Prólogo
—Vos tenes que poner un aviso en el diario que diga: «Recupere a su ex novia» —me dijo un día mi hermano.
Hernán, cuatro años menor que yo, siempre me había visto como una especie de gurú en el tema «consejos sobre mujeres».
Para él era una gran ventaja tener un hermano mayor. Alguien que pudiera decirle, por ejemplo, que había sido un error arreglar con una chica para que fuera ella la que llamara, porque se quedaría tranquila sabiendo que cuando ella quisiera levantaría el tubo y llamaría. En cambio, si era él quien había dicho que llamaría, la que iba a estar pendiente del teléfono iba a ser ella.
O, como en otra oportunidad, cuando la novia de turno de mi hermano estaba agrandada y le daba poca bola, mi consejo fue que directamente le dijera que quería cortar. Ante su mirada de sorpresa le expliqué que si ella realmente estaba en otra iba a aceptar sin más su decisión. En ese caso no tendría sentido seguir con una mina a la que ya no le interesaba estar con él. Y si sólo se estaba haciendo la estrella, con su gesto ella iba a reaccionar, trataría de convencerlo de que no la dejara y asunto solucionado.
Esos consejos aparentemente elementales eran para Hernán como una especie de recetas mágicas que hacían que todo funcionara.
Es que cuando uno ve los problemas desde afuera, los ve con la cabeza fría.
Por otro lado, para mí era una satisfacción poder evitarle un dolor de cabeza, o más bien de corazón. Además, yo sabía perfectamente lo que se siente en esos casos: ese nudo en el pecho, esa falta de voluntad para hacer cualquier cosa, esa necesidad de que la mina te abrace llorando y te diga cuánto te quiere.
Y lo que yo sentí en algunas oportunidades no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Esos sentimientos de abandono, de engaño, de frustración, de angustia y de impotencia frente a determinadas situaciones amorosas eran sin duda la verdadera razón por la cual me nacía esa vocación de ayudar.
De ahí que no solamente fuera mi hermano quien venía en busca de orientación sobre el tema, sino también sus amigos y los míos. Y como consecuencia de los buenos resultados, también venía algún que otro amigo de un amigo.
Las experiencias que me habían dejado algunas de mis relaciones, sumadas al éxito alcanzado por varios de los que habían venido a mí por consejos, hicieron que cada vez fueran más las personas que me elegían a la hora de buscar una orientación en temas amorosos. Para mí realmente era un placer ayudarlos a ver una realidad que ellos mismos esquivaban, a terminar con el juego perverso de una mujer o a redactar una carta de reconciliación tras alguna tonta metida de pata.
—Te digo en serio, ponemos una oficina y un aviso en el diario que diga: «Recupere a su ex novia» —insistió Hernán.
—¡Vamos que ya están los chori! —gritó mi cuñado desde la parrilla y obviamente la conversación quedó trunca.
¿Qué tema no se corta a las dos de la tarde de un domingo ante ese grito de guerra?
Un año más tarde llego a casa y me encuentro con que mi hermano se ahogaba en sus propias lágrimas. La minita de turno lo había dejado. La situación era extraña porque no se trataba de un noviazgo largo, sino de una historia nueva de la cual nadie sospechaba que tuviera tanta importancia para él.
—¡Pero déjate de hinchar las pelotas! ¿Quién es? ¿Pamela Anderson? —le dije indignado.
A Hernán no le importaba nada. Aparentemente se había enamorado. Por algo en algunas culturas antiguas, cuando te quieren maldecir, te dicen: «Que te enamores».
Un clásico: la nena nueva se había ido de viaje y regresó «confundida». «Que vos esto… que vos lo otro…»
Aparentemente mi hermano era el culpable de su confusión.
Del tipo que seguramente había conocido en el viaje no dijo ni mu. Y bueno… así son. Expertas en echarnos la culpa. Y lo peor de todo es que les creemos y duplicamos nuestro dolor, porque no sólo nos angustiamos por perderlas sino que además supuestamente las perdemos por nuestra culpa. Y queremos cambiar lo que «ellas dicen» que les molesta cuando —aparentemente— ya es tarde.
