EL DIARIO DE BOBE
Santiago, 1990
Necesito volver al trabajo. Pero todavía no puedo. Nocaut.
Hoy viernes, primer aterrizaje seguro después de tres noches espantosas.Ya no soportaba seguir durmiendo en el Chevette, dando vueltas de barrio en barrio hasta que amaneciera. De la primera noche ni me acuerdo. Fui de un lado a otro dejando la confusión en cada esquina como un prófugo. Nadie me perseguía, sólo sentía vergüenza de que me vieran aturdido por el dolor. Si descubría a alguien husmeando hacia el interior de la cabina, arrancaba el motor y volvía a salir con la esperanza de un semáforo en rojo para amortiguar el golpe. Luego estacionaba en el siguiente parquímetro vacío y vuelta a empezar. Por la mañana fui a visitar a mi madre y se alegró sin preguntar de dónde venía. Apenas reparó en mi aspecto crapuloso. Sólo estaba contenta de que desayunáramos juntos otra vez. La segunda noche me dio por espiar la casa. Esperé con las luces apagadas del Chevette a que alguien saliera o llegara, pero no pasó nada. Bajé y estuve paseándome fuera sin decidirme a llamar. Si me hubieran preguntado qué hacía allí agazapado como un loco entre las sombras de los plátanos, no habría sabido qué responder.Tampoco ahora tengo palabras, aunque me sirva de ellas. Pero al menos estoy tranquilo, después de la pelea y de llorar como un idiota al lado de Lara, que me consoló y me ofreció esta pieza donde quedarme.Antes de acostarse, me ayudó a bajar la maleta del auto y dijo: bueno, en esta guerra supongo que ya elegí de qué lado estoy.
Sangre
Lara me había estado llamando a la redacción, pero allí le dijeron que yo estaba enfermo.Antes habló con María Julia y ella le confirmó el rumor de que me había ido. Después nos encontramos por casualidad en el local del español ubicado frente a la plaza. ¿Dónde te habías metido?, me dijo Lara.Yo había pasado a comprar cigarrillos y ella estaba sentada con unos tipos que se reían todo el tiempo. Eran cuatro o cinco, amigos de ella y de María Julia, y uno de los grandulones me reconoció. El cornudo, dijo.Yo también lo reconocí. Era el hermano del que se estaba fornicando a mi mujer. Tomé el cigarrillo que fumaba Lara y lo dejé caer en su vaso de cerveza. A ella le pedí que nos fuéramos y los cuatro o cinco tipos se levantaron también como si la invitación los incluyera. El nuevo cuñado de María Julia se despidió diciendo sabís qué más, me cago en ti y en tu hijo, y yo le reventé la mano abierta en la cara, cogí una botella y antes de que pudiera metérsela en la boca me empujaron, Lara se puso a gritar y el cuñado y sus amigos comenzaron a golpear encima mientras el local se agitaba como un remolino sobre mi cabeza, hasta que los mozos intervinieron apartando a los tipos. Me dolía todo. Afuera, afuera, rugía el español. Lara me levantó del piso y me ayudó a salir mientras los mozos sujetaban a los otros como si estuvieran cebados. Me gritaron algo desde el interior, los insulté de vuelta y Lara se enervó, empujándome hacia el estacionamiento, donde encontramos el Chevette y subimos, ella al volante y yo al lado. Recién entonces me di cuenta de que sangraba en la frente. ¿Quieres que te maten?, me dijo. No respondí, pero sabía que estaba en lo correcto. No hay otra forma de enterrar la miseria sentimental. Lara echó marcha atrás y vio la maleta en el asiento con unas ropas tiradas en el piso, pero no hizo comentarios. Me toqué la frente y los dedos quedaron impregnados y pastosos. Parecía pintura de rouge. Huele, le dije. Lara se mantuvo firme, sin correr la cara. Le mojé los labios: ¿qué mierda te pasa?, protestó.Yo quería morirme, lavarme la sangre del cuerpo. Sácame de aquí, le dije. Ella condujo en silencio. Fuimos a su casa. Acababa de arrendar un departamento no muy lejos de allí, en una callecita oscura y silenciosa cerca del ex Pedagógico. Cuando llegamos me eché en el living y ella fue a la cocina y trajo una botella. Me quebré antes del primer trago y lloré sin asco. Soñé toda la noche pero no recordé nada después.
