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Mariel Ruggieri - Cuidarte el alma (Spanish Edition)

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    Cuidarte el alma (Spanish Edition)
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Cuidarte el alma (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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ISBN-139781500750121 Quedan prohibidos dentro de los límites establecidos en - photo 1 ISBN-13:9781500750121 Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de la autora. Si necesita contactarla, puede hacerlo a través del siguiente mail: sds2609@gmail.com Diseño de cubierta: H. Kramer Fotografía de portada: Dual reach de Kris Krüg Fotografía de contraportada: Cecilia Heinen Distribución: Amazon© Mariel Ruggieri Montevideo, Uruguay Año 2014 ©Todos los derechos reservados

CUIDARTE EL ALMA
Mariel Ruggieri « Tal vez no hicieron nada que no hubieran hecho con otros, pero es muy distinto hacer elamor amando » Isabel Allende —1— —Ah... Gabriela... —susurra. Y yo ya sé lo que se viene.

Tengo claro que para él soy la reina de las mamadas, pero ojalá que esta vez ni se le ocurra mencionarlo. —Sos la mejor chupándola, en serio… Lo dijo. Nadie le preguntó nada, pero lo dijo. ¿Ahora sigo o se la muerdo? —Mmm... Sigo. No sé por qué, ni para qué, pero sigo.

Es decir, lo hago porque me gusta... ¿O lo hago porque le gusta? ¿Es necesario que me haga estas preguntas mientras se la chupo? ¿No es mejor repasar la lista del súper, como siempre? —Sí... Así, mami... Así... « Mami » . Mami en casa para mis hijos, mami en el trabajo para César.

Esa soy yo. Dos distintas versiones, claro. Pero en ambas termino haciendo siempre lo que desean los demás, como ahora. A ver, apuremos el trámite. Si me ayudo con una mano... Muy bien. Muy bien.

A ver con las dos… No, no da. Bien, será con una, entonces. Es evidente que hoy no estoy en vena. Pero lo estaba. Entré a esta oficina con la peor de las intenciones: que un macho joven y potente como este me partiera en dos. Pero en lugar de un buen polvo que me pintara una sonrisa de oreja a oreja toda la tarde, lo que obtuve con mis besos y mis artes de calienta braguetas, es terminar una vez más de rodillas bajo el escritorio.

Ay no, no lo hagas. Pero lo hace. Debe creer que Dios nos dio dos asas en lugar de orejas, porque me las tiene aferradas y comanda los movimientos de mi cabeza a su antojo. Voy a hacer una arcada, lo sé. Ya la veo venir. Pero no; me salva el teléfono.

Suena mi celular y es uno de los tres tonos que nunca dejo de atender: el de mi hija. Es escucharlo, y en dos segundos desalojo mi boca y contesto. —Sí. —Hola mamá de Paulina. Soy Belén. ¿Qué dice la loca de mi hija? ¿Todo bien por ahí? —Todo bien. ¿Qué dice la loca de mi hija? ¿Todo bien por ahí? —Todo bien.

Dice que si la dejás ir a casa luego del cole para hacer la tarea. —Sí claro... Ahora me quieren hacer creer que es para hacer la tarea. Van a ver juntas a Violetta en la tele, ¿o no? Escucho como cubre el teléfono y luego me llega su voz apagada. Parece estar repitiendo lo que le digo, y también me parece estar viendo a mi hija gesticulando con asombrosa velocidad, indicándole a su amiga qué es lo que debe responder, o algo peor. —Dice Pauli que...

Dice que vamos a hacer las dos cosas, Gaby. Sí, como no. « Pauli » seguramente no dice eso, sino alguna palabrota que aprendió en el lenguaje de señas recientemente. —Decile a Pauli que soy como Gran Hermano, y lo veo todo. Y que no me gustó nada lo que acaba de decirte, pero voy a hacer de cuenta que no lo vi, y por esta vez pasa... Yo le aviso a Aurora, y cuando salga del trabajo la voy a buscar, Belu.

No me puedo poner exigente, y mucho menos estando de rodillas entre las piernas de un hombre, debajo de su escritorio. No tengo autoridad moral para nada en esta situación. — Okis —me responde, y corta. Y antes de que pueda hacer lo mismo, César se aferra nuevamente a mis orejas como si le fuese la vida en ello. Entiendo qué es lo que desea. Mi hija es sorda, lee los labios y se comunica por señas, así que el lenguaje gestual se me da muy bien.

