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DIRECCIÓN EDITORIAL: Cristina Arasa
COORDINACIÓN DE LA COLECCIÓN: Mariana Mendía
FORMACIÓN: Javier Morales Soto
ILUSTRACIONES: Bef
¡No me quiero casar!
Texto D. R. © 2013, Javier Malpica
PRIMERA EDICIÓN DIGITAL: septiembre de 2017
D. R. © 2017, Ediciones Castillo, S. A. de C. V.
Castillo ® es una marca registrada.
Insurgentes Sur 1886, Col. Florida.
Del. Álvaro Obregón.
C. P. 01030, México, D. F.
Ediciones Castillo forma parte del Grupo Macmillan.
www.grupomacmillan.com
www.edicionescastillo.com
Lada sin costo: 01 800 536 1777
Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.
Registro núm. 3304
ISBN Digital: 978-607-621-908-9
Prohibida la reproducción o transmisión parcial o total de esta obra por cualquier medio o método, o en cualquier forma electrónica o mecánica, incluso fotocopia o sistema para recuperar la información, sin permiso escrito del editor.
La transformación a libro digital de este título fue realizada por Nord Compo.
A mis padres y hermanos
A mis sobrinos (Marifer, Mariana, Bruno, Eduardo, Toño y Saúl)
A todos los honorables miembros del club de los "incasables"
J.M.
Lunes
E l sol brillaba.
Los pájaros cantaban.
Los campos estaban llenos de flores y… una mariposa perseguía a otra, tal vez para arrancarle los ojos.
Perdón, pero no pude poner que cientos de mariposas revoloteaban felices, que es como se supone que debe empezar una historia de amor primaveral. La verdad es que ésta no es una historia de amor primaveral. Ese día estaba muy nublado, los únicos cantos que se escuchaban eran los de un señor que vendía tamales en la calle y ni ese día ni ningún otro he visto cerca de mi casa campos de flores ni cientos de mariposas. A veces entran en nuestro departamento unas primas de las mariposas a las que les encanta revolotear alrededor de los focos encendidos; mi padre las odia, por eso acaban embarradas de un certero periodicazo en los resultados del futbol de la sección deportiva, pero nada más. Ah, y además era un 10 de octubre, o sea que la primavera ni estaba cerca. La verdad es que no sé si ésta sea una historia de amor, pero me aconsejaron que asegurara que sí, porque dicen que las historias de amor son las que mejor se venden y hasta las hacen películas. Además ella me dijo (lo más correcto sería decir que me amenazó) que si alguna vez escribía sobre nosotros, debía ser una historia de amor primaveral (ella insistía en lo primaveral), con el sol brillando, las flores y los pájaros.
Yo creo que lo mejor será empezar por la verdad, porque las mujeres a veces se equivocan, por mucho que sientan que saben todo sobre el amor.
Las rosas son rojas, como tu boca, tu lengua y la sangre de tus venas.
Las violetas azules, como tus ojos (la parte de color) y tu falda rayada, esa que tanto usas.
La nieve es blanca, como tus ojos (la parte sin color), tus dientes y tus calcetines de deportes.
Los vampiros son negros, como tu pelo, tus cejas y pestañas.
Eres como un arcoíris de colores… ¿quieres ser mi novia?
Hasta ese día, Lucero era una niña. Era como todas. Con sus risitas ridículas y sus prendedores en el pelo. Jugaba a las muñecas y hablaba de colores, listones, flores y todas esas cosas que a las niñas les gusta contarse unas a otras. La verdad es que como hablan a velocidades supersónicas, y todas al mismo tiempo, resulta un misterio para los hombres (niños, jóvenes o ancianos) de qué hablan las mujeres (niñas, jóvenes o ancianas), pero todos suponemos que hablan de colores, listones, flores y cosas que están a la moda, cosas que al resto de la humanidad —al menos la masculina— nos parecen verdaderamente ridículas.
