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Santiago Gamboa - Una casa en Bogotá

Aquí puedes leer online Santiago Gamboa - Una casa en Bogotá texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial Colombia, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Santiago Gamboa Una casa en Bogotá
  • Libro:
    Una casa en Bogotá
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial Colombia
  • Genre:
  • Año:
    2014
  • Índice:
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Una casa en Bogotá: resumen, descripción y anotación

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La nueva novela de Santiago Gamboa que no se pueden perder


Gracias al Premio Internacional Rubén Bonifaz
Nuño, en la categoría de ensayo, el filólogo nar rador
de estas pág inas puede comprar su casa. Después de
toda una vida de desearla, de obser varla, de acercar se
a sus paredes de piedra y ladrillo rojo para descifrar el
enigma de su atracción, logra por fin saberla suya, y
en el momento en el que franquea el umbral como
su dueño, reconoce en ella su destino, su lugar en el
mundo, el espacio a la medida de sus gustos y de su
concepción de la vida.
La instalación en esta vieja casona bogotana es un
proceso paciente y, más que físico, reflexivo y memorístico.
Pues cada r incón, la madera de los pisos, los
baños, el comedor, la vajilla, la biblioteca, las habitaciones,
la mansarda, incluso el bar rio entrevisto por las
ventanas, dan pie a un viaje fascinante por la vida del
protagonista. Conocemos de su existencia itinerante
en compañía de su tía, sus preocupaciones intelectuales,
su amor por los libros y la lengua, sus ricas exper
iencias sexuales, su descubrimiento del lado oscuro
de las ciudades, así como las estelas de una remota
tragedia que lo persigue desde la niñez.

La nueva novela de Santiago Gamboa que no se pueden perder


Gracias al Premio Internacional Rubén Bonifaz
Nuño, en la categoría de ensayo, el filólogo nar rador
de estas pág inas puede comprar su casa. Después de
toda una vida de desearla, de obser varla, de acercar se
a sus paredes de piedra y ladrillo rojo para descifrar el
enigma de su atracción, logra por fin saberla suya, y
en el momento en el que franquea el umbral como
su dueño, reconoce en ella su destino, su lugar en el
mundo, el espacio a la medida de sus gustos y de su
concepción de la vida.
La instalación en esta vieja casona bogotana es un
proceso paciente y, más que físico, reflexivo y memorístico.
Pues cada r incón, la madera de los pisos, los
baños, el comedor, la vajilla, la biblioteca, las habitaciones,
la mansarda, incluso el bar rio entrevisto por las
ventanas, dan pie a un viaje fascinante por la vida del
protagonista. Conocemos de su existencia itinerante
en compañía de su tía, sus preocupaciones intelectuales,
su amor por los libros y la lengua, sus ricas exper
iencias sexuales, su descubrimiento del lado oscuro
de las ciudades, así como las estelas de una remota
tragedia que lo persigue desde la niñez.

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© 2014,

© De esta edición:

20XX, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. S.

Cra. 5a. A No. 34-A-09

PBX: (57-1) 743 0700

Bogotá, Colombia

www.megustaleer.com.co


ISBN ebook: 978-958-58339-2-0

© Ilustraciones de páginas interiores y cubierta: Patricia Martínez Linares/Penguin Random House .

Fotografía: © MNSKumar, Shutterstock.com

Conversión ebook: MEEMO (www.meemo.com.co)


Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares de copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos.


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Contents

A mi hermano José Pablo,

que sabe de casas y de libros.

“Houses live and die”.

T. S. Eliot

L A C A S A

Pude comprar la casa de Chapinero gracias a un premio que recibí en México por mi libro Estudios sobre el español del Caribe y su relación con las lenguas creoles, un tratado filológico en el que, grosso modo, consigné el resultado de mis investigaciones de varios años, trabajo de campo e hipótesis sobre ese espinoso tema, un volumen de trescientas veintiséis páginas publicado el año anterior por la editorial de la Universidad Veracruzana, y luego, menos de siete meses después, llegó la buena noticia: un jurado me concedía el Premio Internacional Rubén Bonifaz Nuño en la categoría de ensayo, ciento cincuenta mil dólares, una cifra generosa que nos llenó de asombro, pues además de sentirme halagado en un país extranjero —siempre es así y más aún con México— resultó ser la cantidad exacta que me faltaba para comprar la casa, la que después de toda una vida de observación, visitas y cálculos, llegué a considerar con toda certeza mi lugar en el mundo: una construcción de ladrillo rojo y piedra de tres pisos con amplio antejardín, dos patios internos, sótano y garaje, donde podría instalarme ya para siempre con mi tía, ella en el ala derecha de la segunda planta, con tres habitaciones a su disposición y una para sus enfermeras, y yo en la izquierda con dos muy grandes, una que podría destinar a biblioteca y estudio y la otra a dormitorio, un espacio silencioso y lleno de luz, ideal para continuar mis investigaciones filológicas, pues, como podrán imaginar, tras el premio mexicano me sentí impulsado a acometer grandes proyectos, o al menos a terminar alguno de los muchos desarrollados de manera parcial a lo largo de los años, probablemente aquel que por ahora llamo Sobre el uso histórico del diminutivo en Centroamérica y las zonas andinas , un trabajo para el que me vengo preparando desde hace más de una década y que sólo los achaques de salud de mi tía y la falta de un espacio correcto han postergado miles de veces. Pero gracias al Premio Internacional Bonifaz Nuño, que retiré en la ciudad de Xalapa en forma de diploma y de cheque, ahora podía seguir adelante.

