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Lola Fortuna - Oirás la música de mi corazón

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Lola Fortuna Oirás la música de mi corazón
  • Libro:
    Oirás la música de mi corazón
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  • Año:
    2013
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Oirás la música de mi corazón: resumen, descripción y anotación

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La música del corazón
Lola Fortuna

La música del corazón
© Lola Fortuna - M. Rincón 2013 Todos los derechos reservados

UNO
MÚSICA DE PRIMAVERA. Ciclo de treinta conciertos. I

Jueves 23 de marzo.
Sonata "Melancólica", v.1 en Mi bemol menor
tempo: lamentevole

Me duele el cuerpo de pensar en él.

Nunca creí que llegaría a valorar tanto la rutina; si alguien me hubiera dicho hace un mes que iba a buscar rutina como agua en el desierto, me habría echado a reír. Ha ocurrido; quiero rutina, construyo rutina desesperadamente, y no tiene ninguna gracia, me duele el cuerpo de tanto pensar en él. Ayer intenté durante todo el día pensar en otra cosa, mantenerme ocupada, seguir meticulosamente los pasos de una rutina ordinaria; limpié mi casa, lavé la ropa, hice la compra y llamé al fontanero para que viniera a arreglar el maldito grifo.

Los fontaneros tienen secretaria, no lo sabía; ayer descubrí que tienen tanto trabajo que necesitan una secretaria para que diga: lo siento, esta semana no va a ser posible. Vamos a ver, estamos a miércoles, espere un momento..., para el jueves de la próxima semana podría pasarse entre las 10 y las 10.30 de la mañana... No, por la tarde no es posible; si quiere que vaya por la tarde va a tener que ser el jueves de la otra semana.

Bien, tengo que coger hora con quince días de antelación para que me saquen los ojos por arreglar un grifo.
Ojalá me sacaran un ojo de verdad, entonces tal vez mi cerebro podría concentrarse en el dolor del ojo perdido y desviaría su atención, por lo menos durante una hora, del punto fijo en el que la ha concentrado durante la última semana.
No sirve la rutina ordinaria, la cocina ha perdido su encanto. Las zanahorias, las espinacas, las manzanas, no pueden distraerme; no consigo dejar de pensar en él. Hace un mes celebraba rituales de especias y espárragos, de champiñones laminados con la paciencia de quien se cree inmortal; la hierbabuena crecía en mi ventana, y mis dedos se alegraban al cortarla. Hoy los tomates no me dicen nada, y sin embargo tengo un miedo atroz de que en cualquier momento me empiecen a hablar... Quien crea que la cebolla mata el erotismo es que no conoce el amor, no conoce la alegría de cocinar ritualmente, no ha sentido el ambiente perfumarse de canela y la sangre fluir caliente como la cayena. Quien no cierra los ojos al oler una fresa no puede saber cómo duelen los huesos cuando él no está.

Hace por lo menos dos horas que miro por la ventana; la gente allí fuera busca clases de yoga, tai-chi, métodos de respiración y de relajación, meditación para encontrarse con su propio yo; ¿por qué lo hacen? Yo sólo querría dejar de sentir durante un rato mi propio yo, o por lo menos, que la sensación perdiera un poco de intensidad. Es mi propio yo la parte de mí que se ha anclado en él, se ha cogido clavando las uñas en lo más profundo de su persona, y ahora no consigue despegarse.

Me he quedado anclada en él.
II

Viernes 24 de marzo.
Sonatina "Siddharta", v.2 en Mi bemol menor tempo: variabile

MI
He buscado el Centro Budista de Madrid en la guía telefónica y tras varios intentos he conseguido hablar con una de las personas que dirigen las meditaciones. Me ha dado una cita para esta tarde. Pienso, pienso, pienso. ¿Sería conveniente ir vestida totalmente de blanco?, no estoy segura de si el budismo interpreta el blanco como pureza; cambio de opinión, naranja intenso, eso es, un jersey naranja intenso y pantalones naranja oscuro.

Decido que el blanco puede delatar mis orígenes católicos, que son sólo orígenes y se quedaron en eso, nunca fui mucho a misa. No quiero que nadie pueda leerme, no quiero que nadie sepa nada de mí; supongo que la asociación blanco-pureza es demasiado católica.

