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Mariel Ruggieri - Paulina, cuerpo y alma (Cuidarte el alma n? 3) (Spanish Edition)

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Mariel Ruggieri Paulina, cuerpo y alma (Cuidarte el alma n? 3) (Spanish Edition)

Paulina, cuerpo y alma (Cuidarte el alma n? 3) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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Mariel Ruggieri Paulina cuerpo y alma Cuidarte el alma 3 Imagen de - photo 1

Mariel Ruggieri

Paulina, cuerpo y alma

Cuidarte el alma 3

Imagen de portada: Sensual seduction II , de Christopher Stanczyk Distribución: Amazon©


A mis lectoras insaciables que s iempre piden más… Con amor, Mariel


PRIMERA PARTE

Como despertar en la distancia sin tu piel junto a la mía amando tu fotografía Podemos mandar besos con el viento, mirar la luna al mismo tiempo, contar un día más Con sólo tenerte aquí no sabes lo que me faltas…

Cuidarte el alma

Chayanne

*****

—¿Qué hacés acá? ¡Andate! ¡No quiero que te acerques a mí nunca más!

—Pau, por favor, te lo suplico…

—¡No quiero verte, Nacho! ¡Ya te dije que no quiero que estés acá!

Él estaba desesperado. Con el r ostro desencajado y los ojos inyectados en sangre intentaba tomarle la mano y no perder el contacto visual con ella.

—¡No me toques! —gritó Paulina, llorando. —Andate, por favor...

—¡No me voy a ir! Te amo, y no me voy a ir… —replicó él, pero la voz le temblaba. De todas formas ella no se dio cuenta porque no lo miraba y no podí a escucharlo.

—No tenés nada que hacer en este lugar. ¡Les dije a todos que no quería que entraras! —se lamentó .

—Sí que tengo… Vos sos mi m ujer… Por favor, cosa hermosa… Mírame. Soy yo, mi amor. Soy yo… — m urmuró llorando tambié n.

Pero el corazón de Paulina era de hielo. No logró conmoverla ni siquiera con esa forma que tenía de referirse a ella, y que siempre la había hecho derretir. “Cosa hermosa…” No. Ya no. Ya no lo sería nunca más. No sería ni su “cosa hermosa” ni su amor. No sería su mujer tampoco, ni su mocosa impertinente. Su nombre no estaría más tatuado en su pecho, porque hasta eso podía eliminarse dejando nada más que una tenue cicatriz.

Y sobre todo no sería la madre de sus hijos, como venían planeando desde hacía mucho tiempo.

Ni de los suyos, ni de los de n adie.

—Ya no soy tu mujer. No vuelvas a referirte a mí de esa forma, ni de ninguna otra. Entre vos y yo no hay más nada, Nacho —le dijo con voz fría, mientras se secaba las lá grimas con el dorso de la mano.

—No me digas eso, Pau… — murmuró él, cayendo de rodillas al lado de la cama. —No me digas eso porque me muero…

Pero ella era implacable.

—No te vas a morir por esto. Y y o tampoco… Simplemente todo se terminó entre nosotros. Me trajiste a este hospital, pero afuera están mamá y Andrés para cuidarme… Te podés ir ya —le dijo sin dejar de mirarlo.

—¡No! ¿Vos crees que voy a r enunciar a vos algún día? ¡Nunca lo voy a hacer! Estás acá por mi culpa, y por mi culpa también es que…

—Precisamente también por eso t e quiero lejos —lo interrumpió Paulina. —¿Pensás que puedo volver contigo con la duda de si estamos juntos gracias a tus sentimientos de culpa? ¡No podría soportarlo! —le gritó. O por lo menos lo intentó, pero lo cierto es que la parte externa del implante coclear se había hecho pedazos en el accidente, y no podía oír ni siquiera su propia voz. — Y t ampoco puedo perdo narte que me hayas traicionado.

Nacho sintió sus palabras como un golpe en el estómago, pero no desistió.

—Lo que yo no podría soportar es perderte, mi amor. Tenemos que hablar, porque lo que viste no es... ¡Ah, Pau! Eso no fue nada, no pienses en eso porque no tiene sentido. Lo que importa ahora es que estás bien y te prometo que nunca más nos vamos a sepa rar —le dijo Nacho, angustiado.

—¿Que estoy bien? ¡Perdí a mi b ebé y no voy a poder embarazarme otra vez! ¡ Déjame en paz! —exclamó ella, y luego cerró los ojos.

No quería leer sus labios, no quería saber más nada. Lo único que necesitaba en ese momento era el amor de su madre y volver a llorar en sus brazos hasta caer rendida.

