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Mimmi Kass - Diagnóstico del placer (En cuerpo y alma nº 2) (Spanish Edition)

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Mimmi Kass Diagnóstico del placer (En cuerpo y alma nº 2) (Spanish Edition)
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    Diagnóstico del placer (En cuerpo y alma nº 2) (Spanish Edition)
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    2016
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Diagnóstico del placer (En cuerpo y alma nº 2) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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En cuerpo y alma II

Diagnóstico del placer

Mimmi Kass©


© Mimmi Kass

1ª edición, diciembre 2016

Imagen y diseño de cubierta: Carolina Bensler


ÍNDICE

LA CRUDA REALIDAD

EL PROCEDIMIENTO

MAIA

LA INVITACIÓN

LAS COSAS CLARAS

HOSPITAL SÓTERO DEL RÍO

IDEAS LOCAS

LIBERAR TENSIONES

TOBILLOS Y RODILLAS

UN JARRO DE AGUA FRÍA

UNIVERSO FEMEMINO

RESACAS ILUMINADORAS

AGUANTAR MIERDAS

ARTILLERÍA PESADA

A TOMAR FANTA

NOTICIAS

TROMSO

SEGUNDO DÍA

LÍMITES

PASANDO POR EL ARO

CRISTIÁN

UN ENCUENTRO INESPERADO

CONFESIONES

CADA UNO POR SU LADO

INDEFINIDO

ATERRIZAJE

EFECTO RETARDADO

NIEVE Y MÁS NIEVE

FELICIDADES

REAJUSTES VARIOS

UN BUEN SUSTO

EL SEÑOR HITACHI

EL MURO

EL SIGNIFICADO DE INVOLUCRARSE

TERAPIA

LAS EXPECTATIVAS

UN POCO DE ESPACIO

NO TAN INDEFINIDO

PINTURAS DE GUERRA

«Que alguien no te ame como tú quieres,

no significa que no te ama con todo su ser».

Gabriel García Márquez.


LA CRUDA REALIDAD

¿Por qué la ropa interior traía tantas malditas etiquetas? Inés tironeó de las lenguas blancas y ásperas con irritación. Había más tela en ellas que en la prenda. El buen humor que pretendía invocar con el estreno de un nuevo conjunto se evaporó al comprobar que, al arrancarlas, había hecho un bonito agujero al encaje de sus bragas. No tenía tiempo de cambiárselas. Se había dejado el móvil en el coche y, solo por inercia, su despertador interno la salvó de tener que dar unas cuantas explicaciones en el trabajo.

Sacudió la cabeza en un intento de deshacerse del mal genio que la embargaba desde que se levantó de un salto casi a las ocho de la mañana. «Semanita premenstrual» recordó, preguntándose el porqué de su enfurruñamiento, mientras terminaba de vestirse a toda prisa. Y el agotamiento por las mil vueltas que había dado en la cama antes de quedarse dormida tampoco ayudaba.

No podía quitarse a Erik de la cabeza.

Respiró hondo y se ordenó a sí misma poner buena cara al tiempo que entraba en la sala de juntas. Todos estaban allí: adjuntos, residentes, cardiólogos y cardiocirujanos. ¿Qué se había perdido? Varias conversaciones en voz baja se desarrollaban a la vez y, a la cabecera de la mesa, Guarida y Erik discutían frente a la pantalla de un ordenador. ¿Dónde estaba su tutor?

Miró de reojo hacia el vikingo y la invadió una extraña sensación de pérdida. Las manos fuertes y nervudas se aferraban al borde de la mesa, y no pudo evitar el recuerdo de cómo se sentían sobre su piel. Con un esfuerzo de voluntad, rechazó las imágenes y se sentó junto a Daniel.

—¿A qué viene el concilio? —preguntó en un susurro.

—Hoyos está hospitalizado en la UCI —informó su amigo en voz baja—. Lo ingresaron anoche, aún no saben qué le pasa. Guarida intenta reorganizar la actividad de la Unidad.

Inés inspiró de golpe. Mil preguntas se agolparon en su mente de inmediato: ¿qué le habría pasado? ¿Sería una recaída del cáncer? Y se sintió incómoda al descubrir que también estaba preocupada por su propia suerte. ¿Quién sería su tutor ahora? Erik y Guarida seguían en su tira y afloja, y prestó atención al jefe, que había elevado la voz.

—Erik, ¡necesito que me cubras mañana en el quirófano! Tengo que asumir la jefatura y arreglar todo… esto —dijo Guarida, señalando el calendario de planificación en la pantalla.

—Mañana estoy saliente de guardia. No puedo asumir el quirófano sin haber pegado ojo. —Inés notaba los esfuerzos de Erik por no contestar de mala manera—. Ya sabes cómo es la UCI cardiaca.

