La historia de un chaval dotado de una fuerza mental superlativa que se convirtió en el primer especialista sin fisuras en uno de los deportes más exigentes.
Primero le descubrieron una anomalía cardíaca. Después vio cómo le impedían correr fuera de España. Luego peleó por la verdad. Compitió prófugo, con una orden gubernamental que le prohibía disputar hasta una carrera popular junto a su casa. El talento lo tenía, pero Javier Gómez Noya necesitó una tremenda capacidad mental para superar los reveses que la vida le planteó ya desde muy joven. Jamás bajó los brazos. El dolor le hizo más fuerte y, ya libre para competir y vigilar su salud, se convirtió en el primer deportista en conquistar cinco veces el Campeonato del Mundo de triatlón.
Un atleta capaz de reinventarse y cuya esencia captura su mítico triunfo en la recta de Hyde Park en 2013. Un relato hilvanado con la implicación del pentacampeón del mundo y todo su círculo. Una epopeya asombrosa, tan rodeada de intrigas y desengaños que casi constituye un thriller alrededor de un deportista admirado en todo el planeta.
Una leyenda ganada a pulso, golpe a golpe, triunfo a triunfo.
Paulo Alonso & Antón Bruquetas
A pulso
La historia de superación de JAVIER GÓMEZ NOYA
ePub r1.0
Banshee 17.09.17
Título original: A pulso
Paulo Alonso & Antón Bruquetas, 2015
Editor digital: Banshee
ePub base r1.2
PAULO ALONSO LOIS (A Coruña, 1977) se licenció en Periodismo en Santiago de Compostela y trabaja desde 1999 en La Voz de Galicia. En 2003 publicó su primer reportaje sobre Javier Gómez Noya, cuya evolución ha vivido muy de cerca. Cubrió los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y los de Londres 2012, entre otros grandes eventos deportivos.
ANTÓN BRUQUETAS (Ferrol, 1979) es licenciado en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU de Madrid y trabaja en La Voz de Galicia desde 2008.
Prólogo
por MANUEL JABOIS
«El cuarto puesto de Pekín me dejó muy afectado, más de lo que la gente pueda pensar porque tampoco lo exterioricé. Había sufrido muchísimo para llegar a la carrera. Había aguantado el dolor y me había entrenado lo mejor que podía bajo aquellas circunstancias. Había dado absolutamente todo lo que tenía en la competición y me quedé a las puertas de las medallas. Eso es parte del deporte y lo entendí. Pero cometí el error de leer la prensa y ver comentarios de gente que realmente me afectaron porque los consideraba injustos. Periodistas deportivos que ignoraban el triatlón durante los cuatro años que dura el ciclo olímpico, y que apenas conocían el orden en el que se disputaban los tres deportes, de repente hablaban como expertos, criticando duramente mi actuación y acusándome de no haber podido con la presión. En ese momento también entendí lo que significan los Juegos Olímpicos, donde los deportes pequeños se vuelven grandes a nivel mediático por unos días. Todo el mundo opina y todo el mundo sabe.»
Javier Gómez Noya y nosotros, los periodistas
Q uienes conocen de verdad el frío de la cumbre son los montañeros enterrados en la nieve: sus hijos suben cuarenta años después y los encuentran más jóvenes que ellos. Javi Gómez Noya no conoce la cumbre de verdad pero ha probado su frío: el de las amistades maltrechas, el juego de lealtades, las compañías que no revelan su naturaleza y, por encima de todo, cuando deja atrás todo eso, el frío del cuerpo si la cabeza va por delante. Ese momento en el deporte de élite en que el cerebro está a una cosa y el cuerpo a otra es la aplicación cruda de Platón y sus famosas neuras: ¿es connivencia o escisión?
Dos de las mayores explosiones de Gómez Noya, Londres 2013 y Yokohama 2015, se produjeron en un momento en el que parecía imposible ya no que Javier superase a Brownlee, ese agente Smith que ocupa cuerpos, sino que llegase a sus propias piernas: que las órdenes de su cerebro no se perdiesen en algún lugar como se perdió Alegría en Inside Out mientras se derrumbaban islas. Por eso el espectáculo tiene una consideración filosófica: Gómez Noya esprinta contra su rival y también contra sí mismo, contra su naturaleza. En Londres y Yokohama, al final de una larga carrera, Javier se había elevado como la ciudad de Torrente Ballester, esa que era Castroforte de Baralla en la ficción y que en la realidad era Pontevedra.
