Resistencias numantinas
Los antecedentes más indómitos del pueblo español
David Casado Rabanal
Resistencias numantinas
Los antecedentes más indómitos del pueblo español
Primera edición: Marzo 2016
Segunda edición: agosto 2018
ISBN: 9788491124177
ISBN eBook: 9788491124184
© del texto:
David Casado Rabanal
© de esta edición:
, 2018
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Contenido
La antigüedad mitológica de Es paña:
iberos y cartagineses, celtíberos y rom anos
- Sagunto, solo frente a la ambición de Aní bal
(219 a.n.e.) - Cauca, la mala conciencia del viejo Ca tón
(151 a.n.e.) - Numancia, mejor muertos que rendi dos
a Escipión (153-133 a.n.e.) - Calagurris, fiel al caudillo Serto rio
(75-72 a.n.e.) - Covadonga, Pelayo y los astures con tra
los emires (718-722) - Roncesvalles, la pesadilla de
Carlomagno (778) - Zamora, ni se r inde,
ni doña Urraca cede (1072) - Tarifa, un «alfil» llam ado
Guzmán el Bueno (1294)
Para mi mujer, una «resistente» en su lucha contra el cá ncer.
Introducción
¿Somos un pueblo indómito?
Es paña…
Sobre tu vida, el s ueño,
sobre tu historia, el mito,
sobre el mito, el sile ncio…
Poema de León Felipe (1884- 1968)
Resulta difícil expresar una síntesis más lograda sobre el devenir de nuestra nación como la que proclama León Felipe, poeta del exilio, con tan pocas palabras. Ciertamente, al abordar la historia española casi siempre es preciso despojarla de las muchas ensoñaciones, mitos y leyendas que la revisten o engalanan, incluyendo el maleficio de las perlas negras que aún brillan con luz propia. Es como si ella luciera contra su voluntad esos adornos que aún engatusan a muchas gentes, entre los cuales sobresale el mito que considera a los españoles un pueblo indómito e ingobernable y, a la propia España, un país quebrado y belicoso, producto tanto de sus escasos recursos y su abrupta orografía, como del cruce en la península de una infinidad de pueblos y culturas muy diversas. En definitiva, toda una geografía y un pasado tan singular que nos han convertido en ese «avispero» del que siempre conviene mantenerse a prudente dista ncia.
Esta percepción, fomentada sobre todo por los escritores románticos decimonónicos y los pueblos vecinos contra los que hemos rivalizado, sin duda nos viene desde muy antiguo. Ya en su Relazione di Espagna, el embajador de Florencia en la corte española Francesco Guicciardini (1512-1514), nos relata que en una entrevista privada con el monarca y regente de Castilla Fernando de Aragón, le preguntó: «¿Cómo es posible que un pueblo tan belicoso como el español haya sido conquistado, en todo o en parte, por cartagineses, romanos, vándalos o moros?». A lo que el rey le respondió: «La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que solo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en o rden».
Medio milenio después de esta conversación con el que fuera «el príncipe más poderoso de la Cristiandad», en opinión de Nicolás de Maquiavelo, la Península sigue siendo seguramente, en lo que podríamos decir su estado habitual, el laberíntico país que con tanta agudeza supo retratar aquel historiador británico enamorado de España que se llamó Gerald Brenan. Después de haber sido testigo de nuestra Guerra Civil, el obstinado viajero y escritor — del famoso Círculo de Bloomsbury — redactó un ensayo sobre nuestra historia, para intentar explicarse el duro y complejo carácter del pueblo español. El libro, titulado: El laberinto español, se publicó en plena Guerra Mundial (1943), e inmediatamente fue prohibida su difusión por la dictadura del general Fr anco.
Cuando pudo leerse entre nosotros, la obra ya tenía dos prólogos que todavía hoy nos siguen retratando como sociedad: «España —nos dice Brenan— es el país de la patria chica, en el que predomina el aldeanismo y la imposibilidad de coincidir en el interés general (…) al resultar un conjunto de pequeñas repúblicas, hostiles o indiferentes entre sí, agrupadas en una federación de escasa cohesión. En otros países, el respeto al Estado pudiera haber actuado como influencia moderadora, pero en España, ni un solo partido abrigó nunca ese sentimiento (…) En sus mejores épocas, España es un país difícil de gobernar. Las mismas causas que han hecho de los españoles el pueblo más vigoroso y humano de Europa, les han condenado a largas etapas de estancamiento político y de inoperancia (…) La larga y amarga experiencia que los españoles tienen del funcionamiento de sus instituciones y de la burocracia, les ha llevado a subrayar la superioridad de la sociedad sobre el gobierno, de la costumbre sobre la ley, del juicio de los vecinos sobre las formas legales de la justicia (…) La mala enseñanza de la historia ayuda a que los españoles no tengan una visión crítica sobre su pasado, y la prepotencia de la Iglesia es paralela a la sumisión del Estado a sus de seos».
Por amargas que nos resulten estas apreciaciones, hemos de admitir lo mucho que tienen de certeras y lo bien que explican las enormes dificultades que en España siempre han existido para ejercer una acción de gobierno que no fuera autoritaria, y todas ellas han contribuido, significativamente, al descrédito de la política. Pero aun así, creo sinceramente que nuestra sociedad ha cambiado, y hoy no resulta posible compararla con la existente en la época en la que Brenan escribió su ensayo. Por el contrario, pienso que tras la traumática experiencia de la Guerra Civil y la odiosa Dictadura que la siguió, los españoles hemos descubierto la tolerancia política, social y religiosa, al tiempo que abominamos del guerracivilismo, y desde la Transición albergamos la esperanza de que la democracia permanezca y fructifique entre noso tros.
Volvemos incluso a sentirnos tan confiados en el futuro, y en las buenas intenciones de nuestros socios y aliados de la Unión Europea, que no nos importa demasiado continuar desorientados y desinteresados respecto a las lecciones del pasado. Quizá ello explique en parte el desinterés por nuestra Historia, pese a la fecunda labor de estudio y divulgación que están llevando a cabo los historiadores del gran plantel con el que ahora cont amos.
«El hombre no tiene naturaleza —afirmaba José Ortega y Gasset—, lo que tiene es historia». De ahí la importancia de conocer la nuestra, como la mejor manera de abordar toda la mitología, o mejor, el imaginario colectivo que explica la conflictiva manera de ser del pueblo español, que más que materia de estudio para la Historia lo es para la Antropología. Ya advertía el filósofo francés —de origen rumano— Émile Cioran: «que un español siempre da la impresión de que echa de menos algo», percatándose, con su agudo talento, de nuestra compleja y a veces acomplejada psicología colectiva, lo que viene a justificar mi interés por indagar, además de en nuestra historia, en ese imaginario social fruto de los si glos.
El propósito no es otro que tratar de averiguar lo que pueda haber de cierto en esa leyenda, la cual, desde muy antiguo, nos atribuye a los hispanos un carácter indómito e ingobernable, que, como pensaba Gerald Brenan, nos hace tan diferentes del resto de los pueblos europeos. La cuestión pudiera parecer baladí, de no ser porque en la historia española abundan los personajes de este porte junto con los estallidos sociales más indómitos. Unos y otros han resultado ser uno de los motivos recurrentes de nuestra literatura épica, y han servido y sirven para la construcción de la identidad naci onal.