden, una detrás de otra. Sería tan tedioso para mí escribir un libro así como para ustedes leerlo. Una teoría es más que una definición; es un marco que proporciona una explicación ordenada de unos fenómenos observados. Una teoría debe ayudar a que las cosas cobren sentido y no a crear oscuridad utilizando una jerga y un lenguaje árido. Debe unificar y organizar sistemáticamente un conjunto de observaciones partiendo de principios básicos. Pero los «datos» del arte son tan variados que tratar de unificarlos y explicarlos parece una tarea desalentadora. Muchas obras de arte modernas nos desafían a comprender por qué, en cualquier teoría, las consideramos arte. Mi estrategia consistirá aquí en poner de relieve la rica diversidad del arte con el fin de dejar clara la dificultad de presentar teorías adecuadas. Las teorías tienen también consecuencias prácticas que nos guían en nuestras valoraciones (y rechazos), determinando nuestra comprensión e introduciendo nuevas generaciones en nuestra herencia cultural.
Un gran problema en el establecimiento de los datos para este libro es que nuestro término «arte» tal vez ni siquiera sea aplicable a muchas culturas y épocas. Las prácticas artísticas y el papel de los artistas son asombrosamente múltiples y difíciles de aprehender. Hay pueblos tribales antiguos y modernos que no distinguirían el arte del artefacto y del ritual. Los cristianos europeos medievales no hacían «arte» como tal, sino que trataban de emular y alabar la hermosura de Dios. En la estética clásica japonesa, el arte podría incluir cosas inimaginables para los occidentales modernos, como un jardín, una espada, un rollo de caligrafía o la ceremonia del té.
Muchos filósofos desde Platón han propuesto teorías artísticas y estéticas. Examinaremos algunas aquí, entre ellas la del coloso medieval Tomás de Aquino, las de figuras clave de la Ilustración como David Hume e Immanuel Kant, la del famoso iconoclasta Friedrich Nietzsche y las de algunos personajes del siglo XX como John Dewey, Arthur Danto, Michel Foucault y Jean Baudrillard. Por supuesto, hay teóricos que estudian el arte en otros campos: sociología, historia y crítica del arte, antropología, psicología, educación y demás; me referiré asimismo a algunos de estos expertos.
Hay un grupo de personas que centran poderosamente su interés en el arte: los miembros de una asociación a la que pertenezco, la American Society for Aesthetics. En nuestro congreso anual asistimos a conferencias sobre el arte y sus géneros —cine, música, pintura, literatura—; también hacemos cosas más divertidas, como ir a exposiciones y conciertos. He utilizado el programa y los temas de uno de esos congresos, celebrado en 1997 en Sante Fe, Nuevo México, a modo de estrategia organizativa general para los capítulos que siguen. La propia Santa Fe ofrece una especie de microcosmos de las diversas cuestiones e intersecciones artísticas que me propongo considerar aquí. Enclavada en la belleza natural del desierto y las cercanas montañas, la ciudad se jacta de poseer una sorprendente colección de museos, tanto históricos como modernos. Es tan célebre por sus elegantes galerías comerciales de elevados alquileres (y elevados precios) como por los numerosos artesanos que venden sus producciones en el mercado a precios de ganga. La ciudad ilustra la compleja historia de la Norteamérica de hoy, que mezcla una constante afluencia de turistas y de recién llegados de herencia cultural española, enriquecida por los nativos americanos de los pueblos vecinos, con su maravillosa alfarería, sus tejidos, fetiches y figuras de kachinas.
En el enfoque de este estudio de la diversidad del arte quisiera advertir que he elegido una táctica de choque, pues empezaré por el mundo artístico actual, dominado por obras que hablan de sexo o de sacrilegio, hechas con sangre, animales muertos e incluso orina y heces (Capítulo I). Mi objetivo es suavizar un poco el choque enlazando esas obras con tradiciones anteriores para demostrar que el arte no siempre ha versado sobre la belleza del Partenón o de una Venus de Botticelli. Si ustedes superan el primer capítulo, me acompañarán recorriendo hacia atrás la historia del arte (Capítulo II), para pasar a dar la vuelta al mundo en busca de diversas manifestaciones artísticas (Capítulo III). Se expondrán teorías donde resulte apropiado, en respuesta a los datos que obtengamos de las diferentes culturas y épocas.
Quienes trabajamos en el campo de la estética no nos limitamos a intentar definir lo que es el arte. Queremos también explicar por qué se valora, teniendo presente cuánta gente paga por tenerlo y dónde se colecciona y expone, por ejemplo los museos (Capítulo IV). ¿Qué podemos averiguar examinando los lugares donde se exhibe el arte, cómo se exhibe y a qué coste? Los teóricos del arte plantean también cuestiones acerca de los artistas: ¿quiénes son? ¿Qué es lo que hace que sean especiales? ¿Por qué hacen a veces cosas tan raras? Esto nos ha llevado recientemente a un reñido debate sobre si los factores íntimos que atañen a la vida de los artistas, como su género y su orientación sexual, tienen repercusión en su arte (Capítulo V).
Entre los problemas más difíciles con que se enfrenta una teoría artística figuran cuestiones sobre la manera de establecer el significado del arte por medio de la interpretación (Capítulo VI). Consideraremos si una obra de arte tiene significado y cómo los teóricos han tratado de aprehenderlo o explicarlo estudiando, ya los sentimientos e ideas de los artistas, ya su infancia y sus deseos inconscientes, ya su inteligencia (!). Finalmente, por supuesto, deseamos saber también lo que le espera al arte en el siglo XXI . En la era de Internet, el CD-ROM y la World Wide Web (Capítulo VII) podemos hacer visitas «virtuales» a los museos sin la molestia de las multitudes (y sobre todo sin el coste del billete de avión), pero ¿qué nos perdemos cuando lo hacemos? Y ¿qué tipos de arte nuevo fomentan los nuevos medios de comunicación?