Stephanie Land. Estados Unidos, 1978. Autora estadounidense que escribe sobre la pobreza en su país. Creció entre Washington y Anchorage, en Alaska, en un hogar de clase media. Un accidente automovilístico a los dieciséis años la llevó a sufrir un trastorno de estrés postraumático que luego se vio agravado por dificultades financieras. A los veinte años tuvo a su primera hija y se convirtió en madre soltera, por lo que se puso a trabajar en servicios de limpieza para poder criar a su bebé. Pasó los siguientes años viviendo por debajo del umbral de la pobreza y dependió de varios programas de asistencia social para cubrir sus gastos. Más tarde lo reflejó en sus escritos sobre pobreza y políticas públicas. Después de seis años de criada en Washington y Missoula, gracias a varios préstamos estudiantiles y becas pudo mudarse y obtener una licenciatura en Inglés y Escritura Creativa de la Universidad de Montana. Durante sus años de estudio publicó sus primeros textos en blogs, publicaciones locales y medios digitales como The Huffington Post y Vox. Tras graduarse por la Universidad de Montana, Land pudo dejar de usar cupones para alimentos, comenzó a trabajar como escritora independiente y miembro del Center for Community Change. Actualmente sigue escribiendo y dando charlas. Sus trabajos han aparecido en The New York Times, The New York Review of Books, The Atlantic, The Washington Post, The Guardian, Salon, The Nation y otros medios.
Título original: Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother's Will to Survive (2020)
© Del libro: Stephanie Land
© De la traducción: Mireia Bofill Abelló
Edición en ebook: noviembre de 2021
© Capitán Swing Libros, S. L.
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ISBN: 978-84-124427-4-8
Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com
Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Ortiz
Composición digital: leerendigital.com
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Criada
A los veintiocho años, los planes de Stephanie Land de abandonar su ciudad natal para ir a la universidad y ser escritora se vieron truncados cuando una aventura de verano se convirtió en un embarazo inesperado. Para llegar a fin de mes, tuvo que dedicarse a la limpieza. Con un control tenaz de su sueño, trabajaba durante el día y recibía clases online por la noche para obtener un título universitario. Mientras, escribió sobre historias reales que no se estaban contando: de estadounidenses mal pagados y con exceso de trabajo; de vivir con cupones para alimentos; de las viviendas proporcionadas por programas del Gobierno, pero que acabaron siendo alojamientos transitorios; de los distantes funcionarios que la llamaban afortunada por recibir ayuda mientras ella no se sentía afortunada en absoluto. Criada explora las debilidades de la clase media-alta de Estados Unidos y la realidad de estar a su servicio. Su escritura inquebrantable da voz al «sirviente», que persigue el sueño americano por debajo del umbral de la pobreza. Pero es también un testimonio inspirador de la fuerza, la determinación y el triunfo definitivo del espíritu humano.
Índice
Nota de la autora
C ompuse estas memorias con la ayuda de mis diarios personales, fotografías, blogs y escritos publicados en Facebook. La mayoría de los nombres y otras características identificativas se han modificado a fin de proteger la identidad de las personas. El marco temporal se ha comprimido. Los diálogos son aproximados y en algunos casos se han adaptado al contexto. He estado muy atenta a contar mi verdad. Esta es mi historia tal como yo la recuerdo.
E mpiezo a leer el libro Criada. Trabajo duro, sueldos bajos y la voluntad de supervivencia de una madre , de Stephanie Land, y me sale título para este prólogo: «Las casas que limpiamos y gestionamos las trabajadoras del hogar y cuidadoras y en las que no podemos vivir».
Las trabajadoras de hogar y cuidadoras nos encargamos de cuidar a personas mayores, dependientes o enfermas, niños y niñas, mascotas, y hasta de las plantas. También hacemos de psicólogas, maestras o lo que se tercie.
Quienes hacemos este trabajo tan importante, que sostiene la vida y, por tanto, el engranaje del mundo, lo realizamos, por lo general, en condiciones precarias. Pero para este sistema, que tan bien funciona, gracias a nuestro imprescindible trabajo, continuamos siendo invisibles y nuestros derechos están recortados si los comparamos con otros sectores.
El trabajo doméstico es un trabajo que a lo largo de la historia casi siempre se ha asignado a las mujeres. Las sociedades capitalistas, patriarcales y racistas siguen sin resolver la reorganización de los cuidados; unos cuidados donde los hombres siguen siendo los grandes ausentes. Por su parte, las mujeres tienen la tarea pendiente de solucionar el conflicto de quién pone la lavadora, quién gestiona la casa… Las familias que pueden permitírselo aparcan la discusión y el trabajo y lo resuelven contratando a una emplea da de hogar. Estas familias se aseguran de poder continuar con su trabajo asalariado y conseguir una vida digna, sin dobles jornadas. Las empleadas de hogar se convierten en el «seguro» de su «estilo de vida».
También vuelvo a confirmar que este trabajo —que realizamos Stephanie Land y millones de mujeres en todo el mundo— tiene coincidentes características, da igual en qué parte del planeta trabajemos. O bien lo realizan las mujeres en el seno de sus familias de manera no remunerada, solo por amor, o lo hacen las mujeres más pobres o, en los últimos años, migrantes que somos, de alguna u otra forma, expulsadas de nuestros países de origen.
Después del apropiamiento de tierras, aguas, recursos naturales, instalaciones de empresas que dañan el medio ambiente y que hacen que no podamos vivir en nuestros países, en nuestros hogares, muchas mujeres tomamos la decisión de salir en busca de una vida mejor para nosotras y nuestras familias. Lo más difícil es que cuidamos aquí de otras personas, de otras familias, al tiempo que tenemos que dejar a nuestros menores y mayores en manos de los cuidados de otras mujeres en nuestros países; es lo que denominamos «cadenas globales de cuidados».
Cuando llegamos a estos países en Europa, donde las condiciones de vida son, en principio, mejores, una de las salidas que nos «deja» el sistema es realizar tareas de cuidados y trabajo doméstico, tomando el relevo de muchas otras mujeres que conquistaron al gunos derechos, como trabajar fuera de casa remuneradamente. Muchas mujeres migrantes y pobres, y con una situación de vulnera bilidad a flor de piel por no tener papeles, trabajan en las condiciones que sea por su compromiso de enviar remesas (bien en recursos, bien en dinero) a sus familias, para seguir «sosteniendo allá».
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