Marta Lallana - El heredero de la soledad
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- Libro:El heredero de la soledad
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- Año:2015
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El heredero de la soledad: resumen, descripción y anotación
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M ARTA L ALLANA
EL
HEREDERO
DE LA
SOLEDAD
La verdadera guerra está en nuestras mentes
El Heredero de la Soledad © 2015 Marta Lallana
Todos los derechos reservados
A mis hermanas de la Villa,
que me enseñaron a sonreír.
Y a mi madre, que hizo posible
lo imposible
Prólogo
El viaje hacia nuestro interior es la más peligrosa y ardua aventura. El conocimiento de uno mismo es el mayor de los aprendizajes. Aquella carrera que tiene como meta nuestra verdadera identidad aún permanece oculta en la mente del individuo, pues el comienzo de ésta se encuentra en la pureza de nuestro espíritu. No obstante, la valerosa batalla contra lo oculto es un reto que pocos suelen aceptar.
En el seno del yo más puro del individuo, los temores gobiernan y, en su corazón, la misma pesadilla emerge: hallarse solo en un mar embravecido y remoto. Ser reclamado por las profundidades, intentar pedir auxilio y que nadie escuche, salvo la misma muerte.
El individuo no quiere que la pesadilla se torne realidad, así que abandona la lucha y se estanca, persigue la conveniencia. Cierra los ojos y quiere creer ser protegido por fantasmas. No ve sus intenciones malsanas, sólo oye sus vacías palabras, que lo invitan a adentrarse en la dimensión de la falsedad, donde deberá forjarse una máscara y un disfraz. No debe pensar, no debe exhibir su verdadero yo. Sólo mezclarse en la masa y dejarse llevar... Así sentirá que estará protegido.
Pero Allen Fonsaurum se verá obligado a abrir los ojos y a descubrir que, cual condena, la sombra de la soledad porta sobre sus espaldas. El destino desea otorgarle una oportunidad. No obstante, cuando llegue la hora de la verdad, la elección sólo suya será. ¿O acaso la sombra de la soledad lo apresará y será de nuevo la conveniencia la elegida?
Le invito a conocer la diversidad de verdades vinculadas a las frágiles realidades de un mental mundo, a deambular sobre las líneas de una humilde historia sin aparente inicio, ni concluyente final, puesto que el verdadero preludio se dictó, cuando el desenlace se presentó. He aquí mi apertura de un fin inacabable, la realización del ser humano.
En un planeta paralelo a la Tierra, se hallaba un poderoso reino sobre una isla de forma alargada y de gran extensión. Su fundadora fue una princesa de peculiares cabellos blancos conocida como Florian Fonsaurum, cuya infatigable perseverancia le permitió transformar aquellas antes hostiles tierras en verdes praderas fértiles que la enriquecieron a ella y a sus fieles seguidores.
Así nació la Familia Real de los Fonsaurum, un linaje esbelto, valiente y poderoso que era el orgullo de su pueblo. Su Escudo de Armas Real exhibía la imagen de un lobo níveo que simbolizaba el arrojo de Florian y la cabellera blanquecina que la caracterizaba. Una cabellera blanquecina que dejó de heredarse con prontitud en su descendencia, lo que resultaba tan misterioso como el pasado de su fundadora. Al fin y al cabo, pese a que se tratasen de sus antepasados, nadie sabía con certeza de dónde provenían Florian y sus seguidores, y por qué motivo decidieron dejar atrás su desconocido hogar.
Los habitantes de la isla ignoraban por completo sus raíces. Probablemente, la buena estrella de aquel reinado y los tiempos de bonanza poseían mayor relevancia que aquella incógnita, la cual quedó en el olvido con el tiempo. No obstante, cuentan los viejos rumores que, junto a Florian, siempre hubo a su lado una familia con grandes dones. Aunque todos han olvidado su nombre y a sus descendientes. De hecho, tal vez se había olvidado demasiado en aquella isla, tanto que... Florian ahora se revolvía en su propia tumba.
PRIMERA PARTE
El balanceo de las largas cortinas de terciopelo al son del viento, permitió que un leve rayo de luz se colara en el aposento, acariciando mi adormecido rostro. El canto de las aves inició su función con la puntualidad diaria. Sin embargo, el espontáneo despertador silvestre no logró librarme del sopor. Mis párpados pesaban como dos bloques de hierro. Había dormido un corto lapso de tiempo. No obstante, independientemente del cansancio que pudiese sobrellevar, la euforia prevalecía en mi interior con la misma intensidad que en los días anteriores.
Unos débiles toques, al igual que constantes, fueron los que consiguieron espabilarme.
―Alteza, despertad. Ha llegado la hora ―dijo la doncella con tono autoritario al otro lado de la puerta―. Os traen el desayuno.
―Adelante ―contesté, apartando la gruesa manta que me envolvía y poniendo en su sitio el blanco kamese, que antes dejaba al aire mi hombro derecho.
Pese a la comodidad de mi colchón, en el que me senté para recibir la visita, sentí un pinchazo en la columna. «Supongo que el insomnio me habrá pasado factura», reí.
La solidez de las cortinas no permitían casi el paso de la luz, por lo que, cuando al fin abrí los ojos, no pude ver con claridad hasta que los sirvientes irrumpieron en la estancia.
La doncella, acompañada de aquellos autómatas sirvientes que se desplegaron por la habitación ocupando sus puestos a modo de batallón, sonrió cuando uno de ellos posó mi desayuno sobre la mesa de cristal del balcón, mientras el resto acicalaba mis nuevas vestimentas, traídas especialmente del norte para este glorioso día. Sin lugar a dudas, era una fecha que aguardaba con ansia desde mi niñez, y de no ser por aquella perturbadora excitación, que había arruinado mi descanso nocturno, no hubiera sido capaz de despegarme de las sábanas y levantarme.
Los criados me vistieron con la mayor de las delicadezas, y persistieron en tomar de nuevo cautelosas medidas de protocolo y en rematar los últimos detalles. Sin embargo, pese a que su tardanza y meticulosidad acrecentaran mi nerviosismo, merecía la pena por aquel elegante traje blanquecino. La chaqueta, que portaba una cuerda dorada a un lado, se ajustaba a mi torso con exactitud y los guantes que me colocaron eran suaves y ostentosos. Además, en el pecho, exhibía, a modo de bordado, el Lobo Níveo de mi linaje. El pantalón me llegaba hasta los tobillos. Y aquellos zapatos... podrían pagar varios viajes a los continentes del otro lado del océano.
Accedí al balcón con paso decidido y, pese a su intensa luminosidad, que me cegó por un instante, agradecí la presencia del sol y del cielo libre de nubes. La doncella esperaba pacientemente mi aparición junto a la leche caliente y los pastelillos recién horneados y servidos.
―Creí que Su Alteza gozaría más de su desayuno en el exterior ―apuntó la doncella, mirando maravillada el paisaje. Su vestido azul y su delantal blanco eran aclarados por el reflejo de los rayos del sol. Su rostro poseía una forma ligeramente rectangular y su castaño cabello era rizado.
El resto de criados se mantenían dentro de mi aposento, haciéndome la cama y quitando el polvo de cada recoveco. Se escuchaban sus suelas desgastadas deslizarse sobre los tablones de madera del interior.
―Me es igual desayunar dentro o fuera ―me encogí de hombros―, pero no volváis a tomar decisiones por vuestra cuenta ―repliqué, molesto por la ligera brisa que agitaba mi recién peinado cabello.
―Sed más romántico y disfrutad de la vista. Estoy segura de que os tranquilizará. Los nervios os deben estar comiendo vivo ―hizo un guiño. Y yo fijé la vista en las montañas, al mismo tiempo que acercaba a mis labios la taza de leche―. Este día marcará un antes y un después en vuestra vida, os volverá al fin un hombre, así que por muy seguros que estéis de vuestras habilidades, no os sermonearán por perder un ápice de vuestra compostura... Debéis estar orgulloso ―añadió―, al atardecer podréis mostrar vuestra valía en la guerra.
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