Esperando tu llegada
Una fe puesta a prueba
Yulimar Yanez
esperando tu llegada
Una fe puesta a prueba
© 2022, Yulimar Yanez
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ISBN: 978-1-958053-13-3
índice
Al dador de la vida, a aquel que de un vientre estéril puede producir vida. «Porque nada hay imposible para Dios»
Lucas 1:37
A ti, amado mío, que junto a mí has esperado tan anhelada llegada.
Prefacio
Desde ya tu llegada ha sido una enseñanza de vida, hemos experimentado muchas cosas, sin conocerte ya te amamos y te esperamos con ansias. Quiero que sepas todo lo que pasó antes de que nacieras y cuánto te anhelamos.
Quiero transmitirte mi experiencia en este proceso, porque, cuando estés aquí, la alegría y el gozo por tu presencia borrará todo sufrimiento y desesperanza.
Te amo, hijo amado, y aun hoy sigo esperando tu llegada.
El comienzo
Desde antes de cumplir los diez años, tenía planificada mi vida. Ya en mi último año de primaria decidí que quería ser una profesional, una mujer independiente y exitosa; y me preparé para ello estudiando para obtener buenas calificaciones y tener un cupo en una buena universidad, lo cual logré. Estudié en una de las mejores universidades para la época y me gradué con buen promedio. En esa universidad obtuve mi primer título universitario y, el último día de clases, un novio que, cuatro años más tarde, se convertiría en mi esposo y tu padre.
Lo tenía todo planificado. Me gradué en una carrera corta recién cumplidos los veintiún años. Quería trabajar e independizarme, viajar y disfrutar la vida, casarme y seguir estudiando; así que, cuatro años después de graduarme, me casé. Tuvimos que superar varios obstáculos para ello: cuando faltaban dos meses para la boda, me despidieron del trabajo por reducción de personal; y, por si fuera poco, a solo dos semanas, me dio dengue hemorrágico, lo cual complicó aún más los planes. El dinero que recibimos en regalos lo gastamos en mi hospitalización, ya que mi salud se vio comprometida.
Nunca nada me fue fácil. Siempre me tocó enfrentar retos para llegar a la meta y esta vez no fue diferente.
A pesar de los imprevistos, mis planes de vida continuaban, solo que no de la manera esperada. Había logrado mi independencia y vivía en mi casa lejos de la ciudad. Aunque inicialmente no tenía ni muebles y era alquilada, era mi lugar, mi espacio, mi territorio. Allí crecí como persona y allí empezamos, tu papá y yo, la aventura de vivir en pareja.
Nuestro sueño era tener una casa propia y nos propusimos trabajar en ello. Así que lo sacrificamos todo, especialmente las vacaciones, para lograr ese fin. Adicionalmente, yo tenía otro sueño: seguir estudiando y obtener mi título de ingeniería. Así que me inscribí en la universidad y volví a estudiar de nuevo.
No teníamos mucho tiempo. En nuestros planes inmediatos no había bebés. Estábamos muy ocupados. Ninguno de los dos nos sentíamos preparados para eso. Así que nos propusimos tener la estabilidad de una casa propia para empezar y disfrutar más el matrimonio antes de emprender esa empresa. Para mí era importante cultivar la relación de pareja, para que, cuando llegaran los hijos, esta no se debilitara por las nuevas responsabilidades; sino que, por el contrario, se fortaleciera.
Por la experiencia de gente cercana, tenía la idea de que, después del nacimiento de los hijos, todo cambia drásticamente. Pasamos a ser responsables de un nuevo ser que depende totalmente de nosotros. Dejamos de ser nuestra principal prioridad, los sueños personales pasan a un segundo plano. Yo no quería ser una madre frustrada que, por tener hijos antes de tiempo, no se desarrolló a nivel personal y profesional. Pensaba que todavía tenía mucho por hacer antes de pensar en hijos.
Así que ante la pregunta que siempre hacen a los casados «¿Cuándo van a tener hijos?», tenía las siguientes respuestas: «Después de que tengamos casa propia». Cuando ya tuvimos la casa: «Después de que cumpla los treinta»; y, por último, cuando ya había cumplido los treinta: «Después de obtener mi título».
En ese tiempo, antes de graduarme, pasó algo que no estaba planificado. Mi reloj biológico empezó a avivar ese sueño que tuve de niña cuando me ponía una almohada en mi barriga y jugaba a que estaba embarazada. Poco a poco me ilusionó la idea de ser madre, pero tenía que ponerme de acuerdo con tu papá, porque era muy importante que fuera de mutuo acuerdo y no tomar yo sola una decisión tan importante.
Nos pusimos de acuerdo, vencimos sus temores y los míos, y empezamos a buscarte. Mi oración a Dios era que me diera hijos sanos mental y físicamente; y como tu papá quería que su primer hijo fuera varón, mi petición fue que me diera un hijo varón sano mental y físicamente. Al principio, quería tener dos hijos, pero hoy te puedo decir que quiero los hijos que Dios me dé.
Empecé a planificar mi embarazo, dejé los tratamientos anticonceptivos, compré libros, vi programas de nacimientos de todo tipo, empecé a tomar vitaminas para estar sana. Cuando empecé, tenía treinta y tres años. Este se convirtió en mi siguiente proyecto, sacaba la cuenta del periodo fértil del mes y hacía todo, absolutamente todo lo que recomendaban para quedar embarazada.
Pasaron unos pocos meses y aún nada ocurría. Todos los meses pensaba que este sería el mes y tenía planificado cómo le daría la noticia a tu papá, lo que le diría. También lo que le diría a tus abuelos y tíos. Sería una gran alegría para todos. No obstante, nada ocurría y me entristecía cada mes que me daba cuenta de que ese no sería el mes, pero después pensaba que no había problema, apenas estaba empezando; pronto sucedería, ya que ni en mi familia ni en la de tu papá había problemas de infertilidad. Todo lo contrario, en mi familia, las mujeres tenían hijos en su juventud, muchos hijos.
Un nuevo aire llegó a mi familia: tiempo de avivamiento
¡Ocurrió algo maravilloso! En ese tiempo, tu papá y yo decidimos que queríamos buscar más de Dios. Llegamos a la conclusión de que la vida no podía ser solo estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, tener bienes, envejecer y morir; tenía que haber algo más. No era suficiente con solo ir uno que otro domingo a la iglesia; queríamos más, queríamos conocerle realmente y servirle donde fuera que Él nos llevara. Así que empezó un nuevo tiempo en nosotros. Poco a poco cambiamos nuestra vida y nos rendimos a Él. Mi necesidad de acumular logros fue transformada poco a poco por la necesidad de servir a Dios. Fuimos transformados en gran manera como pareja y también en lo que hacíamos con nuestro tiempo libre. Como dice Apocalipsis 3:20 «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.». Así mismo fue. Abrimos la puerta y Dios entró a nuestras vidas para nunca más irse.