Jonaira Campagnuolo - Yo, Sofía Martínez
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- Libro:Yo, Sofía Martínez
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- Año:2016
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Yo, Sofía Martínez: resumen, descripción y anotación
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YO, SOFÍA MARTÍNEZ
Jonaira Campagnuolo
YO, SOFÍA MARTÍNEZ
Primera Edición Febrero de 2016
SC: 1412302859863
© Edición y Diseño Jonaira Campagnuolo
http://desdemicaldero.blogspot.com
jonairacam@gmail.com
@jonaira16
© Portada H. Kramer
http://photoshonki.blogspot.com.ar
© Jonaira Campagnuolo, 2016. Todos los derechos reservados.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la trasmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo del autor.
ÍNDICE
«Tranquila, el mundo está lleno de oportunidades», se repetía una y mil veces Sofía Martínez mientras bajaba las escalinatas de un edificio de piedra gris ubicado en pleno Downtown de Miami.
Se dirigió con premura a la estación del Metro, con la frente en alto. Por tercera vez en esa semana asistía a una entrevista de trabajo de la que salía con promesas falsas y sin ninguna expectativa, como le había sucedido en las anteriores. Sin embargo, estaba segura de que las nubes negras que pretendían ensombrecer sus horizontes pronto se marcharían. Nada lograría ocultar la luz que irradiaban sus esperanzas.
«No te desanimes. No te detendrán», insistió y respiró hondo ajustando con un dedo las gafas de sol al puente de su nariz.
Lo había dejado todo para seguir sus sueños: la seguridad que le ofrecía la casa de sus padres, la estabilidad que le otorgaba un empleo y la calidez de la compañía de sus dos mejores amigas. Todo lo abandonó un mes atrás cuando decidió salir de Jacksonville y enrumbarse a la vibrante Miami, su ciudad preferida, en busca del éxito.
Amaba los sonidos multiculturales que allí resonaban, el aroma a mar, el sol brillante y las formas perfectas, llenas de colores y encanto, que poseía su arquitectura. Ese lugar la inspiraba, despertaba en ella su lado más creativo, por eso lo había elegido para fundar su empresa de diseño de interiores. Una idea que venía desarrollando desde que salió de la universidad un año atrás.
No le importaba lo que le dijera la gente: «Miami está inundada de diseñadores», «sin el apoyo de alguien importante no lo lograrás», «es una de las ciudades más caras del mundo», «para los inmigrantes es más difícil ser independiente»… y otro montón de frases que Sofía había sepultado en las profundidades de los recuerdos pesimistas.
Junto a su familia ella había llegado al país proveniente de Venezuela doce años atrás, cuando solo tenía once. Aunque la seguían tratando como a una extraña, era más el tiempo que llevaba dentro de Estados Unidos que fuera de él, por eso pensaba que ese detalle no sería un obstáculo. Cerró sus oídos a esas advertencias negativas y se mudó a la urbe de sus sueños para intentar ser tan grande como el rascacielos que acababa de visitar. Sabía que se embarcaba en un proyecto desafiante, pero había reunido una buena cantidad de dinero y poseía un manojo de ideas geniales en su cabeza. Con eso pensaba comenzar. No obstante, en la ciudad se encontró con una realidad que no había considerado y que amenazaba con robarle el ánimo.
Al llegar, se instaló en la casa de su hermana mayor, Camila, en una populosa comunidad de raíces dominicanas, mientras encontraba un sitio propio, pero lo cierto es que no hallaba nada que se adaptara a su presupuesto. Alquilar un departamento, por más pequeño que fuera, superaba su límite económico. Igual ocurría con los locales para oficinas, las más baratas no estaban ubicadas en los puntos estratégicos que ella había trazado para hacer crecer a su empresa con mayor facilidad.
Tuvo que dedicar un gran tiempo a evaluar otras posibilidades, a recorrer las calles y avenidas de Miami y a reunirse con asesores para revisar contratos de alquiler. Así se le pasaron cuatro semanas y aún no tenía nada concreto.