Sin embargo, de pronto aquella niña ya no era ridícula ni ruidosa o cachetona. De pronto no podía dejar de verla. Era como una película de acción de la que no puedes quitar los ojos. De pronto ya no podía dejar de pensar en ella. Hubiera sido más fácil que dejara mi videojuego favorito (el mismo de la vez que mi mamá tuvo que bajar el switch para obligarme a dejar de jugar). De pronto tenía este dolor raro en el estómago que no se quitaba ni con un pan con mermelada.
Me di cuenta de que sentía amor, y del bueno. Había que hacer algo con semejante pasión desbordada (alguna vez oí la frase “pasión desbordada” en una película de las que le gustan tanto a mi mamá… y a todas las mujeres). Decidí que había llegado el momento de hacer realidad mi amor y convertir a esa niña en mi novia. Además, comer tanto pan con mermelada no me llevaría a nada bueno.
Decidí hacer un bonito poema de amor. Bueno, no sé si bonito, pero de amor, seguro. Todos los poemas de amor empiezan con eso de “las rosas son rojas y las violetas azules”. Y como a todas las niñas les gustan los colores, qué mejor que seguirme con los demás colores. No quise usar el verde ni el amarillo, pues sólo se me ocurrían ideas asquerosas que, sospecho, no le habrían gustado a Lucero.
Escribí el poema en una hoja de mi cuaderno, estaba decidido a dárselo al otro día, en un sobre que tuviera escrito: “Para Lucero”. Estaba tan satisfecho con mi maravillosa obra, casi como si hubiera realizado una gran hazaña o una misión peligrosa y complicadísima, que por poco olvido que tenía una tarea, no tan complicadísima, pero sí sumamente peligrosa (sólo hay que pensar en lo que me haría la maestra Carla si no la entregaba): debíamos escribir una composición sobre qué queríamos ser de grandes. Un fastidio. Creo que no ha habido un año desde que nací en que no haya hecho mi composición sobre lo que quiero ser de grande.
Lo bueno es que al menos desde hacía dos años mi idea era la misma, así que no tendría problema en escribir por tercera vez: “Cuando sea grande quiero ser un explorador y cazador como el gran Gunther”. La novedad es que la maestra nos dio permiso de llevar un objeto que ilustrara nuestro deseo. Y yo sabía muy bien qué llevaría.
Abrí de nuevo mi cuaderno, con un poco de fastidio, eso sí, y comencé a escribir.
Así que tenía dos tareas por cumplir para el día siguiente: la primera, entregar mi composición fabulosa y hacer que todos, sobre todo Lucero, admiraran mi gran idea de combatir fieras y ser un defensor de la naturaleza; la segunda, colocar en el lugar de mi amada la carta de amor. Sólo de pensar en esa acción me daba un retortijón mucho peor que los que te hacen salir corriendo al baño. Aunque, si pensar en una pelea cuerpo a cuerpo con un cocodrilo del Nilo no me intimidaba, menos tendría que intimidarme una niña que adornaba su pelo con catarinas de plástico. Otra vez el retortijón. Caram… bas. Así dice mi papá: caram… bas, cuando algo lo hace enojar o sentir incómodo y yo estoy cerca de él. Siempre tengo la impresión de que va a decir otra cosa; imagino cuál, pero mejor no la pongo aquí, capaz que él lee esto y caram… bas.
Martes
L a primera parte de la mañana se nos fue en conocer las aspiraciones en la vida de los niños y niñas de 5° F.
Todo comenzó con las típicas composiciones sobre ser doctor y no faltó el que, buscando una buena calificación, dijera que siempre había querido ser maestro o maestra. (Ajááá.)
Lo mejor vino cuando Humberto, mi mejor amigo, leyó lo que más anhelaba ser cuando fuera grande: un elfo con vista telescópica y toda la cosa. Llevaba un arco que parecía más de los apaches del salvaje oeste, y estuvo a punto de hacernos una demostración de tiro al blanco, pero la maestra Carla le quitó las flechas con un movimiento tan rápido que nos hizo sospechar a más de uno que tal vez ella era una elfa. A todos nos gustó la idea de ser un ente mágico de la Tierra Media, aunque la maestra no estuvo muy de acuerdo con las pretensiones de Humberto. Sí. Pretensiones. Así le dijo: