Cuerpo de Nube Los derechos de traducción y reproducción están reservados en todos los países.
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© de las ilustraciones: Mónica Carretero, 2010
2a edición
ISBN: 978-84-937814-0-8
DL: M-47435-2010 Impreso en España por Graficas AGA SL
Printed by Graficas AGA in Madrid, Spain,
November 2010, print number 65691 En una noche de primavera, bajo la luna llena y las estrellas nació Kor. Delia Derito, su madre, reposaba junto a él en la pradera, cansada pero feliz mirando a su hijo embelesada. A la mañana siguiente, al salir el sol, las demás ovejas del rebaño vinieron a felicitar a Delia. Unas semanas después de su nacimiento, Delia empezó a notar que en el cuerpo de Kor, no crecía lana y que tomaba un aspecto diferente, convirtiéndose en una nubecilla blanca, esponjosa y redondeada. Unas semanas después de su nacimiento, Delia empezó a notar que en el cuerpo de Kor, no crecía lana y que tomaba un aspecto diferente, convirtiéndose en una nubecilla blanca, esponjosa y redondeada.
Una verdadera nube caída del cielo que se había posado encima de las cuatro patas de su hijo. Una nube nublada con sus tormentas, relámpagos y lluvia repentina pero también desde la que se asomaba y jugaba el sol. Kor Derito fue creciendo y el hecho de no tener un cuerpo de lana sino una nube, le iba distanciando de los demás corderos de su edad que lo encontraban diferente y no sabían cómo jugar con él. Pasaba entonces muchas horas solo, oteando el horizonte y observando la naturaleza. Encontró una forma que le divertía de comunicarse. Mantenía largas y silenciosas conversaciones con caracoles, observaba cómo crecía la hierba, cómo se abría una flor.
Algo en su interior se iba desarrollando día a día que le hacia más fuerte, como si los rayos del sol se hubiesen introducido en su cuerpo de nube. Ciertas noches las demás ovejas del rebaño desaparecían durante algunas horas. Se marchaban a saltar las vallas que como invisibles dibujos aparecían en personas que no pueden conciliar el sueño y que se dedicaban a contarlas una y otra vez. Kor, que solía despertarse al amanecer, las veía llegar muchas veces a la pradera cansadas, agotadas de tanto salto y quejándose de agujetas en las patas. “Cuando sea mayor no quiero saltar las vallas de gente que no puede dormir” –pensaba. Les ayudaré a hacerlo, pero de otra forma … Kor era muy sensible.
En su mundo volaban las notas musicales junto a mariposas. Jugaba de forma diferente porque le parecía más creativo, más artístico. A veces se entristecía de ver que los demás corderitos se peleaban, se engañaban o mentían con sus palabras. Cuando esto pasaba Kor lloraba tanto que al día siguiente el lugar en donde habían caído sus lágrimas amanecía lleno de amapolas. Una tarde, este pequeño corderito se puso malito y pasaron las noches con todas sus horas y los meses con todos sus días y no mejoraba. Su mamá Delia permanecía a su lado dando calor a su cuerpecito tembloroso.
Una mañana de primavera Kor se quedó dormidito para siempre. Sonreía. Al descubrir que no se despertaba ya, Delia le miró tiernamente y cuál fue su sorpresa al comprobar que la nube que formaba su cuerpo ya no estaba allí ¡Se había evaporado! En su lugar había lana. Sí, la misma que vestían todos los demás corderitos, pero aún mucho más blanca, más resplandeciente. Entonces Delia miró al cielo, se secó las lágrimas y allí la vio.
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