Robert A. Heinlein - Hija de Marte
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Hija de Marte: resumen, descripción y anotación
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Marte es un tópico (en el buen sentido de la palabra) en ciencia-ficción. Pero cuando un ser humano nacido y educado en Marte desciende a la Tierra de la mano de ROBERT HEINLEIN, podemos disponernos a leer una crítica mordaz, imaginativa y poco indulgente con los prejuicios de la sociedad terrestre. Y más cuando la protagonista, Podkayne, es una especie de Lolita interplanetaria, de inteligencia precoz y sin pelos en la lengua.
Robert A. Heinlein
Super Ficción - 21
Título original: Podkayne of Mars
Robert A. Heinlein, 1963
Traducción: Amparo García Burgos
Editor digital: Yorik
Corrección de erratas: el nota
Escaneado: Akhenaton
ePub base r1.0
A Gale y Astrid
Toda mi vida he deseado ir a la Tierra. No para vivir en ella, por supuesto; sólo para verla. Como todo el mundo sabe, la Tierra es un lugar maravilloso para ser visitado, pero no para vivir en él. En realidad no resulta muy adecuada a la vida humana.
Personalmente, no estoy convencida de que la raza humana se originara en la Tierra. ¿Hasta qué punto puede confiarse en la evidencia de unos cuantos kilos de huesos antiguos y en las opiniones de los antropólogos —que de todas formas siempre están contradiciéndose unos a otros— cuando nos piden que veamos algo que desafía de modo tan patente el sentido común?
Piensen en esto: la aceleración de la superficie de la Tierra es indudablemente exagerada para la estructura humana. Sabido es que de ello resultan los pies planos, las hernias y los problemas cardíacos. El modo en que los rayos del sol inciden en la Tierra podría matar en un tiempo sorprendentemente breve a cualquier humano que no estuviera protegido. ¿Acaso conocen ustedes algún otro organismo que haya de protegerse artificialmente de lo que se supone que es su ambiente natural con objeto de permanecer vivo? En cuanto a la ecología terrestre…
Pero no importa. Es imposible que nosotros los humanos seamos originarios de la Tierra. Ni tampoco, si hemos de ser sinceros, de Marte, aunque Marte es el lugar que más se aproxima al ideal dentro de lo que en la actualidad puede encontrarse en el sistema planetario. Probablemente, el Planeta Perdido fue nuestro primer hogar. Sin embargo, siempre pienso en Marte como «mi hogar» y siempre desearé volver a él por mucho que viaje en años futuros. Y me propongo viajar hasta muy, muy lejos.
En primer lugar deseo visitar la Tierra no sólo para ver cómo diablos consiguen vivir ocho mil millones de personas casi amontonadas las unas sobre las otras —ya que poco más de la mitad del área terrestre es apenas habitable—, sino sobre todo para ver los océanos… a buena distancia, claro. Los océanos no sólo me resultan fantásticamente imposibles, sino que su misma idea me aterra. Esa enorme cantidad de agua que ni siquiera puedo concebir… y sin confines. Aguas tan profundas que, si me cayera en ellas, me cubrirían la cabeza. ¡Increíble!
¡Y ahora nos vamos allí!
Tal vez debería comenzar por presentarnos. Presentar a la familia Fries, quiero decir. Yo soy Podkayne Fries —Poddy para mis amigos, y desde este momento ya podemos considerarnos amigos—, hembra y adolescente. Tengo ocho años y unos meses. Descalza, mido un metro cincuenta y siete y peso cuarenta y nueve kilos. En cuanto a mi desarrollo, el tío Tom lo describe así: «Apetitosa y casi a punto de lograr marido». Descripción bastante justa, ya que una ciudadana de Marte puede contraer matrimonio sin repudia de su tutor al cumplir los nueve años. Sin embargo, no soy romántica y ni tan siquiera se me ocurriría la idea de un matrimonio limitado en mi noveno cumpleaños. No es que me oponga al matrimonio a su debido tiempo, ni creo tener problemas para hacerme con el varón de mi gusto. Pero tengo otros planes.