Pero una cosa es entenderlo y otra muy distinta es hacer lo que él quiere. Lo tomo de las muñecas y lo detengo. —Esperá, César. —Dale, Gabriela, que ya estoy… Ah, mirá qué bien. El señor ya está. Eso me tranquiliza un montón… No me gusta que me presionen, y él lo sabe bien.

Cuando me apuran, surge en mí un espíritu de contradicción que me obliga a replicar cada cosa que me dicen, y a hacer lo contrario a lo que me indican aun en contra de mis propios intereses. Y así como soy de complaciente cuando vienen por las buenas, cuando me siento presionada automáticamente me pongo de malas. —¿Vos te pensás que soy una máquina de hacer mamadas, nene? —Ah, mirá que fina te ponés… ¡Con esa misma boquita hablabas recién con la amiguita de tu hija! —Con esta misma boquita te la estaba chupando, y no te escuché quejarte. Y te digo « estaba » , porque ya no —le aclaro, y automáticamente me pongo de pie y me paso el pulgar por las comisuras. Más rápido que el viento se para, y así con todo al aire, me oprime contra su cuerpo. ¿Les dije que odio que me presionen? —Chiquita la tenés vos —replico, y no termino de hacerlo cuando me aleja y se la mira con el ceño fruncido. ¿Les dije que odio que me presionen? —Chiquita la tenés vos —replico, y no termino de hacerlo cuando me aleja y se la mira con el ceño fruncido.

No puedo evitar soltar una carcajada. —Gabriela, no te rías… Me muerdo el labio inferior, pero mis ojos siguen sonriendo. —César, esto pintaba bien pero… Fue la llamada, no es tu culpa. Creo oportuno liberarlo de sus dudas; después de todo aún conservo mis orejas y aquí no se ha perdido nada. —Vení, mami. —Esta noche —lo desafío, aun sabiendo que no podrá hacerlo. —Esta noche —lo desafío, aun sabiendo que no podrá hacerlo.

Es el cumpleaños de Claudia, y por lo tanto imposible que pueda escapar a sus compromisos familiares. —Sabés que no puedo… Me encojo de hombros; no me hago cargo. No me hago cargo de nada. Apenas puedo con mi mochila, así que no voy a echarme sobre la espalda la mochila de nadie más. —Me voy a trabajar, bombón. Algu ien tiene que hacerlo… —le digo.

Y antes de que pueda replicarme me escabullo hábilmente, y cierro la puerta detrás de mí. Tengo la sensación de haber ganado, pero una vez más me retiro con las manos vacías y un sabor amargo en la boca, y no es por lo que están pensando. Socios y amantes… Al final, no era tan buena idea. No sé si soy una mujer afortunada o una desgraciada. Supongo que todo tiene que ver con una cuestión de perspectiva más que con la realidad objetiva, y será por eso que mis balances siempre resultan un desastre. Y eso que soy Contadora Pública.

Vamos a ver, considerando que mi mamá se murió cuando era niña, podría decir que ya arrancamos la vida con números rojos. Pero si empiezo a sumar, tengo que poner a mi tía Aurora en el haber… Decir que la hermana de mamá fue una segunda madre, es decir poco. Ella fue y sigue siendo la única mamá que conocí, mi amiga, mi pilar y mi muro de contención. No hay duda que Aurora embellece mi vida. Ahora, si le restamos a Bernardo el padre de Alejo, mi hijo mayor, volvemos a cero. Qué máquina de hacer cagadas ese tipo, y yo de justificarlas.

Cinco años de esquilmar sistemáticamente mi billetera y mi paciencia, se puede anotar como saldo negativo, sin dudas. Si no fuera por Alejo volveríamos a los números rojos, pero él suma, vaya si suma. Cuando pienso en eso, enseguida me siento parte del club de las afortunadas. Un chico maravilloso por donde lo miren. Mi bebé, mi orgullo, mi… Ay, necesito un babero. Dieciocho años, y tan bello que duele mirarlo.

El mejor de su clase, graduado con honores. Se salteó la edad del pavo, y ahora es un hombre joven pero súper maduro, y también es el equilibrio que a veces necesito. Sin dudas es otro de los pilares que me mantienen en pie, y una de las dos mejores cosas que he hecho en la vida. La otra es Paulina, mi guerrera. Mi relación con su padre fue demasiado corta. Un año duró solamente mi matrimonio con Hugo, pero fue suficiente para poner en mis brazos a mi pequeño sol.

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