Traducción de
Conchita Peraire del Molino
Vuelven las míticas aventuras de las chicas de «El Club de las Canguro» en nueva edición fresca y actualizada.
¡No te pierdas este quinto volumen de la serie!
Montar un club de canguros parecía una buena idea... ¡hasta que empezaron los líos!
¿Hay lugar en el Club de las Canguro para un nuevo miembro?
¡Dawn espera que sí! Ella es nueva y solo tiene ganas de hacer nuevos amigos: ¡también quiere demostrar que es una magnífica canguro! Sin embargo, cuando le toca cuidar de tres niños terribles, empieza a dudar de sus capacidades...
¿Podrá superar esta dura prueba?
#ElClubDeLasCanguro
SÍGUENOS EN
@megustaleerebooks
@megustaleer
@megustaleer
Título original: Dawn and the Impossible Three
Edición en formato digital: enero de 2018
© 1987, Ann M. Martin
© 2018, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 1987, Conchita Peraire del Molino, por la traducción, a quien la editorial reconoce su titularidad de los derechos de reproducción y su derecho a percibir los royalties que pudieran corresponderle
© 2018, Laia López, por las ilustraciones de cubierta e interior
Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial / Judith Sendra
Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
ISBN: 978-84-9043-958-6
Composición digital: M.I. maquetación, S.L.
www.megustaleer.com
Índice
El Club de las Canguro. Ni soy su fundadora ni su presidenta, pero sí soy su miembro más reciente. Me llamo Dawn Schafer y soy la canguro número cinco. Las otras miembros del club tienen cargos; por ejemplo, Mary Anne Spier es la secretaria y Claudia Kishi, la vicepresidenta. Pero yo simplemente soy yo.
El club es la cosa más importante de mi vida. Si no fuera por él, en esos precisos momentos no me estaría dirigiendo en bicicleta a una casa para trabajar por horas como canguro. De no ser por este trabajo, no habría conocido a tanta gente aquí en Stoneybrook.
Veréis, solo hace unos meses que vivo en Connecticut. Hasta el pasado mes de enero, vivía en California con mis padres y mi hermano menor, Jeff. Pero el otoño anterior mis padres se separaron y mamá decidió volver al lugar donde se había criado. De modo que, después de Navidad, Jeff y yo fuimos arrancados de la cálida y soleada California y trasladados a la fría y húmeda Connecticut, donde —hasta ahora— no ha hecho nunca suficiente calor para mi gusto.
Odio el frío. Los días que la temperatura baja varios grados me enfado con el hombre del tiempo y le grito. Los días que sube, lo felicito y le pido disculpas por haberle gritado. Todavía no sé a qué se debe lo de darles tanta importancia a los inviernos de Nueva Inglaterra. Allá, en California, tenemos una sola estación: verano. Me parece maravilloso. Me encantan la playa, el sol y las Navidades a treinta grados. ¿Por qué, me pregunto, querría nadie poner fin a ese calor para dar paso a otras estaciones?
Como iba diciendo, esa tarde iba a hacer de canguro a casa de los Pike. Tienen ocho hijos... ¡y tres de ellos son trillizos! Sin embargo, no iba a cuidarlos a todos. Los trillizos, que ya tienen nueve años, habían ido a jugar a hockey sobre hielo (mi hermano Jeff estaba allí también), y Vanessa, de ocho años, estaba en clase de violín. Así que solo iba a hacerme cargo de Nicky, de siete años, de Margo, de seis, de Claire, de cuatro, y de Mallory, de diez, que por lo general es de gran ayuda.
Cuando llegué a casa de los Pike, aparqué la bicicleta a un lado de la calle y llamé al timbre.
—¡Ya abro yo! ¡Ya abro yo! —gritó una voz desde el interior.
Claire, la menor de los Pike, abrió la puerta. Le encanta atender al teléfono y abrir la puerta.
—¡Hola, Claire! —la saludé afectuosamente.
De pronto, Claire se mostró tímida y, llevándose el dedo a la boca, miró al suelo.
—Hola —contestó.
—Soy Dawn, ¿no te acuerdas de mí?
Claire asintió.
—¿Puedo entrar?
Volvió a asentir.
Mientras empujaba la puerta, la señora Pike bajó las escaleras corriendo.
—Oh, eres tú, Dawn. ¡Estupendo! Llegas justo a tiempo. ¿Cómo estás?
—Muy bien, gracias —repuse.
Me gusta la señora Pike. Tiene mucha vitalidad y le encantan los niños —imagino que tienen que gustarle—. Es paciente y divertida, y casi nunca grita. El señor Pike y ella han sido realmente amables con nosotros desde que nos mudamos aquí.
—Voy a una reunión del consejo de administración de la biblioteca pública. El número está en el listín, junto al teléfono. Si necesitas llamarme, preguntas por mí y les dices que estoy en la reunión del consejo en la sala Prescott, ¿entendido?
—Entendido. —¡La señora Pike es tan organizada! El sueño de toda canguro.
—Los números de emergencia están en el sitio de costumbre. Los niños pueden tomar algo si tienen apetito, pero poca cosa. Volveré después de las cinco. ¿Te parece bien?
—Perfecto. Tenemos una reunión de El Club de las Canguro a las cinco y media.
Nuestro club es muy profesional. Nos reunimos tres veces por semana para tratar los asuntos pendientes y recibir llamadas telefónicas. Así conseguimos un montón de trabajos. La presidenta es Kristy Thomas, ya que fue ella a quien se le ocurrió la idea del club.
La vicepresidenta es Claudia Kishi, una persona realmente ordenada y perfeccionista. Celebramos las reuniones del club en la habitación de Claudia porque es la única que tiene teléfono. Claudia es hija de japoneses y es muy guapa. Aborrece el colegio, pero le entusiasman el arte y las historias de misterio. Cuesta un poco llegar a conocerla.
La tesorera del club es Stacey McGill. Stacey llegó a Stoneybrook unos meses antes que yo, procedente de Nueva York, y sé que tuvo problemas para adaptarse a la vida de esta pequeña comunidad, porque algunas veces hemos hablado de ello.