ANDRÉS PANASIUK
UNA HISTORIA DESTINADA A CAMBIAR
PARA SIEMPRE TU FUTURO ECONÓMICO
© 2010 por Andrés Panasiuk
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
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completamente a Thomas Nelson, Inc.
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A menos que se indique lo contrario, todos los textos
bíblicos han sido tomados de la Santa Biblia, Versión Reina-Valera 1960
© 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina,
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Usados con permiso.
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Citas bíblicas marcadas “BLA” son de la Biblia de las Americas®,
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Citas bíblicas marcadas “TLA” son de La Traducción en Lenguaje Actual
© 2000 por Sociedades Bíblicas Unidas. Usada con permiso.
Editora General: Graciela Lelli
Adaptación del diseño al español: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN: 978-1-60255-416-0
Impreso en Estados Unidos de América
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ÍNDICE
U na organización no es nada sin un equipo. Los autores, entonces, somos solamente la cara visible de un grupo de personas altamente capacitadas que nos permiten llevar nuestro mensaje con efectividad a nuestra audiencia.
Por eso, quisiera agradecer de corazón a Grupo Nelson su amistad fiel y comprometida durante tantos años. Con ellos tengo una deuda que jamás olvidaré.
Quisiera dar las gracias a mi propio equipo de trabajo, que tuvo que dar sangre, sudor y lágrimas mientras yo estaba «recluido» escribiendo. A mi buena amiga y compañera de labores la señora Milenka Peña de Denhartog por su invaluable colaboración en la edición de este material, y la inserción de la princesa Madiha en la historia damascena.
A mi esposa Rochelle, verdadera ancla de nuestra familia, por haber desempeñado nuevamente el papel de «viuda a tiempo parcial» ocupándose de mis responsabilidades en el hogar para que yo pudiera entregarte a ti y al resto del continente el regalo de este libro.
La crisis imparable
M aurus bar Radhani, de pie e inmóvil como una estatua en la azotea del edificio del lucrativo negocio familiar, giró su cabeza hacia su padre Simeón y, con un gesto de incredulidad, clavó la mirada en los profundos ojos color miel que lo vieron nacer.
Sin pronunciar palabra, su expresión lo dijo todo: la entrada de las tropas del general Khalid ibn al-Walid a Damasco en ese cálido día de septiembre cambiaría inexorablemente todas las reglas de juego. En lo profundo de su alma sentía la incertidumbre que provoca experimentar en carne propia una crisis como nunca antes. Presentía que el traspaso de la ciudad bizantina más importante del Medio Oriente a manos musulmanas conllevaría consecuencias de proporciones históricas.
Maurus tenía toda la razón del mundo. Casi mil cuatrocientos años después, la historia demostró que, para bien o para mal, Damasco nunca fue la misma ciudad... ni siquiera para los habitantes de Bab Tuma: el barrio cristiano donde el clan de los Radhani tenía su casa y su exitoso negocio.
Los ojos de Simeón, sin embargo, expresaban tranquilidad y confianza. Exhibían una serena paz interior. Comunicaban la fortaleza de un hombre que había trabajado durante muchos decenios en levantar un imperio económico con conexiones que iban desde la India y la China hasta España, y desde el Volga hasta las más famosas ciudades del norte de África y la península arábiga.
La razón era clara. Simeón sabía algo que Maurus, en su juventud, todavía ignoraba. Y ese nefasto domingo, 18 de septiembre del año 634, mientras miraba el rostro desconcertado de su hijo, decidió que había llegado la hora de compartir el secreto que la familia había guardado con tanto celo por más de quinientos años.
Levantó su brazo izquierdo y abrazó a su hijo como quien abraza a un viejo compañero de batalla. Y mientras ambos observaban cómo los soldados árabes, después de treinta días de haber sitiado la ciudad, comenzaban a entrar por la Puerta Oriental, en marcha triunfal, por la famosa Calle Recta, le dijo casi susurrando: «El tercer día del mes de octubre, tan pronto como se ponga el sol, te estaré esperando frente al altar de la Iglesia de Mariamyeh. Tengo algo importante que compartir contigo».
Desde allí, cada uno se fue a sus labores preasignadas para asegurarse de que los edificios de la familia y los inmuebles del negocio sobrevivieran al caos inicial que estaban experimentando. Había que decidir qué hacer con las caravanas que debían salir hacia Sus Al-Aksa y Petra. Había que alimentar a los camellos y almacenar apropiadamente los cargamentos de seda de la China y las espadas de Europa. Tenían que situar a los esclavos del norte de África y guardar las especias que recientemente habían llegado de la India.
Pero en medio de todo el caos que posiblemente se avecinaba y pese a la curiosidad que las palabras de su padre despertaron, Maurus no podía evitar que su atención se viera interrumpida constantemente por la fuerza de sus recuerdos. De repente, su mente traicionaba su concentración llevando a su memoria un par de ojos cautivadores. Los ojos de su amada: su hermosa prometida. Y ajeno por un instante a la conmoción que le rodeaba, se puso a soñar despierto, recordando con cariño el primer encuentro con su bella princesa Madiha.
Lo primero que vio fueron sus ojos. Luego, una leve sonrisa que se vislumbraba tenuemente a través de un delicado velo que se esforzaba sin éxito por cubrir su exquisito perfil. ¿Quién podría predecir que esa bella princesa —hija de uno de los sultanes más queridos y respetados de Alejandría— posaría esos bellos ojos color miel en el hijo de un mercader? Pero así ocurrió. Maurus recordó con su alegría juvenil el ambiente y la cadencia de las caderas de Madiha que se movían al compás del laúd y el darbuka. Recordó cómo ella combinaba en su danza elementos y técnicas de varios otros países del Medio Oriente en una perfecta interpretación de las danzas tradicionales de Egipto. Aquella noche sus corazones se entrelazaron al vaivén de aquella melodía.
Sin embargo, lo que selló la relación no fue simplemente la atracción física. Fue haber descubierto que ambos compartían los mismos gustos, los mismos intereses, la misma sensibilidad por el arte, la música... y lo más importante: las mismas creencias y amor por el Creador del universo.
Ahora Maurus se sentía culpable. Él era la razón por la cual Madiha, después de haber atravesado kilómetros de insondables desiertos, se veía detenida en espera indeterminada en medio de una situación inesperada; una crisis imparable que muy pronto también sufriría su ciudad natal. La llegada a Damasco de las tropas musulmanas, después de treinta días de haberla sitiado, cambiaría por completo sus planes de un viaje seguro y directo.
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