En estas memorias voy a ser más franca que modesta, porque no se publicarán hasta que ya sea vieja y famosa y, por supuesto, las corregiré antes de ese día. Mientras tanto, he tomado la precaución de redactarlas en inglés según la antigua escritura marciana. Estoy segura de que un padre podría resolver esta combinación, mi clave secreta, pero él nunca lo haría a menos que yo le invitara. Papá es un encanto y no anda espiándome. Mi hermano Clark sí querría hacerlo, pero él considera el inglés una lengua muerta y, por otra parte, jamás se molestaría en tratar de descifrar la antigua escritura marciana.
Tal vez hayan visto un libro titulado: Once años de edad. La crisis de adaptación del varón preadolescente . Yo lo leí confiando en que me ayudaría a entenderme con mi hermano. (Clark tiene sólo seis años, pero esos «once años» a que se refiere el título son años terrestres, ya que el libro se escribió en la Tierra. Si aplicamos el factor de conversión 1,8808 para los años verdaderos —es decir, años marcianos—, se comprobará que mi hermano tiene exactamente once según esos años inferiores a lo normal que utilizan en la Tierra).
Ese libro no me ayudó mucho. Se habla en él de «suavizar la transición al grupo social», pero no existen todavía indicaciones de que Clark se proponga unirse alguna vez a la raza humana. Lo más probable es que invente el modo de hacer explotar el universo sólo para darse el gustazo de oír el estallido. Como él está a mi cargo la mayor parte del tiempo, y como tiene un coeficiente intelectual de ciento sesenta, mientras que el mío sólo es de ciento cuarenta y cinco, comprenderán claramente que necesito todas las ventajas que puedan darme la edad y madurez. En la actualidad mi lema habitual es: Manténte en guardia y nunca aceptes el chantaje.
Pero volvamos a mí. Por mis antepasados soy toda una mezcla de razas. La parte sueca domina en mi aspecto, con algunos matices polinesios y asiáticos que añaden cierto aire exótico. Tengo las piernas muy largas para mi estatura, mido cuarenta y ocho centímetros de cintura y noventa de pecho. No todo costillas, se lo aseguro; aunque nosotros, las antiguas familias coloniales, tendemos todas a un desarrollo pulmonar hipertrofiado, parte de esos centímetros corresponde al normal desarrollo sexual secundario. Aparte de eso tengo el pelo de un rubio muy claro, ondulado, y soy bonita. No hermosa —Praxíteles no me habría mirado dos veces—, pero la belleza auténtica con frecuencia asusta a los hombres o bien les convierte en seres difícilmente manejables. Si una es bonita y sabe administrarse cuenta con una buena baza a su favor.
Hace un par de años solía lamentarme de no haber nacido chico, teniendo en cuenta mis ambiciones; pero al fin comprendí que eso era una bobada, como lamentarse por no tener alas. Según dice mi madre, «hay que trabajar con los materiales de que se dispone» y he descubierto que los materiales de que dispongo son adecuados. En realidad he llegado a descubrir que me gusta ser hembra. Mi equilibrio hormonal es perfecto y estoy muy bien ajustada al mundo que me rodea, y viceversa. Soy lo bastante lista para no tener que andar demostrándolo sin necesidad. Tengo el labio superior pronunciado, y la nariz corta, y cuando arrugo la nariz y adopto una expresión de desconcierto, los hombres se sienten generalmente muy satisfechos de ayudarme, en especial si me doblan la edad. Hay muchos modos de hacer un cálculo balístico, aparte de contar con los dedos.
Ésa soy yo: Poddy Fries, ciudadana libre de Marte, futuro piloto y algún día comandante de un grupo de exploración espacial. Ya lo verán en las noticias.
Mi madre es el doble de guapa que yo y mucho más alta de lo que seré jamás; parece una valquiria a punto de salir galopando por el cielo. Tiene el título, valedero en todo el sistema planetario, de Ingeniero Maestro en la Construcción y Superficie de Caída Libre, y tiene derecho a llevar no sólo la Medalla Hoover, sino la Orden de los Cristianos, de la que es comendador por haber dirigido la reconstrucción de Deimos y Fobos. Pero mi madre es algo más que el tradicional ingeniero sabihondo; tiene un empaque social que le permite mostrarse a voluntad agradablemente encantadora o terriblemente intimidadora; posee numerosos títulos honorarios y publica importantes opúsculos como el titulado: Criterio de diseños con respecto a los efectos de la radiación en la unión de las estructuras Sandwich cargadas de presión .
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