• Quejarse

Ginard Féron Catalina - Azul de medianoche

Aquí puedes leer online Ginard Féron Catalina - Azul de medianoche texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2017, Editor: Duomo ediciones, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Ginard Féron Catalina Azul de medianoche

Azul de medianoche: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Azul de medianoche" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

LA VIDA DE UNA MUJER FUERTE Y TENAZ CAPAZ DE FORJAR SU PROPIO DESTINO. Holanda, 1654. Es el siglo de oro neerlandés, el tiempo de las ideas de Spinoza, cuando el arte de Vermeer y Rembrandt florece junto a los tulipanes que salpican de color la campiña holandesa. Allí, en una granja, Catrijn, nacida y criada en la pobreza, vive infelizmente casada; sin embargo, son tiempos de cambio, también para las mujeres. Tras enviudar, Catrijn sabe que ha llegado el momento de afrontar por sí misma el mundo que la rodea: buscar fortuna en la ciudad, acaso enamorarse y, por qué no, perseguir su gran sueño: llegar a ser decoradora de cerámica. Comienza así un recorrido que la lleva a la gran Ámsterdam y a las fábricas de cerámicas de la ciudad de Delft; lugares donde transcurre la historia y en los que las mujeres valientes como ella son capaces de forjar su propio destino. fábrica de cerámica. Para ella supone una gran e inesperada felicidad poder dedicarse a la pintura, a los colores, a las figuras. Se avecinan tiempos difíciles en los que solo las mujeres valientes serán capaces de forjar su propio destino. destino.

Ginard Féron Catalina: otros libros del autor


¿Quién escribió Azul de medianoche? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Azul de medianoche — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Azul de medianoche " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
Azul de medianoche Simone van der Vlugt Barcelona 2017 Índice De Rijp - photo 1

Azul de medianoche

Simone van der Vlugt

Barcelona 2017 Índice De Rijp marzo de 1654 Ha pasado ya una semana desde - photo 2

Barcelona, 2017

Índice

De Rijp, marzo de 1654

Ha pasado ya una semana desde el funeral y yo sigo sintiendo sobre todo alivio. Sé que no tiene justificación, que debería estar de duelo, pero eso es imposible.

Estoy de pie con los brazos cruzados junto al postigo abierto de la puerta y recorro con la vista los prados y campos que rodean la granja; sin embargo, lo que observo no está fuera sino dentro de mí.

Nunca debería haber ido tan lejos. Ahora que todo ha acabado, no logro comprender qué me sucedió aquella noche de hace un año. Durante mucho tiempo consideré a Govert como uno más del pueblo, no era un hombre al que yo prestara especial atención. En realidad no pensaba nunca en él. No es que no fuera atractivo, pues en cierta manera sí lo era. Sin embargo, no me di cuenta de ello hasta que un día, durante la fiesta del pueblo, me sacó a bailar y me apretó contra sí. Yo había bebido, por supuesto que había bebido, pero no tanto como para no ser consciente de su cuerpo cerca del mío, de su respiración pesada y de la delicadeza con la que me sujetaba entre sus musculosos brazos.

Con cada vuelta, nuestras caderas se rozaban y él me apretaba más contra sí, mientras nos movíamos bailando entre las demás parejas. Era una sensación excitante. Entonces me di cuenta de que él estaba enamorado de mí, y comprendí que aquella forma molesta y persistente de mirarme con el ceño profundamente fruncido cada vez que nos cruzábamos no era una expresión de disgusto, sino de deseo.

¿Es posible que me sintiera adulada por la atención que me dispensaba? ¿Acaso temía quedarme para vestir santos después de haber rechazado a demasiados pretendientes en la esperanza de encontrar algo mejor? ¿O puede que en aquel momento estuviera también enamorada?

Cuando me tomó firmemente de la mano y me condujo fuera, hasta un lugar tranquilo de una huerta, no protesté.

Govert se alegró cuando le conté que estaba embarazada: estaba dispuesto a casarse conmigo y crear una familia. Siendo como era un viudo en torno a los cuarenta años, con una posición desahogada, no era un mal partido, aunque tampoco era lo que yo me había imaginado.

Sin embargo, no me quedaban muchas opciones. Un solo momento de ofuscación durante la feria, un instante de locura por llamarlo de algún modo, había bastado para determinar mi futuro. En ese instante se esfumó la posibilidad de abandonar el pueblo y empezar una nueva vida, se esfumaron mis sueños.

Lo peor de todo era que me preguntaba una y otra vez qué había visto yo en él aquella noche. Fuera lo que fuera, a la mañana siguiente había desaparecido.

Nos casamos un mes después, y seis semanas más tarde mi embarazo acabó en un parto prematuro. El bebé, un varón, nació muerto. De eso hace ya un año.

