Agradezco hoy y siempre la presencia de “Tico” Rodríguez y Mariana Lloreda, y su hermosa familia, en mi vida y ahora en la de mi familia.
Un testimonio honesto y emotivo de la vida intensa y azarosa de Santiago Cruz, uno de los artistas más destacados del panorama musical.
Detrás de las canciones, de los conciertos, del estrellato y de inolvidables anécdotas hay una verdad menos glamurosa: la historia de un hombre que se ha enfrentado a los abismos que surgen con las adicciones, a frustraciones y pruebas difíciles, a situaciones que han llegado, incluso, a poner en riesgo su vida y la de su familia.
Estas son las experiencias de alguien como usted, como yo; de una persona que comprende que cada episodio de la vida cobra mucho sentido cuando se mira en retrospectiva; estas son las memorias de un hombre que, a sus escasos 45 años, comparte su historia para inspirar a otros y de alguna manera hacerles saber que no están solos.
SANTIAGO CRUZ
Es un cantante y compositor colombiano con cerca de veinte años de carrera artística. Nacido en Ibagué, Santiago se ha caracterizado por escribir e interpretar música honesta, sentida y con una vocación natural para conectar con su numerosa audiencia. Su carrera ha alcanzado reconocimientos nacionales e internacionales, incluyendo varias nominaciones a los Latin Grammy. Con sus giras y sus ocho álbumes de estudio, ha conquistado la mayoría de los mercados de Latinoamérica y España, consagrándose como uno de los grandes cantautores latinoamericanos de las últimas décadas. A través de la escritura y de sus dos formatos de podcast “Punto de vista” y “De otra manera”, Santiago explora otras caras de su vocación original: contar historias.
Título: Diciembre, otra vez
Primera edición: septiembre de 2021
© 2021, Santiago Cruz
© 2021, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
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ISBN 978-958-5127-39-5
Conversión a formato digital: Libresque
CAPÍTULO CUATRO
POR LO MENOS YO NO MATÉ A NADIE
E sa fue la frase que me terminó de sepultar ese día: “Por lo menos yo no maté a nadie”, una respuesta a un tuit amenazante, en un momento en el que me sentía acorralado, y que terminó por impulsar una tormenta de mierda que me llovía por redes sociales aquel 23 de diciembre, sí, diciembre otra vez, pero de 2013. Curioso cómo se van marcando los septenios, diciembre de 1999, diciembre de 2006, y ahora diciembre de 2013.
La noticia está en todas partes; ha muerto Diomedes Díaz, el “Cacique de la Junta”, el más grande artista que ha dado el folclor vallenato en Colombia, y en este país, especialmente en la costa Caribe, el vallenato es religión, y Diomedes es un Dios. Ciertamente es una leyenda, su carrera inigualable, sus discos, muchos de ellos, obras de arte del folclor caribeño, su voz potente y dulce, su manera de escribir cercana y prodigiosa. ¿Su vida? Su vida.
Todos los noticieros están haciendo eco de su muerte, como corresponde a su estatura artística, las redes sociales solamente hablan de Diomedes, artistas de todas partes, locales y de afuera, publican mensajes en honor a Diomedes, saludando su trayectoria y lamentando su partida, la gente en Valledupar, en La Junta y en otros lugares en el Caribe colombiano está en las calles, llorando, suena su voz en todos los parlantes y equipos de sonido del país. En el cubrimiento noticioso del acontecimiento hay un espacio muy especial para Doris Adriana Niño y su historia, su vida y su muerte ligada a Diomedes, y ahí es donde me llega una reflexión, y pienso: “Pobre la familia de esa mujer que ya vivió en tiempo presente y carne propia la tragedia de la muerte de su hija/hermana, y ahora la tiene que revivir en todos los canales y por todas partes por cuenta de la muerte de Diomedes”. Así que tomo mi teléfono, abro Twitter y escribo: “Un abrazo solidario para la familia de Doris Adriana Niño”. Y ¡BOOM!, se vino el tsunami.
Es un tuit innecesario, es una frase inoportuna, es una idea incompleta que no está teniendo en cuenta el dolor de mucha gente, familiares y fanáticos del “Cacique”. Lo que no es, lo que ese tuit nunca pretende ser, es una celebración de la muerte de Diomedes, ¡eso nunca! Ya es un tuit innecesario, dije, pero lo peor estaba por venir. Obviamente empiezo a recibir mensajes criticando mi tuit y yo respondo. Ahí empieza el segundo error. El tono de los mensajes que me llegan empieza a subir, insultos, amenazas, destacados medios de comunicación hacen eco de mi mensaje, con lo cual empieza a llegar mucha más gente al linchamiento, y yo sigo respondiendo, cada vez más acorralado, cada vez más asustado. En mis respuestas admito que yo también he tenido problemas de alcohol y drogas, como es de público conocimiento que tuvo Diomedes, y sigo tirando gasolina a la hoguera. Amenazas a mí y a mi familia, usando el nombre propio de mi hija que tiene apenas dos meses de nacida, y yo que no entiendo nada, sigo respondiendo tuits a diestra y siniestra. Hasta que en una respuesta a un mensaje que me dice que yo no puedo decir nada porque también soy un drogadicto y un alcohólico tiro la frase: “Bueno, pero por lo menos yo no maté a nadie”. Y ¡BOOM!, ¡la segunda ola del tsunami!
El episodio que entrelaza la vida y la muerte de Doris Adriana Niño con la vida y el destino de Diomedes Díaz, y todos los detalles alrededor, está ampliamente documentado en distintos medios de comunicación de la época y disponible para quien lo quiera visitar y revisar. Hay todo un historial jurídico y dictámenes legales que sustentan y verifican lo que ocurrió esa noche y los meses y hasta años posteriores, así como opiniones diversas acerca de esa tragedia, que tuvo un impacto tan grande en la vida de tanta gente y en la vida y carrera de Diomedes.
Un programa de radio de Valledupar leyó mi tuit original al aire y sentenció que yo estaba celebrando la muerte de Diomedes con mis palabras, y la gente así lo creyó. Siguen llegando mensajes, siguen llegando amenazas, recuerdo particularmente una: “Ya salió para Bogotá un comando de guajiros y lo vamos a quebrar, pedazo de hijueputa, a usted, a su esposa y a su hija Violeta. Sabemos dónde viven, los tenemos ubicados”. Es cierto que las redes sociales permiten que cualquier persona diga cualquier cosa con impunidad, como también es cierto que Colombia, lastimosamente, es un país donde no se pueden tomar a la ligera las amenazas. Acá a un futbolista lo mataron porque hizo un autogol en un mundial. De ahí en adelante puede pasar lo que sea.