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Primera edición: enero de 2021
© 2021, María Ramírez
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ISBN: 978-84-17906-53-5
Composición digital: M.I. Maquetación, S.L.
Kamala Harris, la primera
María Ramírez
Todo lo que necesitas saber sobre Kamala Harris, la primera vicepresidenta mujer de los Estados Undidos.
Kamala Harris es una persona poco convencional y su historia representa lo mejor de Estados Unidos. Hija de una madre india y un padre jamaicano, Kamala se ha convertido en una de las políticas más poderosas de su país y en una pionera: fue la primera mujer en ocupar el cargo de fiscal general del distrito de San Francisco, la primera mujer en ocupar el cargo de fiscal general del estado de California y la primera senadora negra en representar California en la Cámara Alta. Ahora es la primera mujer vicepresidenta y muchos ya la colocan en primera línea de las elecciones presidenciales del 2024.
«Aunque pueda ser la primera mujer en ocupar este cargo, no seré la última.»
Kamala Harris es consciente de lo que simboliza. Este perfil es una pequeña incursión en la vida de una mujer dispuesta a cambiar la historia.
María Ramírez es periodista y subdirectora en eldiario.es. Fue corresponsal de El Mundo en Nueva York y en Bruselas, y reportera política de Univision en Estados Unidos. Co-fundadora de El Español y Politibot. Es Nieman fellow en la Universidad de Harvard, Pritzker fellow del Instituto de Política de la Universidad de Chicago y se graduó en Periodismo por la Universidad de Columbia de Nueva York con una beca Fulbright. Colabora, además, con The Washington Post, Nieman Reports y The Atlantic. Es autora de varios libros sobre política estadounidense y europea.
A Rocío y Edu,
mi Shyamala y mi Doug
Aquel sábado de noviembre
The time is always now.
J AMES B ALDWIN
El 7 de noviembre sobre las once y media de la mañana en Boston, Nneka Nwosu Faison le dijo a su hija Zoe, de cuatro años, que un día podría ser presidenta. «Mira, ¿te gusta que nuestra vicepresidenta se parezca a ti?» La niña asintió mirando a la pantalla. «Puedes ser lo que quieras. Las niñas negras pueden ser lo que quieran», le insistía su madre. «Cualquiera puede ser lo que quiera», exclamó Zoe.
Conozco esta historia porque Nneka la compartió conmigo y con otros amigos periodistas unos minutos después, mientras las calles de todo el país estallaban en una fiesta colectiva y espontánea de aplausos, cláxones, bailes, gritos y risas. Había pasado un rato desde que la CNN y la agencia de noticias AP, la verdadera fuente de referencia en el escrutinio y la estimación de ganadores de las presidenciales desde 1848, habían proyectado que Joe Biden y Kamala Harris serían los nuevos ocupantes de la Casa Blanca.
Las palabras de Nneka me hicieron saltar las lágrimas. Puede que tuviera algo que ver con el cansancio acumulado tras cuatro días y cuatro noches trabajando sin apenas pausa y con muy pocas horas de sueño. Pero también sentía el peso de ese momento simbólico frente a la dolorosa historia de Estados Unidos, esa promesa continua, optimista e incompleta en busca de la felicidad para todos. Y puede que tuviera que ver con ese sentimiento agridulce al pensar que Nneka, brillante periodista de Filadelfia, jefa en la televisión local de Boston y titulada por las universidades de Princeton, Columbia y Harvard, todavía necesitaba momentos de reafirmación para ella y para su hija.
Esa escena entre Nneka y Zoe se repitió por todo el país aquel sábado de noviembre inusualmente cálido para la época. Era parte de la fiesta de liberación de un presidente que ha sido una anomalía histórica por el grado de corrupción, ineptitud, misoginia y racismo sin disimulo. Era parte de la fiesta de lo que significaban los elegidos: Joe Biden como remedio inmediato de rectitud; Kamala Harris como promesa de un país multirracial y de concordia que celebra sus raíces inmigrantes. Y era también la fiesta de revancha por la derrota de Hillary Clinton frente a un presidente que presumía de «agarrar por el coño» a las mujeres y había sido acusado por una veintena de mujeres de abusos sexuales considerados verosímiles después de una investigación cuidadosa de los medios.
Harris, muy consciente de su lugar en la historia, pronunció sonriente, despacio y con solemnidad su primer discurso como vicepresidenta electa. Fue aquella noche del 7 de noviembre en Wilmington, Delaware, en un escenario rodeado de banderas, con la música de Beyoncé de fondo y frente a un grupo de simpatizantes en coche para evitar el contagio.
«Aunque seré la primera mujer en este cargo, no seré la última. Porque cada niña pequeña que esté viéndonos esta noche ve que este es un país de posibilidades. Y para los niños de nuestro país, sin importar el género, nuestro país ha mandado un mensaje claro: sueña con ambición, lidera con convicción, y mírate a ti mismo de una manera en la que otros tal vez no te ven simplemente porque no lo han visto antes. Y te aplaudiremos a cada paso en el camino.»
Los europeos, siempre enamorados del glamour del pesimismo, a menudo escuchamos con escepticismo palabras como estas en boca de los políticos de Estados Unidos, tal vez los más hábiles a la hora de mezclar emoción y sustancia y de convencer a sus conciudadanos de que cada nuevo día es mejor.
Harris no dejaba de sonreír. Es uno de sus gestos más habituales. Es rara la entrevista que no interrumpe con risas que acaban en carcajadas muy sonoras. El optimismo que transmite es parte de lo que quieren, de lo que necesitan los estadounidenses para seguir creyendo en su país.
Pero las palabras y las sonrisas no son suficientes. Tampoco a veces los intentos de reforma de los políticos más empeñados en hacer realidad un mundo más justo y con más oportunidades, donde no importen el color de la piel, el origen nacional, el acento o el género. Más allá de las buenas intenciones, Barack Obama descubrió pronto los límites de lo que se puede hacer incluso desde el cargo con más poder del mundo. Pero creer es el primer paso para mejorar. Y si a pesar de todo los millones de personas que viven en Estados Unidos avanzan con un hilo de unidad y de vez en cuando son capaces de logros extraordinarios como ningún otro país en el mundo, se debe en buena parte a su fe. También se trata de fe religiosa. Pero sobre todo de fe en el poder de las personas, sus palabras, su ejemplo.
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