Ahora, Govert también yace bajo la tierra fría y oscura. El único espejo de la casa cuelga de cara a la pared y los postigos llevan varias semanas cerrados. Hoy los vuelvo a abrir. Cuando la luz matutina inunda la estancia, me invade una sensación placentera. El salón, que durante días ha estado repleto de visitas, se halla envuelto en un extraño silencio. He vivido en De Rijp toda la vida, y es reconfortante contar con el apoyo de la familia, los vecinos y los amigos. Los únicos que no han venido son los miembros de mi familia política. Seguramente les cueste aceptar que yo haya heredado todas las posesiones de Govert después de tan solo un año de matrimonio. Es comprensible, pero no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Dios sabe que me he ganado esa herencia.

Desplazo la mirada por la sala, desde la mesa redonda que está junto a la ventana hasta la chimenea y los muebles que yo misma pinté. El sol ilumina las baldosas del suelo y con su luz aporta algo de calor. No mucho, pues estamos tan solo a principios de marzo. El humo se eleva hacia las vigas de las que cuelgan embutidos y trozos de tocino, para llegar hasta el desván, donde aún queda gran parte de las provisiones para el invierno.

Se me hace extraño tener la casa para mí sola. Sin embargo, no dispongo de mucho tiempo para pararme a pensar en ello. Hay trabajo por hacer, y ahora que Govert ya no está, hay más faena que de costumbre.

Aunque tengo una sirvienta y un criado, me encargo de muchas de las labores. Todos los días de la semana repito la misma rutina: ordeño las vacas, alimento a los cerdos y a las gallinas, trabajo en el huerto, bato la mantequilla y preparo queso. Aprovecho el tiempo que me queda para lavar y remendar la ropa, para hilar y tejer, y, muy de vez en cuando, para pintar.

En algunas ocasiones, cuando miro la superficie reflectante de un caldero de cobre, me parece estar viendo a mi madre: el cabello trenzado, recogido debajo de una cofia blanca. Siempre atareada, siempre cansada. Tengo veinticinco años, pero me siento igual de vieja que ella.

«Aguanta un poco más», pienso mientras me dirijo al establo para cuidar de los animales. El periodo de duelo dura tan solo seis semanas, no es tanto.

Jacob, el criado, ya ha empezado a ordeñar. Me saluda alzando levemente la barbilla. Le respondo con un gesto de asentimiento.

–Es posible que Abraham Groen me dé trabajo –dice cuando me siento en el taburete.

–Eso está bien.

–La única que aún no ha encontrado otro empleo es Jannetge.

–Ya le saldrá algo. Si no es aquí, será en Graft.

Seguimos trabajando en silencio durante un rato. Muevo las manos con rapidez mientras un chorro de leche va llenando el cubo.

–¿Cuándo os marcháis? –pregunta Jacob.

–En cuanto lo haya vendido todo. La subasta será la semana que viene.

Jacob asiente.

–Jannetge quiere compraros la mantequera para poder hacer su propia mantequilla.

–No va a poder ser. Se la he prometido a mi madre.

–¡Qué lástima!

Jacob saca el cubo lleno de debajo de la vaca y se levanta. Por la forma en que se queda parado tengo la sensación de que quiere decirme algo y lo interrogo con la mirada.

–Quería deciros una cosa acerca del patrón…

–¿Sí?

–Su hermano va pregonando ciertas cosas.

Dejo de ordeñar.

–¿Qué cosas?

Jacob titubea.

–¿Qué pasa, Jacob? –Mi voz suena impaciente, demasiado dura.

–Creo que ya lo sabéis –me contesta él, y se aleja sin decir nada más.

Ayer hice cuajada con el suero de leche. Hoy, al mediodía, unto la pasta ligeramente ácida que ha sobrado sobre un trozo de pan de centeno. Jacob y Jannetge también están sentados conmigo a la mesa. Apenas hablamos, pues los tres estamos sumidos en nuestros propios pensamientos.

Después de la comida, dejo que ellos se encarguen del trabajo. Me calzo unos grandes zuecos encima de las zapatillas y voy caminando hasta el dique que lleva a De Rijp. La granja se encuentra junto al canal que rodea el pólder de Beemster, en medio de una llanura cenagosa. Para llegar a la granja de mis padres, tengo que ir hasta el otro extremo del pueblo, y el camino más corto es cruzándolo. Avanzo bordeando el canal Oosteinde hasta la calle Rechtestraat, donde las míseras viviendas dan paso a grandes casas con fachadas pintadas de verde o de rojo. Más cerca del centro del pueblo hay algunas casas de ladrillo con hastial escalonado que parecen colocadas allí por error.

Por el camino, saludo a los conocidos con los que me cruzo. Ellos me devuelven el saludo con vacilación. ¿Me están evitando? ¿Me miran de reojo?

Cuando llego a la calle Kleine Dam, donde reina una actividad febril junto al edificio de la balanza pública, no puedo seguir negando la evidencia: la gente me lanza miradas llenas de curiosidad y murmura a mis espaldas. Algunas personas se acercan a mí, me preguntan cómo estoy y si es cierto que voy a marcharme.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Azul de medianoche»

Mira libros similares a Azul de medianoche. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Azul de medianoche»

Discusión, reseñas del libro Azul de medianoche y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.