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para mi esposo, John.
Prefacio
Conocí a Oprah Winfrey en 1981, en Baltimore, mientras hacía una gira de promoción de mi libro, y ella era copresentadora del programa matinal de WJZ, People Are Talking, con Richard Sher. Nos reunimos antes de que empezara el programa y, según recuerdo, fue Richard quien más habló, mientras Oprah parecía un tanto distante, una actitud que no comprendí hasta más tarde. Richard me entrevistó y luego nos reunimos con Oprah en el estudio, felicitándonos por nuestra animada conversación. Oprah cabeceó con desagrado. «No apruebo esa clase de libros —dijo—. Tengo familiares sobre los que has escrito un libro y no les gustó en absoluto.»
Miré al productor y le pregunté de qué diablos estaba hablando. Comprendía qué quería decir con «esa clase de libros» —una biografía no autorizada, escrita sin la cooperación o el control del sujeto—, pero estaba perpleja por su referencia a que yo había escrito un libro sobre sus parientes. La única biografía que yo había escrito hasta entonces era la de Jacqueline Kennedy Onassis ( Jackie Oh!) y mi investigación no había sacado a la luz a ningún pariente Winfrey en el árbol genealógico.
El productor parecía algo incómodo. «Bueno… Oprah tiene una relación muy estrecha con Maria Shriver; además, siente un gran respeto por los Kennedy… Supongo que se considera parte de la familia en cierto sentido y… sabe que tu libro les disgustó, porque era tan revelador… Bueno, por eso decidimos que fuera Richard quien te hiciera la entrevista.»
Anoté la conversación en el dorso de mi programa de promoción del libro, por si acaso el editor me preguntaba qué tal había ido en Baltimore. No tenía ni idea de que veinticinco años más tarde Oprah Winfrey sería una supernova en nuestro firmamento y que yo dedicaría cuatro años a escribir «esa clase de libro» sobre ella.
Durante las tres últimas décadas, me he dedicado a escribir biografías de iconos vivos, sin su cooperación y con independencia de su control. Estas personas no son simples famosos, sino titanes de la sociedad que han dejado su huella en nuestra cultura. En cada biografía, el reto ha sido responder a la cuestión que planteó John F. Kennedy cuando dijo: «Lo que hace que el periodismo sea tan fascinante y el género biográfico tan interesante es el esfuerzo por responder a la pregunta: “¿Cómo es?”». Al escribir sobre personajes contemporáneos, he descubierto que una biografía no autorizada evita las verdades destrozadas por la historia revisionista que es, precisamente, el escollo con que se encuentran las biografías autorizadas. En el caso de las biografías no autorizadas, el biógrafo, sin tener que seguir los dictados del sujeto, tiene una oportunidad mucho mejor que el biógrafo autorizado de penetrar en la imagen pública fabricada, algo que es crucial para una biografía. Porque, citando de nuevo al presidente Kennedy, «El gran enemigo de la verdad no suele ser la mentira —deliberada, artificiosa y deshonesta— sino el mito que es persistente, persuasivo y poco realista».
Sin embargo, nunca me he sentido del todo cómoda con la expresión «no autorizada», probablemente porque suena un poco malvado, casi como si se tratara de un allanamiento de morada. Reconozcámoslo, la biografía es, por su propia naturaleza, la invasión de una vida; un examen íntimo por parte del biógrafo, que trata de penetrar hasta la médula para explorar en lo desconocido y revelar lo oculto. Pese a mi incomodidad con el término, comprendo por qué la biografía no autorizada suele provocar el enfado de los protagonistas biografiados, porque la biografía no autorizada es una presentación independiente de su vida, sin consideración a sus exigencias y decretos. No es una biografía hecha de rodillas. No se inclina ante la fama ni hace reverencias a la celebridad, y las poderosas figuras públicas, acostumbradas a la deferencia, se resisten, naturalmente, al escrutinio que exige una biografía así. Oprah Winfrey no ha sido una excepción.
Al principio, parecía bien dispuesta cuando, en diciembre de 2006, Crown Publishers anunció que yo iba a escribir su biografía. Preguntaron cómo había reaccionado y su publicista respondió: «Está ya enterada de lo del libro, pero no tiene previsto colaborar».
