Ricardo F. Colmero - Los penúltimos días de Escohotado
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- Libro:Los penúltimos días de Escohotado
- Autor:
- Editor:La Esfera de los Libros
- Genre:
- Año:2021
- Índice:4 / 5
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Los penúltimos días de Escohotado: resumen, descripción y anotación
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© Ricardo Fernández Colmenero, 2021
© Antonio Escohotado Espinosa, 2021
© La Esfera de los Libros, S.L., 2021
Avenida de San Luis, 25
28033 Madrid
Tel.: 91 296 02 00
www.esferalibros.com
Primera edición en libro electrónico (mobi): junio de 2021
ISBN: 978-84-1384-154-0 (mobi)
Conversión a libro electrónico: J. A. Diseño Editorial, S. L.
Índice
Dedicatoria
Citas
EL ESPECTRO
1. Fonética noruega y geología de Islandia
2. 300.000 kilómetros por segundo
3. Pistola
4. Bozal
5. Ødegaard
6. Traductores
7. Herida
EL DE LAS DROGAS
8. Fumando porros
9. ¿Me estás pidiendo que te dé alguna droga?
10. Yonquis
11. Cobaya de la humanidad
12. Magia, farmacia, religión
13. Maradona
14. Amiguetes drogotas
15. La octava mujer de Barba Azul
DESMONTANDO LO POLÍTICAMENTE CORRECTO
16. El vecino de Pablo Iglesias
17. Premio Nobel
18. Lujuria del intelecto
19. Las brujas
20. Un mundo «deslibinizado»
21. Nazis y bolcheviques
22. Hernán Cortés
23. Neymar, pantera negra
24. Memoria histórica
LOS AMIGOS DEL COMERCIO
25. Presidente de Estados Unidos durante veinticuatro horas 26. Partido de la Humilde Reforma. Programa electoral
27. La caída del Estado autonómico
28. Los chinos
SOBREVIVIR A LA MUERTE
29. «Black Mirror»
30. Dios
31. Sócrates «vs» Jesucristo
Epílogo
Créditos
A mis padres
Y cómo se resiste la gente a devolverle al planeta los átomos prestados.
FERNANDO ARAMBURU, Patria
Cómo me metí en este trance, nunca lo sabré.
Es realmente increíble. Seré ejecutado por un crimen que jamás cometí. Claro que, ¿no está toda la humanidad en el mismo bote? ¿No es toda la humanidad ejecutada al fin por un crimen que no cometió?
WOODY ALLEN, La última noche de Boris Grushenko
EL ESPECTRO
Fonética noruega y geología de Islandia
Veo a otros viejos de mi edad intentando evitar, o saber, lo inevitable, y me da pena, yme da orgullo. Pena de ellos y orgullo de haber llegado a mi situación, dondeprestarle atención a la fonética noruega y a la geología de Islandia, es lo único queme permite sentir lo previo, es decir, si la vida se despide, yo me despido antes, ¿túpataleas ante lo inevitable? Yo no.
Tardé un buen rato en darme cuenta de que Escohotado había muerto. No es que sea muy despistado, pero el hecho de que el cadáver hablara, comiera y no parara de reírse logró confundirme. Podía haber creído que era un fantasma. Eso sí. Por culpa de una camisa blanca que flotaba en su esqueleto de alambre y que le daba cierto aire de hospitalizado en un manicomio, o de filósofo griego, o de espectro adlib. O de todo eso junto.
El profesor había quedado reducido a una escuálida estatua de mármol a la que se le leían las venas como garabatos en un pergamino. Ahí estaba escrita la primera lección, que el saber no solo no ocupa lugar, sino que parece devorar la materia. Daba la sensación de que en cualquier momento Escohotado iba a consumirse en una nube junto a su cigarrillo, como la bruja malvada del oeste, dejando tras de sí la camisa blanca y su anillo rojo.
