Cartland Barbara - Musica En El Corazon

Música en el corazón

Barbara Cartland

Música en el corazón (1983)

Título Original: Music from the heart (1982)

Editorial: Andina

Sello / Colección: Barbara Cartland 86

Género: Histórica

Protagonistas: El conde de Lavenham e Ilouka Compton

Argumento:

Como consecuencia de un accidente sufrido por la diligencia en que viaja, Ilouka Compton se ve obligada a aparecer en una función teatral privada para el conde de Lavenham y sus invitados. Este resulta ser el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que llegan a su punto culminante en el palacio de Buckingham, donde las repercusiones de sus actos temerarios amenazan la felicidad de Ilouka.

¿Cómo podría demostrar al hombre amado que no era la aventura que él suponía?

Capítulo 1

Sir James Armstrong leyó la carta que tenía en la mano y, cuando terminó de hacerlo, en su rostro apareció una sonrisa de satisfacción. Miró a su esposa por encima de la mesa del desayuno y dijo:

—Denton viene. Sabía que no resistiría la tentación de participar en una carrera de obstáculos.

Antes que lady Armstrong pudiera responder, su hijastra Muriel lanzó una exclamación de alegría.

—¿Lord Denton acepta venir, papa? —preguntó—. ¡Qué maravilla!

—Imaginaba que la noticia te agradaría —sonrió sir James.

—Estoy emocionada —contestó Muriel—. Dijo que deseaba volver a verme.

Bajó la cabeza, un tanto cohibida; pero cuando la levantó y vio a su hermanastra, cambió la expresión de su rostro.

—No quiero que Ilouka esté aquí —declaró en un tono muy diferente.

Sir James miró consternado a su esposa. En el bello rostro de lady Armstrong apareció una expresión preocupada.

Desde que contrajera segundas nupcias, la inquietaba la aversión que su hijastra mostraba hacia su propia hija, fruto de un primer matrimonio, y lamentaba la atmósfera de tensión que esto provocaba en la casa.

—¡Ilouka tendrá que irse! —insistió Muriel—. No permitiré que arruine mi oportunidad de atraer a lord Denton como lo hizo con Frederick Holder.

—No fue culpa mía —se defendió Ilouka—. Te juro que no lo fue.

Su voz era suave y musical, muy diferente al tono agresivo de su hermanastra.

Una profunda arruga surcaba el entrecejo de sir James cuando dijo con lentitud:

—Sé que mi hermana Agatha se mostrará muy complacida de recibir a Ilouka por unos días.

—Entonces, que se vaya con ella —propuso Muriel de inmediato.

Ilouka abrió los labios como para protestar, pero antes de hacerlo observó la mirada de advertencia que le lanzaba su madre y las palabras murieron en sus labios.

Sabía que le suplicaba que permaneciera en silencio y, cuando salieron del comedor y madre e hija subieron juntas la escalera, ambas sabían lo que la otra pensaba sin necesidad de palabras.

Entraron en el gabinete de lady Armstrong y, una vez cerrada la puerta, Ilouka rogó:

—¡Oh, mamá, por favor! No puedo volver con la señora Armstrong. Sabes lo horrible que fue la última vez. No cesaba de decir cosas desagradables de ti, aunque lo hiciera de una manera sutil.

Lady Armstrong suspiró.

—Me temo que la familia de tu padrastro nunca ha aprobado que se casara con una viuda sin dinero, y menos aún teniendo en cuenta que no puedo darle hijos.

—No me explico cómo pueden ser tan injustos, cuando le has hecho tan feliz. Y si no fuera por Muriel…

—Lo sé, querida —interrumpió lady Armstrong a su hija—; pero tal vez se case con lord Denton y de ese modo se acabarán los problemas. Ilouka, sabes bien que si estás aquí cuando él llegue, arruinarás su posibilidad de conquistarlo.

Madre e hija guardaron silencio; sabían que Ilouka no podía evitar que los hombres se sintieran atraídos hacia ella y era cierto que, cuando estaba presente, Muriel no tenía posibilidad de mantener mucho tiempo la atención de ninguno.

