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Robert A. Heinlein - Las cien vidas de Lazarus Long

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    Las cien vidas de Lazarus Long
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    2009
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Las cien vidas de Lazarus Long: resumen, descripción y anotación

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Titulada originariamente «Los hijos de Matusalén», esta novela forma parte del vasto plan anunciado por el autor bajo el ambicioso título de LA HISTORIA FUTURA. Se trata de una especulación socio-político-científico-histórica, cuyo hilo conductor es la Fundación de las Familias Howard, una asociación cuyos miembros se caracterizan por una excepcional longevidad debida a la selección genética. El periodo abarcado va desde el siglo XIX hasta el XXVI. El más longevo de los matusalenes es Lazarus Long, protagonista en la presente novela, que va desde el fin de la dictadura religiosa en los EE.UU. (hacia el año 2025) hasta el fracaso de la primera colonia interestelar. La ficción literaria encierra una evidente intencionalidad política, que dejamos a la fiscalización del lector. Lazarus Long, personaje pintoresco, aventurero astuto y sentencioso como pocos, tiene todavía mucho que decir, sin embargo, y lo dice en TIEMPO PARA AMAR, continuación de la presente que aparecerá también en esta colección.

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–¡Serás una tonta si no te casas con él, Mary Sperling!


La aludida calculó sus pérdidas y extendió un cheque antes de contestar:
–Es demasiada diferencia de edad.
Le tendió a su amiga el cheque y añadió:
–No debería jugar contigo; creo que tienes facultades telepáticas. – ¡Tonterías! No quieras cambiar de conversación. Tú debes rondar cerca de los treinta… y piensa que no serás hermosa toda la vida.
Mary sonrió con ironía. – ¡Como si no lo supiera!
–No creo que Bork Vanning pase mucho de los cuarenta, y es ciudadano distinguido.
Opino que la ocasión la pintan calva. – Pues aprovéchala tú. Ahora debo irme. Salud, Ven.
–Salud -se despidió Ven, frunciendo el ceño mientras la puerta se cerraba a espaldas de Mary Sperling. Ardía en ganas de averiguar por qué Mary no quería casarse con un flete de primera como el Honorable Bork Vanning; también le habría gustado saber por qué se iba Mary y adónde iba. Pero el acostumbrado respeto a la vida privada la contuvo.
Mary no tenía la menor intención de hacer saber a nadie adónde iba. Tan pronto como salió del apartamento de su amiga, un ascensor rápido la llevó a los sótanos, donde un sistema robot le tenía preparado el coche. Lo condujo hasta la rampa de salida y luego puso los mandos rumbo a la costa Norte. El vehículo permaneció inmóvil hasta detectar un claro en la circulación; luego salió a la pista de alta velocidad y se dirigió al norte. Mary reclinó el respaldo hacia atrás, disponiéndose a dar una cabezada.
Cuando transcurrió el tiempo prefijado, el cuadro de instrumentos emitió un zumbido en demanda de instrucciones. Mary despertó y echó una ojeada afuera. El lago Michigan aparecía como una gran mancha oscura a su derecha. Pidió al control de tráfico acceso a la carretera local. El control se hizo cargo de la maniobra y luego devolvió la iniciativa a la conductora, Ella rebuscó algo en la guantera.
La matrícula del coche, que el control fotografiaba automáticamente al salir de la autopista controlada, no era la misma que solía ostentar el vehículo de Mary, Condujo varias millas por una carretera no controlada, y luego enfiló un camino de tierra que llevaba hasta la orilla del lago, donde se detuvo. Allí aguardó, con las luces apagadas, escuchando con atención. Al sur resplandecían las luces de Chicago. A pocos centenares de yardas rugía el tráfico de la autopista automática, pero en aquel escondite sólo se escuchaban los temerosos rumores de los habitantes de la noche. Metió la mano en la guantera y accionó un conmutador. En el cuadro de instrumentos se encendieron otros indicadores, que hasta entonces habían permanecido ocultos. Los estudió y practicó varios ajustes, Una vez estuvo segura de que no había por allí ningún radar de vigilancia y de que nada se movía a su alrededor, desconectó los instrumentos y cerró herméticamente la ventanilla. Seguidamente puso de nuevo en marcha el motor.
Lo que había parecido hasta entonces un Camden coupé normal, se elevó por los aires hasta quedar flotando sobre el lago. Luego se hundió en las aguas y desapareció. Mary aguardó hasta encontrarse a cincuenta pies de profundidad y a un cuarto de milla lejos de la ribera. Entonces hizo una llamada.
–Hable -dijo una voz.
–La vida es corta…
