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William Ospina - Aurelio Arturo

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William Ospina Aurelio Arturo
  • Libro:
    Aurelio Arturo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1990
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Aurelio Arturo: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Morada al sur

I

En las noches mestizas que subían de la hierba,

jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes,

estremecían la tierra con su casco de bronce.

Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.

Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo.

La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.

(Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas,

sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).

Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos.

Una vaca sola, llena de grandes manchas,

revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga,

es como el pájaro toche en la rama, “llamita”, “manzana de miel”.

El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla.

Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,

con majestad de vacada que rebasa los pastales.

Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.

El viento viene, viene vestido de follajes,

y se detiene y duda ante las puertas grandes,

abiertas a las salas, a los patios, las trojes.

Y se duerme en el viejo portal donde el silencio

es un maduro gajo de fragantes nostalgias.

Al mediodía la luz fluye de esa naranja,

en el centro del patio que barrieron los criados.

(El más viejo de ellos en el suelo sentado,

su sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta).

No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño

se enredaba a la pulpa de mis encantamientos.

Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo,

al sur el cuervo viento trae franjas de aroma.

(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos

de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).

II

Y aquí principia, en este torso de árbol,

en este umbral pulido por tantos pasos muertos,

la casa grande entre sus frescos ramos.

En sus rincones ángeles de sombra y de secreto.

En esas cámaras yo vi la faz de la luz pura.

Pero cuando las sombras las poblaban de musgos,

allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos,

sus lunas más hermosas la noche de las fábulas.


Entre años, entre árboles, circuida

por un vuelo de pájaros, guirnalda cuidadosa,

casa grande, blanco muro, piedra y ricas maderas,

a la orilla de este verde tumbo, de este oleaje poderoso.

En el umbral de roble demoraba,

hacia ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,

el alto grupo de hombres entre sombras oblicuas,

demoraba entre el humo lento alumbrado de remembranzas:

Oh voces manchadas del tenaz paisaje, llenas

del ruido de tan hermosos caballos que galopan bajo asombrosas ramas.

Yo subí a las montañas, también hechas de sueños,

yo ascendí, yo subí a las montañas donde un grito

persiste entre las alas de palomas salvajes.


Te hablo de días circuidos por los más finos árboles:

te hablo de las vastas noches alumbradas

por una estrella de menta que enciende toda sangre:

te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria

que cae eternamente en la sombra, encendida:

te hablo de un bosque extasiado que existe

sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa

violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.

Te hablo también: entre maderas, entre resinas,

entre millares de hojas inquietas, de una sola hoja:

pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia,

hoja sola en que vibran los vientos que corrieron

por los bellos países donde el verde es de todos los colores,

los vientos que cantaron por los países de Colombia.

Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales, junto a cielos

que tiemblan temerosos entre alas azules:

te hablo de una voz que me es brisa constante,

en mi canción moviendo toda palabra mía,

como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan dulcemente,

toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.

III

En el umbral de roble demoraba,

hacia ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,

un viento ya sin fuerza, un viento remansado

que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.

Y yo volvía, volvía por los largos recintos

que tardara quince años en recorrer, volvía.

Y hacia la mitad de mi canto me detuve temblando,

temblando temeroso, con un pie en una cámara

hechizada, y el otro a la orilla del valle

donde hierve la noche estrellada, la noche

que arde vorazmente en una llama tácita.

Y a la mitad del camino de mi canto temblando

me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas,

con tanta angustia, una ave que agoniza, cual pudo,

mi corazón luchando entre cielos atroces.

IV

Duerme ahora en la cámara de la lanza rota en las batallas.

Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran

las abejas doradas de la fiebre, duerme.

El río sube por los arbustos, por las lianas, se acerca,

y su voz es tan vasta y su voz es tan llena.

Y le dices, repites: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo

de tu aliento saludable, llenas la atmósfera.

—Soy el profundo río de los mantos suntuosos.

Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido

suavemente tus párpados, como dos hojas más, a su follaje negro.


No eran jardines, no eran atmósferas delirantes. Tú te acuerdas

de esa tierra protegida por una ala perpetua de palomas.

Tantas, tantas mujeres bellas, fuertes, no, no eran

brisas visibles, no eran aromas palpables, la luz que venía

con tan cambiantes trajes, entre linos, entre rosas ardientes.

¿Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa, tu sangre?


Todos los cedros callan, todos los robles callan.

Y junto al árbol rojo donde el cielo se posa,

hay un caballo negro con soles en las ancas,

y en cuyo ojo líquido habita una centella.

Hay un caballo, el mío, y oigo una voz que dice:

“Es el potro más bello en tierras de tu padre”.


En el umbral gastado persiste un viento fiel,

repitiendo una sílaba que brilla por instantes.

Una hoja fina aún lleva su delgada frescura

de un extremo a otro extremo del año.

“Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida”.

V

He escrito un viento, un soplo vivo

del viento entre fragancias, entre hierbas

mágicas; he narrado

el viento; sólo un poco de viento.

Noche, sombra hasta el fin, entre las secas

ramas, entre follajes, nidos rotos —entre años

rebrillaban las lunas de cáscara de huevo,

las grandes lunas llenas del silencio y del espanto.

Rapsodia de Saulo

Trabajar era bueno en el sur, cortar los árboles,

hacer canoas de los troncos.

Ir por los ríos en el sur, decir canciones

era bueno. Trabajar entre ricas maderas.

(Un hombre de la riba, unas manos hábiles,

un hombre de ágiles remos por el río opulento,

me habló de las maderas balsámicas, de sus efluvios…

un hombre viejo en el sur, contando historias).

Trabajar era bueno. Sobre troncos

la vida, sobre espuma, cantando las crecientes.

¿Trabajar un pretexto para no irse del río,

para ser también el río, el rumor de la orilla?

Juan Gálvez, José Narváez, Pioquinto Sierra,

como robles entre robles… Era grato,

con vosotros cantar o maldecir, en los bosques

abatir avecillas como hojas del cielo.

Y Pablo Garcés, Julio Balcázar, los Ulloas,

tantos que allí se esforzaban entre los días.

Trajimos sin pensarlo en el habla los valles,

los ríos, su resbalante rumor abriendo noches,

un silencio que picotean los verdes paisajes,

un silencio cruzado por un ave delgada como hoja.

Mas los que no volvieron viven más hondamente,

los muertos viven en nuestras canciones.

Trabajar… Ese río me baña el corazón.

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