El miércoles volví a la revista.Todos me miraban como si llevara un plátano en la cara. Conversación con Rocha en la sala de dirección. Le expliqué los motivos de mi ausencia, sin abundar en detalles. Me recomendó que pensara en otra cosa y estuve de acuerdo. Mándame a la calle, le dije, ahí me voy a distraer. Muy bien, dijo. Llamó al Gringo Suárez que editaba Magazine y cuando entró a la oficina le pidió que pensara en mí para el reporteo. El Gringo se asustó: ah, vamos a subirnos las mangas. ¿Y las páginas de libros? ¿Y la sección de cultura? Me importan un carajo, le dije: quiero salir y hablar con gente de la que nadie se acuerde al otro día. Los nuevos héroes. Entre Rocha y el Gringo hubo un intercambio de miradas no sé si burlonas o convencidas, pero quedó establecido que no volvería a ocuparme de asuntos de escritorio. ¿Quieres un fotógrafo?, preguntó el Gringo. No, prefiero arreglármelas solo, le dije. Me levanté contento de la reunión y salí. Cuídate ese chichón, me dijo Rocha.
La guerra
Revisé los anuncios con la idea de encontrar un departamento para arrendar y mudarme cerca de Iván, pero fue patético: terminé rondando la casa como un presidiario que pide clemencia para volver a entrar. No hay peor consejero inmobiliario que la nostalgia.Tengo que desistir de ella, cortarle el suministro. El problema es Iván, que en el fondo soy yo. Si lo dejo, me mato; prueba de que la paternidad es una garantía de la especie. La ruptura me lo recordó, abriendo una corriente de sufrimientos y culpas que sangran por el viejo afán de conservar la biografía. Es lo que me impide desaparecer y salvarme con la excusa de haber sido engañado. Al contrario, necesito mantener abierta la llave en el punto exacto para que el agua corra sin dar motivo para nuevas peleas. Cuidar de Iván. Rescatarlo como a una hoja del torrente. Es lo único que podría aliviar mi falta que, con el tiempo y sin él merecerlo, también será la suya. María Julia no debe siquiera adivinarlo: ante ella es urgente fingir calma, incluso desinterés, tener paciencia y evitar una colisión que sólo le daría motivos para tirar del mantel, con mayor sufrimiento como único resultado. Ella conoce la herida que causó, ahí está el inconveniente. Me di cuenta ayer cuando decidimos juntarnos en un lugar neutral a tomar un café y a ponernos de acuerdo en las condiciones de mi salida. Se veía segura de lo que había hecho, incluso dichosa de haberlo logrado. Las mujeres no tienen alma, dice Mahoma en los diarios de Kafka. Por eso pueden llegar a ser auténticas maldiciones vestidas de monja: hay una edad en que sólo piensan tener hijos, pero luego enloquecen de tedio y buscan un amante. Quizá las rutinas del matrimonio funcionaban mejor antes: te engañaban con vigor hasta saberse vengadas, pero hoy es distinto, no hay resarcimiento que valga y la misión es liquidar al macho aburrido en el sofá. El amor después del amor como una lucha a campo traviesa que luego se continúa con batallas irregulares, colina a colina, con tiros que van y vienen en medio de la noche para recordarte que perdiste la posición. María Julia se resiste a admitirlo: de pronto comenzó a gritar en la mesa mientras yo le explicaba todas estas cosas como si apelara en el mejor de los tonos a una leyenda familiar. No tenía fuerzas para sujetar el rencor y ella se escandalizó. Eres un cavernícola, me dijo: no te acerques a mi casa y menos a Iván, entiendes; yo soy su madre, y haya hecho lo que haya hecho te prohíbo que te acerques a él hasta que no cambies de actitud.Y se levantó irritada, que era justo lo que había que evitar en esa primera negociación, mientras la realidad se doblaba hacia un lado donde inevitablemente mi desamor iba tras ella como un drama sin cuerpo sobre el cual descansar. Fui un idiota; el orgullo me traicionó. María Julia aprovechó el descuido con un perfecto paso al costado, renovando la desesperación que causaba. La vi salir caminando rápido del café, como ofendida, y yo volví a la casa de Lara y me puse a revisar los avisos de arriendo todavía con la discusión ardiendo en las orejas. Sólo ahí me di cuenta de lo que estaba haciendo: quería castigarla con una declaración de desprecio total. Propósito mentiroso. Abandoné la idea de la mudanza por el momento.