–Pero los años son largos.
–No, mientras tarden en llegar los malos tiempos -replicó Marv. – Es lo que me pregunto, a veces -respondió la voz de la radio, ya en tono de conversación normal-, Todo en orden, Mary. Hemos controlado tu llegada. – ¿Eres Tommy?
–No, Cecil Hedrick. ¿Tienes suelto el piloto?
–Sí. Haceos cargo.
Diecisiete minutos más tarde, el vehículo salió de nuevo a la superficie. Era un estanque, el cual ocupaba la mayor parte de una gran cueva artificial. Después de acercarse a la orilla, Mary se apeó, saludó a los guardias y se dirigió por un túnel hacia una gran sala subterránea, donde se sentaban unas cincuenta o sesenta personas, hombres y mujeres.
Charlaron hasta que un reloj anunció la medianoche. Entonces subió a una tribuna y se encaró con la gente.
–Tengo ciento ochenta y tres años de edad -declaró-. ¿Hay alguien aquí con más edad?
Nadie habló. Después de una pausa prudencial, Mary continuó: -Entonces, de acuerdo con nuestras costumbres, declaro abierta esta reunión, ¿Queréis elegir un moderador?
Alguien dijo: -Adelante, Mary. En vista de que nadie decía nada más, ella prosiguió: -Muy bien.
Parecía no importarle el honor, y el grupo compartía aquella actitud serena, relajada. No se daban prisa por nada, indiferentes a la tensión de la vida moderna.
–Nos hemos reunido, como de costumbre, para discutir de lo relativo a nuestro bienestar y al de nuestros hermanos y hermanas. ¿Trae algún miembro representante un mensaje de su Familia? ¿O desea alguien hablar en su propio nombre?
Uno de los asistentes se puso en pie y dijo:
–Soy Ira Weatheral y hablo en nombre de la Familia Johnson. Nuestra asamblea tuvo lugar hace dos meses. Cedo la palabra a los síndicos.
Ella asintió con un gesto y se volvió hacia un hombrecillo que estaba sentado en primera fila.
–Justin, si tienes la bondad…
El hombrecillo se puso en pie e hizo una rígida inclinación. Sus piernas huesudas asomaban por debajo del mal cortado «kilt». Tenía el aspecto y los ademanes de un viejo funcionario encanecido en el servicio, pero su cabello negro y el tinte lozano y saludable de su tez desmentían aquella impresión, demostrando que se trataba de un hombre en la mejor pujanza de la juventud.
–Soy Justin Foote y voy a informar en nombre de los síndicos. Hace once años que las Familias decidieron hacer un experimento y comunicar a la opinión pública la existencia de un número determinado de personas dotadas de una esperanza de vida muy superior al promedio normal, algunas de las cuales habían confirmado por aquel entonces la realidad científica de dicha esperanza de vida, por haber alcanzado una edad muy superior al doble de la longevidad humana conocida, Aunque hablaba sin leer ningún papel, su informe sonaba como un texto cuidadosamente preparado. Cuanto estaba diciendo era sabido por todos, pero nadie se impacientó. Aquel auditorio carecía de la intranquilidad febril tan común en otros lugares.
–Varias consideraciones movieron a las Familias a tomar esa decisión y abandonar la tradicional política de silencio y secreto en cuanto al peculiar aspecto en que nosotros diferimos de los demás humanos. Recordemos la justificación que se adujo al adoptar la anterior política de secreto: «Los primeros vástagos procreados por las uniones que patrocinaba la Fundación Howard nacieron en 1875. No suscitaron ningún comentario, pues nada los diferenciaba de los demás. La Fundación se constituyó como corporación benéfica de derecho público, sin finalidades lucrativas…»
El 17 de marzo de 1874, el estudiante de medicina Ira Johnson estaba sentado en la oficina de los abogados Deems, Wingate, Alden y Deems, escuchando una propuesta bastante insólita. Por eso interrumpió al más anciano de los letrados: -¡Un momento! ¿Debo entender que pretende usted alquilarme para que me case con una de esas mujeres?
El abogado pareció escandalizado. – ¡Por favor, señor Johnson! No me interprete usted mal.
–Pues no veo de qué otra manera podría interpretar lo que ha dicho.
–No, señor. Un contrato así sería nulo a todos los efectos legales. Simplemente, nosotros le informamos a usted, como administradores que somos de una Fundación, que caso de tomar usted la decisión de casarse con una de las señoritas de esta lista, nos veríamos en la agradable obligación de dotar a cada uno de los hijos habidos en tal unión con las cantidades previstas en el baremo que usted ve aquí, Lo cual no supone la firma de ningún contrato con nosotros, ni la existencia de «proposición» alguna en tal sentido por nuestra parte. Por supuesto, no es nuestra intención el tratar de coaccionarle en ningún sentido. Nos limitamos a poner en su conocimiento ciertos hechos.

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