Seis meses después, Oprah le dijo a The Daily News , de Nueva York: «No coopero en el libro, pero si ella quiere escribirlo, pues estupendo. Estamos en los Estados Unidos. Ni lo aliento ni dejo de alentarlo. —Luego, con un guiño, añadió—: Y ya sabéis que sé cómo dar aliento».
Para abril del 2008, Oprah había cambiado de actitud. En una transmisión por Internet, con Eckhart Tolle, autor de A New Earth, afirmó: «Vivo en un mundo en el que constantemente se escriben cosas que no son verdad. Ahora hay alguien trabajando en una biografía mía, no autorizada. Así que sé que habrá muchas cosas allí que no son verdad».
Inmediatamente escribí a Oprah diciéndole que la verdad era tan importante para mí como lo era para ella. Repetí mis intenciones de ser justa, honrada y exacta, y de nuevo le pedí una entrevista. Ya le había escrito antes; primero como cuestión de cortesía, para decirle que estaba trabajando en el libro y que esperaba presentar su vida con empatía y percepción. Luego le escribí varias veces más, pidiéndole una entrevista, pero no recibí respuesta. No debería haberme sorprendido, dado que la misma Oprah había escrito su autobiografía unos años antes, pero la había retirado antes de que se publicara, porque le parecía que revelaba demasiado. Con todo, seguí probando; pero después de varias cartas más sin ninguna respuesta, recordé lo que John Updike dijo cuando el gran jugador de béisbol Ted Williams usó con él la táctica del cerrojo: «Los dioses no contestan a las cartas».
Cuando estaba a mitad de mi investigación, recibí, finalmente, una llamada de Lisa Halliday, la publicista de Oprah, que me dijo: «La señora Winfrey me ha pedido que le diga que declina que la entreviste».
Para entonces yo ya había averiguado, por los reporteros de Chicago, que Oprah había dejado de conceder entrevistas y que no respondía directamente a la prensa sino que lo hacía a través de sus publicistas. Si los periodistas insistían, como hizo Cheryl Reed cuando redactaba el editorial de Chicago Sun-Times, los publicistas de Oprah le proporcionaban una lista de preguntas preparadas y respuestas enlatadas. «[A Oprah] siempre le preguntan lo mismo —le dijo la publicista a la señora Reed—. [Así] es como la señora Winfrey prefiere contestar.»
Le dije a la señora Halliday que necesitaba ser exacta en lo que escribía y le pregunté si la señora Winfrey querría comprobar los datos. La señora Halliday respondió: «Si tiene preguntas sobre algún dato, puede acudir a mí».
Así que lo intenté, pero cada vez que llamaba a Harpo, la señora Halliday no estaba disponible. Al final, fue la propia Oprah quien resultó ser una gran fuente de información.
En lugar de hablar con ella directamente o tener que fiarme de recuerdos fragmentados, decidí recoger todas la entrevistas que había concedido en los últimos veinticinco años a periódicos y revistas y a la radio y la televisión, en los Estados Unidos y el Reino Unido, además de Canadá y Australia. Las archivé todas —había cientos— por nombres, fechas y temas, hasta un total de 2.732 archivos. Partiendo de este recurso, pude utilizar las propias palabras de Oprah con seguridad. Dispuesta en una red, la información extraída de estas entrevistas, sumada a los cientos de entrevistas que hice a su familia, amigos, compañeros de escuela y de trabajo, proporcionaba un perfil psicológico que no podría haber conseguido de ninguna otra manera. Reunir las entrevistas concedidas durante más de dos décadas llevó un tiempo considerable, pero una vez reunidas y catalogadas, resultaron valiosísimas para proporcionarme su voz. A lo largo de este libro, he podido citar a Oprah con sus propias palabras, expresando lo que pensaba y sentía en respuesta a los sucesos de su vida, en el momento en que ocurrían. A veces, sus reflexiones públicas no casaban con los recuerdos privados de otros, pero incluso las verdades que disfrazaba, así como las que compartía, agrandaban las dimensiones de su fascinante imagen.