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Eloy Tizón - Técnicas de iluminación

Aquí puedes leer online Eloy Tizón - Técnicas de iluminación texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Páginas de Espuma, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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    Técnicas de iluminación
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    Páginas de Espuma
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    2016
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Técnicas de iluminación: resumen, descripción y anotación

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¿Qué ocurrió realmente en la fiesta celebrada anoche? ¿Hubo alguna víctima? ¿Qué contiene la caja que nuestro jefe nos entrega en secreto, pidiéndonos que no la abramos, y dentro de la cual se detecta una agitación, un mínimo llanto? ¿Será un ser vivo o un mecanismo de relojería? ¿Quién es “esa otra persona que no nos interesa”, que suele aparecer en las relaciones de pareja casi siempre adosada al ser amado y de la que es imposible librarse? ¿De qué clase de apocalipsis huye esa familia que abandona la ciudad con lo puesto y termina vagando perdida por el bosque? En todos estos relatos hay un reverso de sombra, un vértice de silencio, algo que no se nombra directamente pero que es una invitación al lector para que se sumerja y participe en la construcción del sentido. Para que intervenga en la extraña normalidad de estos diez sueños, y pueda encontrar un poco de claridad o un lapicero contra la desdicha. Páginas que resplandecen con luz propia. Técnicas de iluminación.

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Eloy Tizón

Técnicas de iluminación

Eloy Tizón Técnicas de iluminación Primera edición digital mayo de 2016 ISBN - photo 2

Eloy Tizón, Técnicas de iluminación

Primera edición digital: mayo de 2016

ISBN epub: 978-84-8393-504-0

© Eloy Tizón, 2013

© De la imagen de cubierta: Cristina Prat Mases, 2013

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016

Voces / Literatura 193

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No juzgar. Todos los defectos son iguales. No hay más

que un defecto: carecer de la facultad de alimentarse de luz.

Simone Weil , La gravedad y la gracia

Fotosíntesis

(Acompañando a Robert Walser)

Uno camina y camina. Camina a la sombra. Camina al sol. No deja de caminar nunca, despacio o rápido dependiendo de los días. Da vueltas en círculo. Se empapa con la lluvia y se seca con la luz. ¿Por qué caminar tanto? No hay respuesta. No hay tiempo para analizarlo. Se trata de caminar, sin más. Y se camina. Adelante, siempre adelante. Por gusto, por hartazgo, por necesidad. A través de puentes y espesuras y concavidades y encrucijadas y lunes. Se atraviesan bosques, conventos. Se empujan masas de aire con las piernas. Se desplazan bolas de humo. Se cruzan ríos parecidos a locomotoras. Se tarda un mar o dos en llegar.

Cuando por fin se alcanza un destino, nada más amanecer allí, sin tiempo para descansar ni refrescarse la nuca, se emprende el camino de regreso. No hay necesidad de asentarse. La tarjeta del buzón es la confirmación de un fracaso. Los problemas empiezan siempre con una dirección postal. El nido es la tumba del pájaro. Todas las llaves, todas, las acuña Belcebú. Cuando uno nace el mundo está a medio hacer y cuando uno lo abandone seguirá poco más o menos lo mismo. Nada funciona como es debido, pero es que nada tampoco ha llegado a fastidiarse de manera concluyente. Así hasta la extenuación o el infarto. Hasta la siguiente parada. No hay prisa. Uno pisa barro, pisa escombros, pisa flores mojadas, pisa libros. Sube y baja escaleras. Mastica oxígeno o piñones. Se peina con el canto de las manos. Estornuda para dentro. Olfatea carretillas cargadas de remolachas, torres de heno, cestas de huevos. Descorcha una botella de sidra, a la salud de los presentes. Se zambulle en ciertos cuerpos nocturnos que debajo del corsé huelen a resina y a leche recién ordeñada, respira músicas, las acaricia.

Una mujer tranquila, con sus orillas húmedas. Nos sirvió una jarra de cerveza, luego una jarra de vino, luego una jarra de nata espolvoreada con canela. No quiso cobrarnos nada. Era la hija del posadero, aunque su verdadero oficio era el de comadrona. Se le transparentaba un poco el vestido. Las ganas de sonreír no se le acababan nunca. Su aldea estaba en fiestas, su esposo estaba en la guerra, no especificó en cuál. El cielo estallaba de cohetes, los músicos ambulantes tocaban hasta el desmayo celebrando la belleza trágica de la vida, los perros ya ni ladraban. Aquello era vivir. Abrazarla en el cobertizo era igual que amasar harina. Su piel, por descontado, también estaba en fiestas, también estaba en guerra. Tan hermosa que uno no sabía por dónde empezar a quererla. Antes de apagar la vela de un soplo, dio la vuelta al retrato de su esposo, que quedó mirando hacia la pared mientras aquello duró. Uno sentía que a su lado nada malo podía sucederle. Ella dijo, al tiempo que se anudaba el cordón del delantal, que rezaría por uno en sus plegarias. Los ojos le brillaban. Antes de despedirse ofreció su nombre en voz alta, con alegría: «Margarita».