Pero Ignacio no iba a renunciar a ella tan fácil.

—Era nuestro bebé... —replicó, pero ella ni se enteró.

Y luego se incorporó y la besó en la boca. La sorprendió con eso, y por un par de segundos Paulina no atinó a hacer nada, pero después reaccionó y lo empujó con fuerza.

—No me toques —siseó. —¡No m e toques! ¡Andate con esa mina que tenés en la Universidad!

—No, Pau, eso no es así... Yo j amás haría algo así...

—Andate, andate, andate... — r epitió con los dientes apretados, llena de rabia, mientras lo miraba agarrarse la cabeza con ambas manos, y retroceder varios pasos hasta pegar su espalda a la pared. —¡Andate ya! —le gritó con todas sus fuerzas.

Una enfermera entró y obligó a Nacho a salir de inmediato. Era tan grande su sufrimiento que no pudo siquiera protestar. Se retiró temblando y más desesperado de lo que entró.

Paulina se moría de dolor t ambién, pero necesitaba con urgencia alejar a Nacho de ella, porque estaba segura de que tarde o temprano terminaría claudicando, y no podía. No quería ni podía.

Estaba convencida que lo que los había unido en el pasado, ya no existía.

Nacho se había encargado de destruirlo primero con su desconfianza y su egoísmo, y luego siéndole infiel con esa mujer... Porque seguramente la escena que presenció era solo una muestra de lo que pasaba entre ellos.

Sintió lástima de sí misma. Se vio arribando a Buenos Aires el día anterior, con toda la ilusión, deseando verlo p ara c ontarle q ue e staba e mbarazada. Se vio llegando de sorpresa a la universidad dónde él daba clases. Entrando en el aula corriendo, feliz, ansiosa por ver la reacción de él al saber que eso que tanto habían deseado sería una realidad. Se vio también p aralizada y c onfusa o bservando cómo esa mujer abrazaba a Nacho desde atrás y él volvía la cabeza sonriendo. En su cabeza aún retumbaba el grito que no pudo contener cuando los vio así.

Y luego esa imparable carrera b uscando salir de ahí lo antes posible, y detrás a Nacho llamándola, gritándole que se detuviera. La lluvia, los autos…

Esos faros frente a ella, demasiado cerca. El golpe.

Y luego la nada.

Despertó horas después, sumida en un mundo de silencio. Le dijeron que el dispositivo externo del implante se había perdido en el accidente. Que el interno estaba intacto. Que sus padres estaban volando hacia Buenos Aires con el otro que habían adquirido para emergencias, y pronto volvería a "oír".

Ella miraba los labios moverse, y comprendía todo, pero no le decían lo que necesitaba saber. Le tuvieron que dar la noticia sin más dilaciones, porque ella fue terminante en la búsqueda de la verdad desnuda, aunque fuese brutal: ya no había bebé, y el útero había sufrido una perforación grave. Lo habían suturado para detener la hemorragia.

Estuvieron a punto de sacárselo… No le dijeron lo peor, pero ella lo intuyó.

Con l a f ranqueza q ue l a c aracterizaba lo preguntó a boca de jarro.

—¿Esto quiere decir que no voy a tener hijos, doctor?

No le quitó los ojos a la boca del médico. Lo vio titubear… Lo vio mirarse las manos.

—Es muy pronto para hablar de… —comenzó a decir pero ella lo i nterrumpió.

—Dígame la verdad por favor — i nsistió.

Él la miró unos segundos, y se dio cuenta de que estaba ante una guerrera. A esta chica nada podría destruirla, así que se lo dijo.

—Estuvimos a punto de hacerte u na histerectomía. Conservamos los órganos porque sos muy joven, pero te ligamos las trompas porque no conviene que quedes embarazada…Tu útero no está en condiciones de… No podemos arriesgarnos.

Paulina desvió la mirada a la p ared de inmediato. El médico esperó pacientemente, pero ella continuó así por largos segundos. Al final, le agarró la cara para obligarla a mirarlo.

—Era eso o la histerectomía. Tu esposo lo autorizó, y está como loco por entrar.

Ella tragó saliva.

—No estoy casada —replicó f ulminándolo con la mirada. Era cierto...

Con Nacho habían soñado hacerlo cuando s us h ijos f uesen l o s uficientemente grandes como para disfrutar de la fiesta. Querían dos, una nena y un varón. Y deseaban que ellos vieran la felicidad de sus padres ese día, y guardaran el momento en su corazón.

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