Por cierto que el clima algo lluvioso de Veracruz, excelente para el café, según me dijeron, pintaba difícil para la salud de mi anciana tía, pero el inmenso honor que se me confirió y el cambio de aires nos permitieron soportarlo sin mayores consecuencias, incluidos el trasiego de aeropuertos y el viaje, que fue en clase ejecutiva, pues la generosidad mexicana para estas cosas, ya se sabe, es proverbial, y eso sin contar con que la Universidad Veracruzana puso a nuestra disposición dos enfermeras que se ocuparon de ella los tres días que duró la visita. Por eso pudo acompañarme no sólo a la entrega del premio, en el hemiciclo del aula magna de la universidad, junto a los galardonados de otras categorías, sino incluso al banquete ofrecido por el señor rector, don Raúl Arias Lovillo, y a un coctel al día siguiente en los salones del Museo Antropológico, uno de los más bellos del mundo, con esas cabezas olmecas que nos miran desde siglos atrás con serenidad y, sin duda, gran sabiduría.

Mi tía, que siempre fue una devota de las revoluciones sociales, quedó feliz de poder volver a México, un país, según ella, donde el arte y la cultura sí son de verdad importantes.

—Y esto porque hizo una revolución —dijo—, la primera del siglo X X , que a pesar de los problemas y la corrupción que tuvo después les permitió inventar una sociedad nueva en América Latina, diseñada casi exclusivamente por intelectuales, y por eso es tan diferente de la nuestra, sobrino, que sigue siendo feudal y aristocrática, católica y oscurantista, como esas lúgubres obras del pobre Lorca, que menos mal no vino a refugiarse a Colombia porque seguro acá también lo habrían fusilado, y con más saña y más odio, que es lo que sobra en nuestra presuntuosa aldea.

Me sentí muy bien en el viaje a Veracruz, donde pude conocer, entre otros, al gran escritor Sergio Pitol, quien fue extremadamente amable con mi tía, supongo que por tener ambos la misma edad y provenir de mundos pare cidos, del servicio diplomático y el amor a las lenguas extranjeras, pero también por haber vivido en países lejanos, a más de veinticuatro horas en avión, lo que les dejó un clima espiritual de apertura, de escucha silenciosa y atenta, menos común en personas que han vivido siempre en el mismo lugar. Más adelante explicaré por qué conocer a Pitol supuso para mí no sólo un gran honor, sino algo de absoluta e intensa relevancia por una cuestión personal.

Durante la estadía jalapeña volví a ver a mi viejo amigo y editor don Agustín del Moral, director de la editorial de l a Universidad Veracruzana, quien me invitó a dar un paseo por su librería y puso a disposición su fondo. “Elige los libros que quieras”, me dijo, así que al regresar a Bogotá llevaba, además del diploma y el cheque, una maleta extra llena de libros, casi cincuenta entre los que recibí de regalo en Xalapa, con reediciones de clásicos, ejemplares de la colección Pitol Traductor y otros de teoría filológica, más los que compré luego en el D. F. en las librerías de viejo de la calle Donceles, que los lectores relacionamos con una de las más geniales novelas breves, Aura , de Carlos Fuentes.

Volvimos a Bogotá bastante serenos, decía, pues la ver dad es que durante el viaje no hubo ni el más mínimo episodio de salud que mereciera ser registrado, y sólo al bajarnos del avión algunos nubarrones negros me atormentaron. Puede que tenga que ver con la altura o la idea del regreso, no lo sé; como si esas nubes cargadas de presagios se metieran dentro de mí y envenenaran mi espíritu. Algo en Bogotá me produce ansia, como de haber desatendido una obligación importante, definitiva, para la cual ya es irremediablemente tarde. Pero es comprensible que intuiciones e imágenes sombrías me acechen aquí, como se verá más adelante. Es justamente lo que deseo comprender y por supuesto interrogar en estas páginas. El resultado es agotador, créanme. Por suerte mi tía está siempre ahí, pues fue ella quien me sacó de ese letargo con una frase brutal, en su mejor estilo:

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