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Nayelí Song - La librería de la puerta roja: Disculpen las molestias, cerrado por amor

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    La librería de la puerta roja: Disculpen las molestias, cerrado por amor
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    Caligrama
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    2018
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La librería de la puerta roja: Disculpen las molestias, cerrado por amor: resumen, descripción y anotación

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¿Imaginas que tras esa puerta hallases un océano de comprensión?¿Un lugar donde el abrazo haga que se desvanezca el miedo y el sufrimiento?¿Donde una mirada consiga que el sonido de las lágrimas te saque a bailar?Tú, únicamente tú, decides si abrirla o no.En esta librería siempre hubo un espejo en el que se reflejaba lo que cada uno quería ver.

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La librería de la puerta roja
Disculpen las molestias, cerrado por amor

Primera edición: 2018

ISBN: 9788417637859
ISBN eBook: 9788417669447

© del texto:

Nayelí Song

© de esta edición:

La librería de la puerta roja Disculpen las molestias cerrado por amor - image 3, 2018

www.caligramaeditorial.com

info@caligramaeditorial.com

Impreso en España – Printed in Spain

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«Las heridas que no se ven son las más profundas»

William Shakespeare

A mis cuatro pilares.

A mi hija Irene, la que sujeta el pilar de mi alma con la luz de la suya.

A mi hijo Alberto, el que sujeta el pilar de mi camino con su lucha.

A mi esposo César, el que sujeta el pilar de mi vida con la suya propia.

A mi nieta Aitana, la que sujeta el pilar de mi esperanza con todo su ser.

In troducción

¡Hola!

Tengo diez años y, por supuesto, no he sido yo la que ha escrito esta historia, ni tampoco soy la protagonista. En realidad, sí que formo parte de ella, más que nada porque ocupo una gran parte del pensamiento de quien sí la ha creado. Y os diré un secreto. Serendipity, la librería de la puerta roja —como cotidianamente se la conoce en el lugar por ser su puerta de color rojo, ¡cómo no!—, es en verdad la protagonista de esta historia. Todos los demás somos meros espectadores de los encuentros afortunados que ocurren en ella. ¡Por cierto!, ¿no os parece un nombre un tanto peculiar para una librería? ¡Ah! Que no sabéis qué significa Serendipity. Ummm... ¡Bueno! ¡Bien! Hoy todo es posible con Google, pero os contaré otro secreto. Su verdadero significado solo lo podréis encontrar dentro de la librería.

¿Os gustaría conocerlo? Pues adelante, os abriré la puerta roja. No me hagáis esperar. ¡Eh! Adentraos y hallaréis en ella su magia.

¡Ah! Un momento, por favor, casi se me olvidaba deciros que Serendipity no es un cuento.

Pero, aun así, intentad entrar siempre con una sonrisa puesta en vuestros labios por mucho que duela la tristeza. Ya, ya sé que en ocasiones es un tanto difícil de conseguir, pero, aunque no lo logréis, os pediría que tengáis un poquito de paciencia, quizá, quién sabe, la encontréis en…

El otoño

Desde detrás del mostrador de la librería y a través de los huecos que había entre los libros expuestos en uno de los escaparates de esta, veía pasar la gente a toda prisa con todos aquellos paraguas de tristes colores. Era un desfile de grises, negros y azul marino, y aquello me hizo echar de menos al arcoíris. Fuera, aunque la lluvia que caía era de unas gotas muy finas, se sentía demasiado densa debido a la gran cantidad de agua que dejaban caer todas aquellas nubes que cubrían el cielo ese día. Y ese ligero y suave viento que proporciona en ocasiones el otoño hizo que se formasen unas cortinas de agua provocando unos movimientos ondulados. Al observar aquel espectáculo me recordó los fuertes oleajes del mar y mi mente se trasladó casi de inmediato hasta ese islote del faro que había en el pueblo. Un islote siempre de un intenso color verde, dada la gran vegetación que lo cubría, y desde donde se podían apreciar esos despliegues de distintas olas en las temporadas de fuertes tormentas.