Muriel era una guapa muchacha, de cutis claro y cabellera castaña. Sus grandes ojos, del mismo color que su pelo, podían ser tiernos y suaves cuando así lo deseaba, pero duros como el acero si algo la molestaba.

Le parecía injusto que su padre, después de varios años de parecer satisfecho con su viudez aunque le asediaran numerosas mujeres atractivas, se hubiera enamorado de una viuda que vivía en las cercanías.

Al morir el coronel Compton, su viuda se sentía tan infeliz y desconsolada que no se le había ocurrido pensar en volver a casarse.

Mas el coronel, que había sido un soldado distinguido y de quien alguien dijo en cierta ocasión que «tenía más encanto en el dedo meñique que la mayoría de los hombres en todo el cuerpo», no era un hombre adinerado.

En consecuencia, su esposa se encontró con una multitud de deudas. Había pensado, desesperada, que le llevaría años pagarlas, lo que significaba que ella y su hija Ilouka tendrían que hacer constantes sacrificios y ahorrar hasta el último centavo posible.

Por supuesto, no habría vestidos nuevos, ni mucho menos, podrían disfrutar de la temporada social en Londres, ambiente que ella había conocido en su juventud y en el cual sin duda hubiera brillado Ilouka.

No le interesaba en absoluto sir James Armstrong, que después de visitarla para ofrecerle sus condolencias, repitió una y otra vez sus visitas, hasta que resultó evidente que la cortejaba.

Sin embargo, no podía dejar de comprender lo diferente que sería su vida si se convertía en su esposa.

Su impresionante mansión en el campo, rodeada de amplios terrenos, era el punto de atención del condado, sobre todo para quienes asistían a sus almuerzos y cenas o disfrutaban de las fiestas que lord Armstrong daba en el jardín durante el verano y de los dos grandes bailes que en invierno tenían lugar en Las Torres —así era conocida la mansión— durante la época de caza.

Finalmente, pensar en la gran diferencia que significaría para la vida de Ilouka fue lo que convenció a la señora Compton para que aceptase la proposición de sir James, el cual se mostraba más insistente y apasionado día tras día.

Aunque en lo profundo de su corazón nadie ocuparía jamás el lugar de su difunto esposo, con el transcurso del tiempo le tomó un gran cariño a sir James Armstrong.

Como era muy femenina, ansiaba que alguien la protegiera y cuidara nuevamente. Deseaba sentir que le quitaban de encima la carga de deudas pendientes que su esposo le dejara, junto con los abrumadores recuerdos que tenía de él.

Así que, después de un año de luto, permitió que sir James anunciara su boda, después de celebrada ésta muy sencillamente, con la única presencia de los dos mejores amigos del caballero como testigos.

Cuando volvieron de su luna de miel, la nueva lady Armstrong no sólo estaba radiante de felicidad, sino muy bella con los costosos vestidos que lucía por primera vez en su vida, así como las joyas con las que su marido pretendía expresarle su amor, confiando en que fuesen más elocuentes que las palabras.

Ilouka se reunió con ellos en Las Torres y, un mes más tarde, llegó Muriel, la única hija del matrimonio anterior de sir James. Era imposible que alguien dejara de notar el contraste entre las dos muchachas, aunque tenían casi la misma edad.

Ilouka era preciosa, con una belleza que había heredado de su bisabuela húngara. Su cabello rojizo oscuro, se combinaba a la perfección con un par de enormes, ojos verdes con reflejos dorados.

Era pequeña, delicada, y a los hombres, después de verla, les resultaba imposible no mirarla de nuevo. Para desesperación de Muriel, cuando un hombre veía a Ilouka se olvidaba de que había otras mujeres en la habitación.

Se parecía un poco a su madre; pero mucho más a la bisabuela de la que había heredado también el nombre y acerca de la cual le hablaba mucho su padre cuando vivía. Su belleza había sido famosa en Hungría, de donde huyó con un joven y mediocre diplomático inglés apellidado Compton, cuando todo estaba dispuesto para que se casara con un rico aristócrata de su país.