Pontevedra es una ciudad que poco a poco se ha ido abriendo al río. Después de muchas décadas creciendo a su espalda como si las aguas fuesen un barrio oscuro, Pontevedra, además de echar un puente nuevo como quien echa un diente, empezó a abrevarse allí y a llenarlo de canoístas y nadadores. Aquí, en el embalse del Pontillón, en las carreteras, en los caminos, levantaron su leyenda David Cal y Javi Gómez Noya, dos figuras históricas. También en esta ciudad consumó Gómez Noya una derrota que pasado el tiempo se ve poéticamente necesaria: un naufragio entero. Antón Bruquetas y Paulo Alonso, autores de esta cirugía inédita de la vida de Javier Gómez Noya, la primera biografía de un superhéroe, quizás el más grande de todos, lo cuentan de forma insuperable: «Javier tragó agua a nado, se ahogó en estrés, quedó rezagado y tuvo que remontar en el tramo ciclista. “Iba muerto, con sensación de sed. Empecé a correr por honor. A pie, los Brownlee se fueron muy pronto, así que pensaba ya en una tercera o cuarta plaza”. Las piernas remoloneaban, faltaba el aire. Vio pasar rivales. En una zona medio oculta por el graderío de la recta de meta del Estadio de la Juventud, se paró. Quizá lo mejor era retirarse y zanjar esa agonía. Y de pronto escucha una voz familiar. “Voy suave, ven conmigo. Ha venido toda esta gente a verte y tienes que acabar. Hazlo por ellos”. Iván Raña, su viejo amigo, le rescataba en uno de los instantes más amargos de su vida. Continuaron hablando. Conversación para anestesiar la frustración. Puestos 40 y 41 para dos gigantes, un palo para Javier similar al de Iván en Atenas 2004».
La luz verde del embarcadero era cuanto veía de noche Jay Gatz antes de acostarse. Lo había conseguido todo en la vida, dinero, poder, influencia, pero solo había sido un medio para conquistar lo único que le faltaba: el corazón de una mujer. La luz verde del embarcadero brillaba en la mansión del matrimonio Buchanan y Daisy Buchanan era la mujer por la que Jay Gatz, el gran Gatsby, se propuso «repetir el pasado». Esa luz simboliza lo que nos falta, lo que a pesar de nuestra ambición y nuestro talento y nuestra fortuna, nunca podremos lograr. Todos necesitamos una. Siempre hay que vivir con una derrota íntima arrastrándola como un falso miembro, una parte amputada de nuestro cuerpo que insistimos en usar a pesar de que no se mueve. Es probable que Pontevedra 2011 sea ese fracaso que Gómez Noya utilizó para coger impulso, para seguir viendo desde la cumbre, bajo un frío de esquimales y rodeado de cadáveres más jóvenes que él, la luz verde que necesita para seguir corriendo hasta que no pueda más.
Por eso es necesario leer este libro. Habla de Gómez Noya como excusa para hablar de cosas necesarias. Cuando empezaba a acariciar el cielo, a Gómez Noya se le encontró una supuesta malformación congénita del corazón que enfrentó a médicos suyos y del Consejo Superior de Deportes. Él podía competir y así se lo aseguraban sus médicos. El CSD le retiró licencias: no iba a matarse en la carrera. Saleta Castro dice en el libro: «En muchos medios de comunicación había sido un chico que podría llegar a ser el mejor del mundo y de repente parecía un loco que se podía morir en cualquier triatlón». «Era casi un prófugo cuando apenas un año antes había sido octavo del mundo». Merece la pena acercarse con cuidado a los pasajes en que Bruquetas y Alonso recrean esa situación espléndidamente. Otra vez la cabeza llegaba donde no llegaba el cuerpo, y otra vez Gómez Noya lo pone todo en el mismo plano para superar a los Brownlee y a los directivos que querían que viviese como una planta a la que se le priva de luz y agua.