Por otro lado, se encontraba la situación de su hermana. Camila vivía con Ronald Rodríguez, su novio, y con su hija de diez años. La mujer aceptó feliz a Sofía y le dio un espacio en su hogar, solicitando únicamente un aporte para los gastos de alimentación; pero la pareja no pasaba por su mejor momento y Sofía veía como su hermana se hundía en la amargura por la difícil situación económica que atravesaba. No podía dejar de tenderle una mano, aunque el gesto le aumentara la angustia, ya que sus ahorros se extinguían poco a poco, alejándola de su sueño.
«Podrías buscar un trabajo», opinó Camila al inicio de esa semana al notar la desesperación de su hermana. A Sofía se le retorcieron las tripas por la rabia al escuchar esa propuesta. Había salido de Jacksonville con la firme promesa de ser una empresaria independiente en el menor tiempo posible, pero las dificultades la desviaban de su camino.
A pesar de los inconvenientes, ella no se amilanó. Se calzó sus zapatos de tacón más altos y salió a la calle en busca de un empleo. No obstante, rápido se percató de que esa tarea era tan difícil como montar una empresa. En Miami la competencia era gigantesca, más aún si contabas con poca experiencia laboral.
Todo parecía confabularse en su contra. Sus amigas la llamaban para insistirle que regresara con sus padres, que estando allá, juntas encontrarían alguna solución a sus metas ambiciosas, pero ella no pensaba rendirse. Sofía Martínez era una guerrera.
Antes de asistir a esa tercera entrevista de trabajo había visitado uno de los bancos más sólidos de la ciudad, de donde salió con un fajo de documentos que explicaban cómo realizar una solicitud de crédito para emprendedores. Una tarea que parecía difícil por la cantidad de requisitos que exigían, pero que en esos momentos se transformaba en el bastón que sostenía sus esperanzas.
Se abrazó a los papeles convencida de que nada la derrotaría, sonrió y atravesó la calle con la vista al frente y dando largas zancadas. Sabía que solo una actitud positiva daría paso a una vida exitosa.
Sin embargo, antes de llegar a la mitad de la vía, los cristales de los edificios aledaños vibraron a causa del agudo bocinazo de un coche y del chirriar de unas llantas sobre el asfalto.
Al igual que el resto de los transeúntes que recorrían la zona esa mañana de noviembre, Sofía se sobresaltó. Quedó petrificada en medio del carril. Observaba asombrada la carrocería de un taxi que había frenado a escasos centímetros de su cuerpo.
—¡Está loca, señorita! —bramó desde el interior del coche, y con un marcado acento caribeño, un sujeto de ascendencia afroamericana que la miraba a través del cristal con una mezcla de espanto y rabia—. ¡¿Qué le pasa?! ¡¿Está enferma?! —Sofía aún se mantenía en shock.
El hombre se bajó del vehículo y caminó hacia ella. Con su gran altura tapó los rayos del sol y la sumió entre las sombras.
—¿Acaso es estúpida?
Aquel calificativo, escupido con desprecio, la hizo reaccionar. Sofía se quitó las gafas de sol, enderezó los hombros y entornó la mirada hasta asumir una pose amenazante.
—Aquí el único estúpido es usted, que no se fija por donde anda.
El hombre resopló con indignación.
—¿Fui yo quien cruzó la calle sin mirar a los lados?
Sofía se acercó un paso al enorme sujeto y afincó las gafas en su pecho.
—Si usted venía atento al camino, ¿por qué no se detuvo al ver a una chica distraída?
El negro la observó sin poder creerse sus palabras, pero al advertir que un fiscal de tránsito se acercaba y le hacía señas para que siguiera su camino, gruñó exasperado y se dio la vuelta para dirigirse hacia su vehículo.
—Mejor ve con tus papis, niña, y deja de complicarle el día a la gente grande —añadió mientras subía al coche.
La rabia se le atoró a Sofía en la garganta. Tenía veintitrés años de edad, un título universitario y una maestría en diseño de interiores realizada en una de las mejores escuelas de Arquitectura del estado. Lo único que le faltaba era más experiencia laboral, pero eso no la calificaba como una niña.
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