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Yo conocí la parte buena de los hombres malos
y la parte mala de los hombres buenos.
C. C.
En la soledad de la celda, a los pocos meses de ingresar al penal de Campana, Carlos Carrascosa empezó a escribir para atenuar la tristeza. Era la tercera vez que quedaba preso, un fiscal lo volvía a acusar sin las pruebas jurídicas suficientes, la prensa lo condenaba y el asesino de su mujer, María Marta García Belsunce, seguía libre. Esas primeras líneas, con los años, se convirtieron en este libro.
Diario de un inocente es la historia en primera persona jamás contada de un hombre que estuvo preso más de siete años acusado de un crimen que no cometió, es la reconstrucción de ese día fatal, es el entramado judicial infame alrededor del caso, pero es también el relato desgarrador de una pérdida, la desesperada búsqueda de la verdad y la libertad, una filosofía vital para sobrevivir en el violento ambiente carcelario. Es la historia del amor que Carlos y María Marta se tenían.
“Descubrí el corazón de personas que la sociedad trata como escoria, y eso es un aprendizaje de la vida. Por eso siempre digo que entré a la cárcel como burgués y salí como expreso. Es importante tener memoria”.
“Tres veces estuve preso por un crimen que no cometí. Asesinaron a mi esposa, sufrí el dolor de su partida sin poder despedirme de ella y la Justicia me sentenció sin pruebas, sin que se supiera el móvil y sin que apareciera el arma”.
CARLOS CARRASCOSA
Nació el 13 de diciembre de 1944 en la ciudad de Buenos Aires. Después de probar con varias carreras universitarias, entró en la Marina Mercante y viajó en barco por el mundo durante cinco años. En una estadía en Buenos Aires, en 1970, se reencontró con María Marta García Belsunce, a quien había conocido de niña, se enamoraron y se casaron el 31 de julio de 1971. Carlos fue capataz en una licorería y vendedor de cursos de inglés antes de comenzar su exitosa carrera como financista. Viajaron, se acompañaron, trabajaron juntos, formaron una pareja muy querida en su entorno hasta la fatídica tarde del domingo 27 de octubre de 2002, cuando Carlos encontró muerta a María Marta en el baño de su casa del country Carmel. Los médicos determinaron que había sido un accidente, pero luego se supo que había sido asesinada de cinco balazos en la cabeza. Carlos fue imputado en la causa y estuvo tres veces preso, más de siete años, por un crimen que no cometió. El 19 de diciembre de 2016 la Cámara de Casación de la Provincia de Buenos Aires lo absolvió de los delitos de encubrimiento agravado y homicidio calificado por el vínculo, y el 3 de octubre de 2018 la Suprema Corte bonaerense confirmó su inocencia. Aún sigue reclamando que se sepa quién mató a María Marta y esperando que se haga justicia.
Foto: © Archivo personal del autor
Carrascosa, Carlos
Diario de un inocente / Carlos Carrascosa. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ediciones B, 2020.
(No ficción)
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-780-162-0
1. Memoria Autobiográfica. I. Título.
CDD 808.8035
Diseño de cubierta: Penguin Random House Grupo Editorial
Foto de cubierta: Archivo personal del autor
© 2020, Carlos Carrascosa
Edición en formato digital: octubre de 2020
© 2020, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A.
Humberto I 555, Buenos Aires
www.megustaleer.com.ar
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ISBN 978-987-780-162-0
Conversión a formato digital: Libresque
Tres veces estuve preso por un crimen que no cometí. Asesinaron a mi esposa, sufrí el dolor de su partida sin poder despedirme de ella y la Justicia me sentenció sin pruebas, sin que se supiera el móvil y sin que apareciera el arma. La Justicia está administrada por seres humanos y es lógico que haya errores. Pero quienes fuimos víctimas de un error judicial esperamos que sea la propia Justicia la que revise, corrija y repare ese error. Para que esto ocurra es necesaria una firme voluntad por parte de quienes acusan y juzgan, y en mi caso también de mí. Me tocó transitar casi dos décadas de mi vida padeciendo los efectos de la conducta de un fiscal que no reconoció su error y que pudo prolongar en el tiempo su actuación viciada gracias a la complicidad de algunos miembros de una corporación corrupta. ¿Puede un hombre actuar de forma tan parcial, obnubilada y poco coherente para justificar su equivocación y salvar su lugar y su honor? ¿Es necesario ensañarse con una familia entera, crear teorías sin ningún asidero, inventar cosas que nunca pudo probar porque, sencillamente, no existieron? ¿Y construir una mala imagen de quienes éramos las personas más cercanas a la víctima, permitiendo que la prensa nos juzgara en la televisión y en los diarios, que diseñara una opinión pública a la que los jueces son tan permeables? El fiscal se creyó Julio César, dijo “investigué, descubrí, acusé”, y en su acusación enarboló una bandera fundada en el prejuicio social de que solo van a la cárcel los ladrones de gallinas. Su objetivo fue ser el artífice de un proceso ejemplar en el que la sociedad confirmara que la Justicia también podía ser implacable con los ricos.
Todo comenzó aquel fatídico 27 de octubre de 2002, cuando regresé a mi casa en el country Carmel al final de una tarde lluviosa y encontré a María Marta, mi mujer, caída en el baño. Mi pensamiento, como el de probablemente cualquier persona, fue que había sufrido un accidente. Siempre creí que estaba viva, pero, tras enterarme de la muerte a través de las palabras del médico que me dijo: “Fue un terrible accidente, Carrascosa. Mi sentido pésame”, confirmé que lo que había ocurrido era eso, un accidente. Una vez abierta la causa judicial y realizada la autopsia —treinta y seis días después—, se descubrió que había sido asesinada de cinco balazos en la cabeza. Hasta entonces, los que habían estado presentes en mi casa en las horas posteriores a la muerte de María y que habían visto su cuerpo también consideraron que había sido un accidente; incluidos los médicos, la Policía y el propio fiscal a cargo de la investigación —Diego Molina Pico—, que avalaron con su silencio y su inacción esa hipótesis. Con el resultado de la autopsia en la mano, el fiscal —que debería haberla ordenado antes del entierro porque era una muerte accidental, ahí su error— decidió que a través de mis declaraciones yo había instalado esa imagen falsa del accidente. Y dedujo que, en realidad, yo era el responsable directo de la muerte de mi esposa o como mínimo que encubría el hecho en connivencia con varios familiares. No lo podía creer, pero era así. La Justicia interpretó de igual modo la segunda hipótesis del fiscal y me mandó a prisión por primera vez el 11 de abril de 2003 como sospechoso.