El mar de septiembre en Pou des Lleó dibuja un mosaico de azules imposibles, de esos que desinfectan los ojos, pero la estatua de mármol fuma de espaldas. Al principio pensé que no le gustaba el mar, o que estaba harto de verlo, o que no quería que le distrajera de lo que se le pasaba por la cabeza. Pero no era eso. Escohotado ya se había despedido del mar. El mar, simplemente, ya no estaba allí y nadie iba a refutar esa tesis, y mucho menos sus propios ojos.
En junio, nada más acabar el estado de alarma, Escohotado, a punto de cumplir setenta y nueve años, y que apenas puede caminar, abandona a su tercera mujer y a su séptima hija en su chalet de Galapagar, y se muda a vivir en completa soledad a una cabaña en la isla de Ibiza: «Buscaba un asilo, un sitio distinto de mi casa para pasar losúltimos días de mi vida, y aquí me quedo… indefinidamente».
Al parecer tenía cosas que hacer. Cosas importantes.
Trabajar, trabajar, yo trabajo. Me despierto, enchufo el ordenador, que ahora es mibiblioteca, y me pongo a estudiar. Un día es la fonética noruega, otro la geología deIslandia, otro los padres de Kant, a eso llamo trabajar, y lo llevo haciendo setenta ybastantes años. Y ya ves, me ha rentado bastante. Llamo estudiar a cualquier cosa quesea olvidarte de ti, de tu familia, de tu círculo inmediato, de tus necesidades, de tusintereses, como una especie de alivio, de decir mira lo otro, lo otro es genial.
A los pocos días de conocernos pude confirmar lo que empezó siendo una incómoda sospecha. Escohotado llama estudiar a lo que el resto llamamos leer. El profesor recuerda todo lo que se le dice, casi textualmente, y todo lo que lee, casi textualmente, como una maldición. A veces parece que habla leyendo. Que sin moverse se levanta, va a la estantería a buscar el libro que necesita, lo abre por la página que le has preguntado y lee en voz alta. Eso anula cualquier posibilidad de mantener una conversación normal, de esas en las que te puedes permitir poner en duda los recuerdos del interlocutor para rectificar o sacar provecho.
El cadáver puede recitar palabra por palabra un mail intrascendente que le mandaste hace semanas; fechas y apellidos de la historia de la humanidad, con la precisión de quien hubiera estado allí en ese preciso instante y tan cerca como para no
olvidarlo. Pero también temperaturas, porcentajes de casi todo lo porcentuable a lo largo del tiempo, como si interpretara a uno de esos personajes que hacen de listos en El ala oeste de la Casa Blanca; leyes persas, nombres de físicos, de astronautas, de químicos, incluyendo las drogas que probaron; propiedades de proteínas, plazos, velocidades de objetos extintos, millones de euros, títulos de libros, a veces con los nombres y apellidos de las personas que los leyeron; números de página, uniones temporales de empresas, poemas en griego, cuentas de resultados, teoremas, probablemente todos los teoremas. En directo, a veces, da miedo.
A unos 400 metros del chiringuito, ascendiendo una suave colina, se encuentra el Olimpo de Pou des Lleó. Por allí se aparece de repente, al final de un sendero de grava de unos 150 metros y al lado de una higuera chumba sin cobertura, una cabaña prefabricada de madera, que parece mudar de piel como una serpiente. Da la sensación de que cayó allí, en ese punto absurdo, como desplomada tras un viaje a bordo de un huracán. Dentro hay una habitación con baño, un salón y una pequeña cocina. Huele a la combustión de tres paquetes diarios, a hierba mojada, a cerveza caliente y a cama deshecha. Sobre la mesa hay un portátil y una silla, en la que el profesor confiesa no pasar menos horas de las que pasaría en un sarcófago, siguiendo con el índice una lectura digital, como un monje medieval copiando hasta la muerte el mismo libro en el sótano de su abadía, a punto de dejar a medias una mayúscula inmensa salpicada de dragones, antes de que otro ocupe su lugar.
Me recordó a un párrafo de El infinito en un junco, de Irene Vallejo, que tuiteó hace poco mi amigo David Álvarez:
Durante sus últimos meses, mi padre dedicó muchas horas, y las pocas
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