Qué magnífico verano. Nada más sabroso que un domingo de sol al aire libre. Uno lleva el sendero en la sangre, nació con ello. Escapa de ese hormiguero leguleyo de pólizas e inventarios. Publicidad. Comisiones. Wassermann & Asociados, transacciones comerciales. Somos un pueblo con alma de ventanilla atornillados a su pluma y a su tintero, qué le vamos a hacer, una raza de chupatintas, con eso está todo dicho. Nuestra frase favorita es: que pase el siguiente. Esas torres de formularios (por triplicado), qué haríamos sin ellas. Cuando de negocios se trata, toda delicadeza es insuficiente, bien lo saben los tenderos y los registradores de la propiedad con sus escribanías de cuero. Una institución bancaria detrás de otra; sus cámaras acorazadas custodian lingotes de decencia y oro entrecomillado. Jaulas para canarios, dentro de las cuales se obstina un temblor amarillo. La mañana es deliciosa y los abetos son adorables, no hay más que verlos ahí plantados en toda su majestuosidad verde, uno se dobla ante ellos con reverencia. A sus pies, señora. Cualquier transeúnte de categoría que ahora salga de misa y nos vea creerá que uno está loco o borracho, haciéndole piruetas a un parterre, pero y qué. La vegetación simboliza el triunfo de la razón sobre el caos sanguinolento de las pasiones humanas. La luz está de nuestra parte. Hay como un borde de agua en los corazones. Todo centellea y está lleno de Dios, aunque sea un Dios municipal armado con una escoba de barrendero que la mayoría de las veces apenas existe o no se prodiga o es ciego. Uno siempre preferirá los pedestales que no tienen una estatua encima a los que sí la tienen; el aprecio que uno siente hacia mártires y héroes no es por cierto exorbitante; su estima, en suma, queda lejos de lo patológico. La acción supera al pensamiento; es mejor hacer cosas que soñarlas. Sin una pizca de épica, todo se vendría abajo en un segundo. En el duelo asimétrico entre la cigarra y la hormiga de la fábula, uno se declarará siempre partidario de la cigarra; antes cantar que acumular haces de leña para el invierno. Camarero, sirva otra ronda aquí a la concurrencia, uno invita. ¡La melodía por encima de la agenda!

Hora de comer. Nada sabe mejor que el tabaco de pipa fumado después de una comida opípara, ya lo decía mi tío Hans, que era alguacil. Uno es un inconformista, asiente ante la verdad, no le queda más remedio, por algo uno tiene como oficio ser medio escribiente medio charlatán de verbena. Para mantener fresca la mente no hay nada mejor que un rodeo. Uno camina a lo largo y a lo ancho, de frente y de través, en todas las direcciones. Pantanos y capitales, áreas de regadío y barrancos. Adelante, siempre adelante, con determinación y sin miedo. Jamás ceder, jamás retroceder un solo palmo del terreno conquistado al enemigo tras una empinada batalla. Los brazos son sus remos. Uno abre la boca y expele grandes bocanadas de aire que le hinchan los carrillos. Deja atrás bodegas y balnearios. Saluda a un repartidor en bicicleta que pasa zigzagueando, doblado bajo el peso de un fonógrafo: una obra de arte más genial que cualquiera de los cuadros que mancillan las paredes de, pongamos por caso, un palacio ducal, detrás de un cordón de terciopelo. Apoyado en su bastón de caña, uno emprende aventuras primorosamente grandiosas, desgasta las suelas de sus zapatos. Pide, en una sastrería, que le presten un termómetro. Todo es hola y adiós y unas décimas de fiebre. Uno duerme encaramado en las cornisas de los edificios o en el cable del telégrafo, se lava los pies en la luna, hace gárgaras de anís, silba a los racimos de plátanos, orina entre dos toneles, alquila un disfraz de policía y no gana para sustos. La meta siempre está más allá, al doblar la esquina, puede que uno la alcance en un millón de metros o en media hora, o dentro de cuatro inviernos y quinientas estrellas más. Algún día conseguirá su objetivo, uno no desespera.

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