La estrategia de recuperación de aquella chica a quien mi hermano y yo bautizamos «la pequeña alimaña» duró un año.
Un año de hacer las cosas bien. Como corresponde a un hombre con dignidad y orgullo y que no depende de una mujer para vivir. Cosa difícil de lograr porque todo hombre en esas circunstancias pierde la dignidad, el orgullo y depende de esa mujer para vivir.
Claro que no todas las mujeres son recuperables, pero si se aplican los métodos correspondientes, las posibilidades aumentan un doscientos por ciento. Y en este caso le tiramos con toda la artillería.
Éste fue uno de los últimos grandes éxitos que logré aconsejando a mi hermano e incluso me atrevo a decir que se nos fue la mano, porque hoy la feliz pareja son marido y mujer.
Unos meses después de su casamiento, seguramente reflexionando sobre las estrategias aplicadas en un pasado cercano, nuestras largas charlas, nuestras conjeturas y los posteriores buenos resultados, mi hermano reapareció con una nueva propuesta: «Tenes que escribir un libro para recuperar mujeres».
Su argumento fue convincente: «No podemos quedarnos de brazos cruzados viendo cómo los hombres se rebajan ante las mujeres, cómo equivocan el camino para recuperarlas y lo que les cuesta ver la realidad y sacarse de la cabeza a una mujer que evidentemente no vale la pena, teniendo las herramientas para ayudarlos».
Ese día no sólo no aparecieron unos humeantes chori que desviaran el tema sino que el efecto de las caipirinhas que nos estábamos tomando lo potenció. Fue entonces cuando comenzamos a darle forma en nuestras mentes a «Mi novia. Manual de instrucciones», mi primer libro sobre el tema. El mismo salió a la venta en diciembre de 2001 y todo lo que sucedió a partir de su lanzamiento fue increíble. Inesperadamente comencé a recibir e-mails de lectores con felicitaciones, agradecimientos y también «consultas».
Me llamo Carlos y soy un lector de tu libro… tal vez puedas ayudarme, estoy desesperado. Hace unos quince días me dejó mi novia, con la que teníamos una relación maravillosa desde…
Yo respondía a cada e-mail con el mayor de los esmeros. Al tiempo tuve que crear un sistema de archivos para poder seguir el hilo de los problemas de tantos lectores, dado que cada uno me escribía como si fuera el único.
Luego comenzaron las invitaciones a comer pizza o algún que otro asado con grupos de lectores, amigos entre sí, quienes disfrutaban contándome sus experiencias.
Las recomendaciones boca a boca sobre mi libro hacían que recibiera cada vez más consultas. Al ver que tantos hombres buscaban ayuda, me empezó a rondar en la cabeza la idea de crear una página web de asistencia a hombres que sufren por amor.
Si bien yo no tenía mucha idea sobre informática, estaba seguro de que, cuando tenes una idea clara y un proyecto al cual le pones entusiasmo, el universo conspira a tu favor.
Y como si se tratara de una conspiración universal, un día vino mi amigo Claudio a contarme que se había organizado una reunión de egresados «de todas las épocas» de nuestro querido colegio secundario, el Instituto Sarmiento de Flores, en un bowling muy grande de Belgrano. Seguramente, al tratarse de un evento importante, alguien habría alquilado el lugar especialmente.
Esa noche, para estacionar, tuve que dar como doscientas vueltas. Llegué al local con una hora de atraso.
Éramos cinco.
Y bueno… ya estaba ahí.
A mi lado se sentó un tal Eduardo, que había egresado cuatro años antes que yo y se había dedicado a la computación. Mi idea de armar una página web de ayuda a hombres abandonados por mujeres le pareció estupenda e inmediatamente comenzamos a darle forma al proyecto. Al poco tiempo de ese encuentro ya estaba online.
El site, además de información sobre cómo actuar ante una ruptura amorosa, contaba con un sector de consultas que llegaban directamente a mi casilla de e-mail. Pocos meses más tarde, y debido a la cantidad de pedidos de asistencia recibidos, se nos ocurrió cambiar el sistema por un foro de ayuda.