Lo que no digo
cantando
RICARDO
MONTANER
Lo que no digo
cantando
© 2009 por Ricardo Montaner Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América. Grupo Nelson, Inc. es una subsidiaria que pertenece completamente a Thomas Nelson, Inc. Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson, Incwww.gruponelson.com
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.
A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la Nueva Versión Internacional® NVI® © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Usada con permiso.
Diseño: Grupo Nivel Uno, Inc. Fotografías en el interior por: Raúl Touzon, Héctor Montaner y otros.
ISBN: 978-1-60255-305-7
Impreso en Estados Unidos de América
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Al Verbo... al «Yo soy»...
Al que perdona y olvida...
Al que me puso en tus manos para que me leas...
A quien estaba al comienzo de todo...
Al Eterno...
A quien pone las palabras en mi corazón y me mueve las manos cuando me siento a escribir...
¿Qué sería de mi hogar, Señor?
Sin mi fe y sin mis columnas para soportarlo.
A Marlene...
mi rebaño... Ale, Héctor, Ricky, Mau y Evaluna
Contenido
A Dante Gebel, por haberme impulsado a través de sus palabras y amistad a escribir este libro.
Al doctor Ruiz, por llevar con éxito y paciencia la gestión con Grupo Nelson.
A la editorial Grupo Nelson, muchas gracias por su confianza en esta nueva aventura.
A Julio Mariano, por su estrecha colaboración y amistad en el proceso de este parto.
¿Cómo hacer para gestionar un pasaje al cielo con la seguridad de que no te van a tirar la puerta en la cara? ¿Cómo saber si me espera la mesa servida para comer a Su derecha?
¿Qué tan próximo a Su cabecera voy a estar?
¿Se dirigirá a mí con voz audible, me mirará de vez en cuando? ¿Me va a dar ese abrazo por el cual he orado todos estos años?...
¿No te has hecho esas preguntas alguna vez en tu vida?
Me refiero a si, alguna vez, has hecho algo para merecer todo esto.
Pues si no es así, ¡dale una «apuradita»! ¿Qué pasaría si viene Dios a buscarnos y no estamos listos para irnos con Él?
La respuesta a todas tus preguntas la vas a encontrar en el rincón más insospechado de tu vida —y el más fácil de encontrar. En ese lugar por el que pasas siempre… al lado de la mesita de entrada, o en el armario donde guardas todas tus negaciones, tus frustraciones, tus sueños no cumplidos, el fracaso y las apariencias que sacas a pasear los sábados en tu auto nuevo.
No te preocupes, yo también caí en eso; es más, caigo aún a cada rato.
Lo bueno de todo es que con el Señor, que me salvó, no tengo rollo con pedirle que me levante una y otra vez. Él es fiel, entró en mi corazón y ya no sale más, por mucho que me merezca que se vaya. ¡No se va a ir! Ya soy parte de Su equipo, de Su personal. Voy reflexionando en esto mientras viajo de Miami a Maracaibo.
Quiero estar unos días en Maracaibo para airearme, ya que Miami está lleno de maracuchos.
Te cuento el escenario para que veas solamente que un momento de reflexión y de convivencia con el Señor se puede tener en cualquier parte y a cualquier hora.
Sepan que están en mis oraciones. Pido por ustedes cada mañana para que no pase un minuto más de su vida, perdiéndose de esta maravilla, de este vuelo de pájaro libre… ¡de este síndrome de felicidad incurable que se llama Jesús!
Y BUENO, ¿Y AHORA? ¿CÓMO EMPIEZO?
Tanto, tanto y tanto prepararme para este momento. Tantos lápices a mi lado con punta fina y papel suficiente para no tener ni siquiera una palabra que pueda dar inicio a esta extraordinaria aventura. Se me ocurre empezar por despejar una incógnita que tiene que ver con el título de una de mis canciones más acertadas: ¿Llegué a la cima del cielo? ¿Estoy en la cima del cielo? ¿Dónde queda esa cima de ese cielo?
Tengo un pequeño botoncito que descubrí a un lado del corazón que se llama recuerdo. Voy a tocarlo a ver qué pasa…
Silencio absoluto, un enorme precipicio me hace volver al pasado…
De repente, me encuentro en el cruce de la calle 33 y la 7ma. Avenida de Nueva York. Estoy frente al Madison Square Garden y mi nombre parpadea en el gigantesco cartel exterior. Anoche estuve aquí —cuando nadie observaba— para mirar a solas ese cartel. Hoy no puedo hacerlo, debo escabullirme entre la gente que está entrando para verme.
Anoche, por un momento, mi memoria fue mucho más atrás aun, y no puedo decir otra cosa que: ¡Uau! ¿Quién me lo hubiera dicho? ¿Cómo iba a llegar yo aquí? En Maracaibo, el cartel más iluminado que había era el de «Casa Paco», un bar restaurante donde solía ganarme mis primeros bolívares, y ahora estoy parado aquí, frente al coliseo más grandioso del mundo, el Madison: «The Greatest Arena in the World». Por allí han desfilado los artistas más populares del planeta, como: Héctor Lavoe, Frank Sinatra, Jethro Tull, The Doors y la propia Marilyn Monroe, cuando le cantó el famoso «Feliz Cumpleaños, Señor Presidente», a John Fitzgerald Kennedy.
Diecisiete mil personas esperan en los asientos para verme cantar y puedo sentir el enorme peso de lo que esa responsabilidad significa para cualquier artista. Y sobre todo para mí, que vengo de cantar en taguaras —bares de lo peorcito— y ferias patronales, y en todos los festivales de provincia del Perú. Allá por el 1979 y el 1980: Chiclayo, Ancón, Sullana, Papato y, el más importante, el festival de Trujillo. Esa fue mi escuela, ese fue mi conservatorio, la calle, la tarima, de allá vengo.
Confieso que en otras ocasiones he tenido la dicha de estar en escenarios muy importantes como este: el Teatro Teresa Carreño en Caracas, el Auditorio Nacional en Ciudad de México, el Estadio Luna Park de Buenos Aires, el Coliseo José Miguel Agrelot, el inolvidable Bellas Artes de San Juan, Puerto Rico, la Quinta Vergara en Viña del Mar, el Campin en Bogotá, La Plaza de Toros cubierta de Monterrey, por mencionar algunos. Pero el Madison posee una mística incomparable, algo así como la meca para cualquier artista. ¡Uau! Me digo nuevamente. ¡Uau! ¡Mi primera oportunidad en el Madison Square Garden! ¡Mi primer concierto aquí! ¡Y cobrando! Hasta hace un tiempo hubiera pensado que tendría que pagar para cantar aquí. Me trae la radio de Raúl Alarcón padre, ese hombre apuesta por mí, se la juega y aquí está la respuesta. Es el año 1992.
La multitud, eufórica, aguarda los minutos finales antes que me toque salir a escena. Siento la misma adrenalina de aquellos días, de donde vengo, cuando a los catorce años tocaba en una pequeña iglesia de Maracaibo con mi grupo Scala, un intento de banda de rock. Claro, que por aquel entonces era el gordito baterista de lentes extraños, pelo largo y unos ridículos frenazos de bicicleta por bigote. En fin, un anónimo, un invisible, un seguro candidato a pertenecer al bando de los fracasados, de los que están pero que aún no se han enterado, de los que están pero aún no han llegado a ninguna parte. De esos que arriban a la fiesta pero nadie sabe cómo llegaron allí. Es más, no se notan en ella. De los que en lugar de vivir, transcurren.
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