Naranja; en El pequeño Buda los monjes iban de naranja.
Me pongo el jersey azul que me gusta tanto, me miro al espejo, cierro los ojos y acaricio con mi mano derecha mi brazo izquierdo, siento el tacto del jersey y empiezo a llorar.
¡Joder!
Me quito el jersey azul y lo tiro contra la pared, ¿por qué lo tocó?, ¿por qué llevaba yo el jersey azul el día que él tocó mi brazo izquierdo para preguntarme si estaba bien?, ¿y por qué tengo que acordarme de una cosa como esa?, se supone que debería recordar momentos cumbre, mi memoria debería elegir los grandes éxitos; ¿por qué no el primer beso?, la primera vez que nos vimos; hay tantas primeras cosas entre él y yo, ¡tantas!, pero mi memoria se permite la mediocridad de saltar al momento en que acababan de avisarme que guardarían mi currículum en la base de datos, que ya me llamarían; al momento en el que en pocas palabras me decían que la entrevista de trabajo a la que había ido unos días antes no había servido para nada porque el puesto de redactor en la revista ya se lo habían dado de antemano al último ligue de no sé quién en la empresa, ¡qué sé yo!, no me interesó y no me lo creí cuando días antes me lo contó en calidad de rumor mi amiga María. María, mi ángel de la guarda, mi infiltrada en la empresa, el enchufe que no me sirvió de nada porque las entrevistas eran pura fachada, escenario de cartón, un trámite rutinario y vacío. Me llamaron para decirme que el puesto ya estaba cubierto pero que agradecían mi artículo sobre veganismo y vitamina B12, que por cierto publicaron como vegetarianismo y vitamina B12..., la foto de una ensalada de atún acompañaba mi artículo; ¡qué más da! Da igual, habrán pensado ellos. Lo mismo daba un nombre que otro, lo mismo daba mi firma que otra. El artículo se publicó firmado por otra persona, pero en aquel momento yo no lo sabía aún. Yo había colgado y estaba sentada en las escaleras de mi portal. La llamada me dolió porque el trabajo era perfecto para mí, pero en el fondo, y a pesar de mi expresión, no me sentía tan mal. Lo que pasa es que en aquella época, antes de que aprendiera a sentir de verdad, mi cara tenía la costumbre de exagerar sus gestos: ultra contenta, ultra enfadada, ultra triste. Aquella tarde Carlos me encontró en posición de ultra triste, yo estaba ultra triste y no tuve nada que decirle .

DO Aquella tarde los árboles filtraban el viento produciendo sonidos suaves como en un coro de hadas; el viento pasaba a través de las hojas de la misma forma en que viaja por los largos y cortos tubos de un órgano, sólo que de manera más sutil, más imperceptible. Los coches cantaban sus disonancias y mantenían a la ciudad inmersa en su habitual música dodecafónica. La cara de Violetta exageraba sus gestos, y en el séptimo, al igual que en el bar, la tele estaba a punto de mostrar el comienzo de un partido de fútbol. Sentada en el portal, con la mirada perdida en el móvil que tenía en la mano, Violetta escuchaba sólo su caos interior; ignorando el coro de hadas, la música dodecafónica y el partido de fútbol. Sus pensamientos sonaban en un veloce con brio, su cara exagerando la tristeza, los pasos de Carlos moviéndose en dirección al portal y luego al séptimo, a casa de su amigo Daniel, conocido entre los vecinos del edificio como el fantasma.

MI
No era la primera vez que nos veíamos. Aquella vez Carlos iba, como tantas veces, a casa del fantasma a ver el partido de fútbol; a casa de ese a quien él conocía tanto como yo desconocía; a la guarida misteriosa, la de ese vecino que supones que existe porque en su buzón hay movimiento y porque el portero se queja de él. A veces ves entrar chicas que no habías visto nunca, te las encuentras en el portal o en el ascensor; no te dicen nada, pero sabes que van a casa del fantasma, todos los vecinos lo sabemos, y el portero se queja de él por lo de las chicas, y por mucho más; <fúrbol hay que ver cómo dejan el portal sus amigos, y el jaleo que meten..., anda que no tienen cara ni na', vienen aquí pa' ligar con usted, doña Violetta, que se lo digo yo; con usted y con las otras vecinas, que lo sé yo. El del séptimo y todos sus amigos son una panda de impresentables, unos indeseables. ¡Vaya usted a saber lo que hacen allá arriba! Chicas, siempre chicas, ¡cada día una nueva!, no repite jamás. A mí porque no me gusta meterme donde no me llaman, pero si la comunidad me diera permiso, si ustedes lo quisieran, yo podría entrar en casa del gamberro ese, a ver qué encontrábamos, ¿sabe usted lo que encontrábamos, doña Violetta? Se lo digo yo lo que encontrábamos; el frigorífico llenito de trozos de las pobres chicas que suben a ese apartamento, o algo peor, ¡algo peor! ¿Usted las ha visto bajar algún día? Subir, suben, sólo Dios sabe si logran bajar. A mí el del séptimo no me gusta un pelo, pero como don Jacinto dice que no se le puede echar, que él como presidente de la comunidad no puede hacer nada, que no puede prohibirle invitar a su casa a quien quiera; como no se pude hacer nada, y como usted no quiere opinar, pues ¡hala!, aquí está el Manuel para fregar toda la porquería que los amigos dejan en el portal, y para contestar las preguntas de la policía si algún día lo de las chicas se llega a saber; aquí está el Manuel para perseguir al del séptimo cada mes pa' que pague la comunidad; cada mes lo mismo, ¡todos los meses la misma historia! Para eso está el Manuel. >>

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