Por unos instantes me quedé brevemente ensimismada con ese espectacular recuerdo, pero el tintineo de las campanillas colgadas del techo, justo detrás de la puerta de la librería, me hizo comprender que alguien la había abierto y regresar al lugar en el que en verdad me encontraba. Al dirigir mi mirada hacia la puerta descubrí todo aquel colorido otoñal que tenía el bonito paraguas con el que se disponía a entrar el caballero que lo portaba. Noté entonces que en mis labios asomó una ligera sonrisa. Una sonrisa que mantuve durante unos breves segundos nada más, al ver que, antes de entrar en la librería, aquel hombre lo sacudió, y al hacerlo se desprendieron todos aquellos colores verdosos, ocres, marrones, rojizos y amarillentos que ofrecía cada una de las hojas que había creído eran parte de la decoración de aquel después triste paraguas color marrón oscuro. Si al menos hubiese sido del color del chocolate, se me habría endulzado el paladar, me dije a mí misma en silencio.

Y lo más triste no fue ver cómo se desprendieron todas aquellas hojas de colores otoñales, sino escuchar a aquel señor refunfuñar en un susurro no muy discreto, quejándose del temporal. En otro tiempo no le hubiese dado mayor importancia, ni tan siquiera me hubiera molestado que refunfuñara o maldijese el otoño o cualquier otra estación del año; ciertamente, me habría sido totalmente indiferente cualquier queja humana, pero en estos momentos de mi vida sí que me importa, y mucho. Y no solo porque estuviese comenzando a sentir la vida de diferente manera, no, sino porque en ese nuevo camino mío por la vida comenzaba a identificar que existían personas como lo era yo entonces. Y ese gesto, bien sabía que conllevaba pasar por alto las cosas que en apariencia parecían insignificantes, pero que en verdad eran las más mágicas que esta vida nos ofrece, haciendo, por tanto, que realmente fuesen las más importantes. En ocasiones los seres humanos somos tan desaprensivos que cuando llegan a nuestras vidas esos instantes considerados únicos no les damos demasiada o ninguna importancia y los dejamos escapar sin más, inclusive a sabiendas de que ya no retornarán. Sí, ya sé que se suele decir que ya vendrán otros muchos instantes parecidos o similares durante nuestra existencia, pero aquellos que dejamos que se nos escapen de entre los dedos, casi siempre por estúpidas excusas, esos, por siempre serán irrepetibles y precisamente los que alimentan el latido del corazón sin excepción ninguna. Instantes y cosas que después de perdidos caemos en la cuenta de que ya no formarán parte de nuestro particular océano de los recuerdos.

A mano derecha según se entraba en la librería había un paragüero blanco con forma de mariposa en el que el caballero depositó el paraguas. Luego, situado sobre una alfombrilla de colores celestes que daba la sensación de estar volando en un cielo claro y despejado, levantó con su mano izquierda el sombrero que traía puesto y que también era de color marrón oscuro. Al terminar de quitárselo dejó asomar un bonito y bien peinado cabello de color castaño claro que embellecía aún más sus grandes ojos de color verde, eso sí, algo apagados de brillo. Creo que el motivo de ello era la falta de una sonrisa en su rostro. Su apariencia era la de un señor elegante y bien parecido, aunque de rostro un poco endurecido por aquel semblante de aspecto serio. En verdad, no terminaba de ver en él nada que no me hiciera pensar que había entrado en la librería con el pretexto de refugiarse de la lluvia, hasta que escuché su voz, sorprendentemente aterciopelada, con la que me dijo:

—¡Buenas tardes! Por favor, ¿sería tan amable de indicarme el estante donde se encuentran los libros de narrativa romántica?

Aquellas palabras suyas hicieron que se me abriesen los ojos como platos y me quedé con la boca entreabierta como una boba. Jamás hubiese imaginado que me preguntaría por la sección de novela romántica, dado su aparente aspecto tosco.

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