Guarida chasqueó la lengua.

—Es cierto, se me olvidó tu guardia. Intentaré arreglarlo, pero no puedo suspender más cirugías —informó, señalando el ordenador con un bolígrafo—. La semana pasada anulamos varios quirófanos mientras estabas en el congreso.

—O la guardia o el quirófano de mañana. Suspende uno de los dos. Me voy. —Daniel se puso de pie de inmediato para seguir a su tutor—. Avísame lo que decidas, pero antes de las cinco de la tarde. No pienso pasar un minuto más de lo necesario en este puto hospital.

El portazo dio pie a que todos se movieran, presurosos, a sus puestos de trabajo. Guarida se sentó de nuevo, con aspecto de estar agotado.

—Marita, necesito que te ocupes de los pacientes de Hoyos. —Inés reprimió un gemido; eso quería decir que quien se ocuparía de todo sería ella—. Hoy no da tiempo a anular las citas, que Inés te ayude.

Asintió para demostrarles que estaba disponible para lo que fuera, pero Marita parecía disgustada.

—Tienes que solucionar esto cuanto antes, Hernán. ¿Cómo puede ser que falte un cardiocirujano durante una semana y se venga abajo toda la planificación? —Inés reprimió un gesto de conformidad, ¡tenía toda la razón!—. ¡La Unidad necesita otro cardiocirujano!

Guarida la miró, ofendido. Inés sabía que la cardióloga tocaba una fibra sensible con ese tema.

—Si el gerente del hospital decide que dos cardiocirujanos son suficientes para los pacientes pediátricos, yo no puedo hacer nada —respondió con amargura—. Si te parece que tú puedes hacerlo mejor, ¿por qué rechazaste la jefatura cuando Abel te la ofreció?

—¿Cómo puedes decirme eso? —contestó la cardióloga, airada.

Ambos se enzarzaron en una acalorada discusión e Inés y Viviana se miraron, incómodas. Quizá deberían haber salido también, y dejar que los adjuntos arreglaran sus diferencias en privado, pero ambos parecían haberse olvidado de que ellas estaban allí.

Viviana optó por retirarse discretamente, e Inés esperó con paciencia a que alguien le indicara lo que tenía que hacer

—Mucho me temo que vas a trabajar sola, niña —dijo la cardióloga por fin.

Inés apretó los dientes sabiendo que, nada más empezar la semana, el trabajo volvería a acumularse sobre su mesa.

Erik salió del despacho de su jefe intentando encajar la sensación de derrota. Llevaba toda la mañana metido en el quirófano, y le esperaba toda la tarde igual. No era más que un peón. Mano de obra y, a juzgar por la cantidad de horas que pasaba en el hospital, barata.

Daba igual la excelencia académica, los premios obtenidos o el prestigio recién adquirido en el congreso. Lo único que importaba era cubrir horas y el hecho de que hacía el trabajo de tres cirujanos: Guarida acababa de informarle que tendría que hacer la guardia y, además, quedarse a las cirugías del día siguiente.

Según su jefe, tal y como su contrato estipulaba, «Excepcionalmente y por necesidades del servicio, la jornada laboral se extenderá según el acuerdo de ambas partes». Salvo que en este caso, el «ambas partes» lo había excluido a él.

Casi chocó con Inés, que salía de la consulta como una exhalación, con una larga ristra de imágenes de una de sus ecografías, y con cara de estar bastante agobiada. Toda la Unidad estaba patas arriba con la falta del Dr. Hoyos.

Inés.

No pudo evitar una punzada de deseo envuelta en irritación. No había respondido a sus llamadas ni tampoco al mensaje. Necesitaba resolver el malestar que se había apoderado de él desde que se despidieron la noche anterior, pero ella no parecía muy interesada en averiguar lo que pasaba.

—¿Al final se ha arreglado lo de tu guardia? —preguntó ella, sonriendo con simpatía.

—No, no se ha arreglado —respondió él secamente. La miró a los ojos, intentando descifrar qué era lo que pensaba. Su orgullo herido relampagueó con fuerza con la luz de aquella sonrisa. Ella lo observó unos segundos, interrogante, pero no dijo nada. Sabía que Inés se escudaba en su alegría al igual que él lo hacía en su hosquedad y mal humor. Reprimió las ganas de ofrecerle un millón de coronas por saber lo que sentía.

—Lo siento, vaya manera de empezar la semana —dijo al fin. Siempre amable, siempre cariñosa. La irritación creció junto con la sospecha de que no tenía ni idea de que él la había contactado—. ¿Te apetece comer algo? Yo voy a la cafetería —ofreció Inés, casual. Él la miró con expresión irónica.

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