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Luna Dueñas Jaut
1.ª edición: marzo, 2017
© 2017 by Luna Dueñas Jaut
© Ediciones B, S. A., 2017
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-677-4
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Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com
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A mis padres, mi hermana y toda mi familia.
Sois lo más importante y un gran apoyo.
Os quiero.
«Recordar es fácil para quien tiene memoria,
olvidar es difícil para quien tiene corazón»
Gabriel García Márquez
Contenido
Capítulo 1
Sofía
Hay mucho humo y no puedo respirar.
Salto de la cama y corro a la habitación de mis padres. Me acerco a mamá y sacudo su pierna, pero no se mueve. Tosiendo y agarrando a Piky, mi pollito de peluche, muy fuerte, voy hacia donde está mi padre dormido. Hago lo mismo que con mamá. Pero tampoco despierta. Asustada, comienzo a llorar mientras avanzo por el pasillo. Quiero llegar a la puerta, salir de la casa, pero no puedo alcanzarla. Grandes llamaradas naranja me lo impiden. Intento acercarme, pero me queman y hace mucho calor. Lloro aún más fuerte llamando a gritos a mis padres. No sé lo que pasa, así que regreso a la habitación y me acurruco con ellos en su cama, en medio de ambos, mientras abrazo a Piky y lloro.
Pero me calma el saber que estoy con papá y mamá. Seguro que, si me quedo quieta como una niña buena, todo el horror de ahí fuera y todo este humo que me impide respirar se irán.
Todo va a ir bien. Porque estoy con ellos…
—¡Sofía! ¡Sofía despierta!
Abro los ojos a duras penas para ver la cara de la madre Clarisa, surcada de arrugas por la edad, mirándome fijamente mientras me sacude con algo de violencia. Siento el corazón en mi pecho latir a toda velocidad y me cuesta mucho respirar. Tengo que avisarle. Tengo que decirle que la casa se está quemando. Comienzo a sollozar y a sacudirme agarrándola de los brazos, pero sin poder pronunciar una sola palabra. Moriremos las dos si no salimos corriendo. La madre Clarisa me ignora y en vez de dejarme ir, presiona mi cuerpo contra la cama inmovilizándome.
—¡Tenemos que salir de aquí! —suplico con un hilillo de voz.
—¡Shh! Sofía, es solo una pesadilla, no es real.
—¡Tenemos que salir! —grito ahora desesperada—. ¡Por favor!
Pero ella sigue creando una presa contra mi cuerpo y, a pesar de mis intentos por zafarme de ella, me resulta imposible moverme. Oigo gritos desgarradores que hace que me duelan los oídos.
Y de pronto, como saliendo de un mal sueño, abro los ojos y comienzo a dejar de dar patadas y manotazos. La madre Clarisa afloja sus brazos en mi cuerpo. Giro la cabeza y observo para ver donde me encuentro. Paredes verdes sin vida, descascarilladas en algunos rincones. La vieja cómoda de madera, el sillón raído que descansa en el rincón al lado de la ventana. Esta incómoda cama, de colchón seguro más viejo que esta monja y también frías sábanas que conocieron tiempos mejores.
Suspiro, aunque no es un alivio salir de mi pesadilla para descubrir que sigo aquí, en el mismo orfanato en el que llevo los últimos cuatro años encerrada. El orfanato San Jorge. La madre Clarisa me mira negando con la cabeza como si hubiese cometido el peor de los crímenes. Sé que está enfadada, lo noto en sus ojos fríos como el acero.
Y sé que de nuevo he vuelto a hacerlo.
—¿Cuántas veces te hemos dicho que tienes que controlar tus terrores nocturnos? Estás asustando a los demás niños.
La miro sin pronunciar palabra con miedo de que me castigue como siempre hace y me encierre en la vieja habitación del ático.
—Lo…lo siento —susurro disculpándome.
—No basta con sentirlo. Tienes ya diez años, Sofía. ¿Por cuánto tiempo más vas a seguir con esto?
—Lo siento —repito mientras me seco débilmente las lágrimas de la cara.
Ella suspira.
—Levántate —me ordena.
Y en cuanto pronuncia esas palabras sé lo que va a pasar.
—¡No, por favor! Me volveré a dormir, no lloraré más, se lo prometo, madre Clarisa.
Ignora mis súplicas.
—He dicho arriba —me ordena nuevamente con frialdad.
Comienzo a sollozar de nuevo mientras me levanto de la cama. Piky cae al suelo y me agacho a recogerlo. Él es el único que me consuela en esa fría y lejana habitación del ático. La madre Clarisa comienza a andar y sale de la habitación con una linterna. La sigo rezagada en cuanto me calzo mis viejas zapatillas de andar por casa. Todo aquí es viejo.
Abrazo a Piky mientras avanzamos por grandes pasillos y escaleras, igual de feos que los de mi cuarto. Estoy a punto de tropezar con mi camisón, que me viene grande, herencia de una de las chicas mayores, pero logro recuperar el equilibrio y seguirla hasta que llegamos a la gran puerta de madera negra astillada. Tengo que controlar mis piernas o me caeré, siempre me tiemblan horriblemente cuando estoy nerviosa. La madre saca un manojo de llaves de su hábito negro y abre la puerta con una de ellas. Me hace pasar al interior. Este cuarto es viejo y frío. No me gusta estar aquí, me da miedo, pero según la madre Clarisa es mi castigo por asustar a los otros niños, y debo pagar por mis errores como buena cristiana.
—Te quedarás aquí lo que queda de la noche y reflexionarás sobre lo que has hecho. —Me lleva hasta la cama y me sienta—. Vendré mañana por la mañana.
Y tras decir esto se marcha y cierra el cuarto de nuevo con llave para que no me escape. Me quedo inmóvil en la oscuridad, muerta de miedo por unos instantes. Abrazo fuerte a mi pollito y, como hago siempre que me traen aquí por mis pesadillas, corro hasta el alféizar de la ventana y me acurruco ahí, observando el mundo exterior.
No tengo amigos aquí. Me siento muy sola. Seguramente, los niños de ahí fuera tendrán montones de amigos y montañas de juguetes.
Y unos papás que los cuidan y los quieren. No unos papás que hayan muerto en un incendio como les pasó a los míos. El recuerdo de esa noche horrible se cuela en mis sueños y me atormenta, y me hace recordar lo que viví aquella noche una y otra vez. Por lo que me han contado, una vecina me encontró y pudieron salvarme la vida. Pero para mis padres fue demasiado tarde. Quiero que paren estos sueños, pero no sé cómo hacerlo. Y mientras los siga teniendo, ninguna familia querrá adoptarme, como me dice la madre Clarisa.
Agarro a Piky y lo siento en mis rodillas, lo miro fijamente y sonrío entre lágrimas. Sus ojillos negros de plástico me miran con amor. Lo sé. Él nunca me ha fallado.
—Algún día, Piky, una familia nos adoptará. Y tendremos muchos amigos y juguetes con los que jugar. Incluso nos aburriremos de ello, ya lo verás —le digo mientras agito sus alas amarillas de peluche.
Lo abrazo contra mi pecho mientras unas lágrimas se escapan de mis ojos y se deslizan por mi cara, al igual que las gotas de lluvia se deslizan por el frío cristal de la ventana.
Capítulo 2
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