La misión de Editorial Vida es ser la compañía líder en comunicación cristiana que satisfaga las necesidades de las personas, con recursos cuyo contenido glorifique a Jesucristo y promueva principios bíblicos.
CORRE EL RIESGO
Edición en español publicada por
Editorial Vida – 2009
Miami, Florida
©2009 por Benjamin Carson
Publicado en inglés con el título:
Take the Risk
Copyright © 2008 por Benjamin Carson
Published by permission of Zondervan, Grand Rapids, Michigan.
Traducción, edición y diseño interior: Grupo Nivel Uno, Inc.
Adaptación de cubierta: Good Idea Productions Inc.
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS. A MENOS QUE SE INDIQUE LO CONTRARIO, EL TEXTO BÍBLICO SE TOMÓ DE LA SANTA BIBLIA NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL.
© 1999 POR LA SOCIEDAD BÍBLICA INTERNACIONAL.
Edición en formato electrónico © diciembre 2014: ISBN 978-0-8297-5314-1
CATEGORÍA: Vida cristiana / Crecimiento personal
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ÍNDICE
Los cirujanos, y en particular los neurocirujanos, casi siempre somos arriesgados. Uno no entra en un campo de acción donde tiene que abrir cabezas u operar cosas tan delicadas como la médula espinal, si no se siente cómodo corriendo riesgos.
Todos los días tengo que tomar decisiones críticas, en milésimas de segundo, que afectan la duración y calidad de la vida de otras personas. Correr esos riesgos me provoca una pausa. Una pausa que me obliga a pensar en mi propia vida y en los riesgos a los que me enfrento. Estas experiencias me permiten avanzar y así evito que el miedo me paralice. Como resultado, es probable que haga muchísimas cosas que alguien más cauto que yo jamás intentaría.
El diez de septiembre de 2003, un entrevistador de la Radio Pública Nacional me preguntó cómo podía yo, como médico y como ser humano, correr tantos riesgos, como el de separar a las siamesas que tenían pegadas las cabezas.
Le respondí:
«¿Por qué arriesgarme? Pregúntame en cambio: ¿Por qué no arriesgarme?»
De esto trata este libro: de los riesgos.
En nuestra cultura la seguridad se ha vuelto una obsesión. Es lo que gobierna todo, desde la política pública a los atractivos comerciales de la Avenida Madison, desde el cuidado de la salud a la educación y la vida personal y familiar. Compramos todo tipo de pólizas de seguro: de vida, de reemplazo de celular, etc. y todo para tener la seguridad que creemos necesitar. Pagamos por la extensión de la garantía de nuestras computadoras y electrodomésticos. Antes de comprar un auto leemos los resultados de las pruebas de seguridad en Informes al Consumidor. Compramos asientos para bebés que prometen mantenerlos a salvo, y les ponemos cascos si salen a dar una vuelta a la manzana en bicicleta. Les compramos pijamas de género resistente a las llamas, y ni se nos ocurriría comprar aspirinas (o cualquier otro medicamento) en envases que no tengan tapas a prueba de niños. Comemos alimentos con bajo contenido de grasas, hacemos ejercicio con regularidad y vamos a ver al médico y al dentista con regularidad para proteger nuestra salud. Invertimos en fondos mutuos de bajo riesgo en un intento por asegurarnos un retiro holgado. Nuestro país gasta miles de millones de dólares en equipamiento y personal capacitado, para mantener los aeropuertos y vuelos tan seguros como sea posible.
Lo que compramos, y lo que los demás nos venden, es la promesa de la «seguridad». Y sin embargo, de lo único que podemos estar seguros es que algún día todos y cada uno de nosotros moriremos.
¿Tendrá esto algo que ver con la forma en que vemos el riesgo? ¿Hasta dónde afecta eso nuestras vocaciones, nuestras vidas, nuestras relaciones y nuestra fe?
Todo el que se niega a poner a prueba sus límites, todo el que no está dispuesto a salir de su ambiente cómodo, está destinado a vivir dentro de un sobre. Los desarrollos más importantes en la ciencia, la historia, la tecnología y las artes siempre surgieron a partir del riesgo. En los capítulos de este libro veremos cuáles son las desventajas de la decisión de vivir sin riesgos. Examinaremos qué es lo que implica correr el riesgo, y veremos algunas de las características personales, actitudes y recursos que necesita el que decide arriesgarse. Además, veremos cuáles son algunas de las barreras más comunes.
Mientras avanzamos, iré contando varias historias acerca de algunos riesgos que corrí en mi vida y de otros con los que convivo día a día, no solo como neurocirujano sino como padre, esposo, hombre, hijo. No todo lo que escribo aquí ha sido experiencia personal, pero sí he pensado mucho en las consecuencias que el riesgo tiene, en las vidas de las personas que conocemos, un poco más o un poco menos. Al hacerlo espero sacudirte y lograr que sientas la inspiración para animarte a correr riesgos adecuados.
No hace mucho, en una conversación de sobremesa con el exitoso autor Tom Clancy, hablamos de algunas experiencias de la vida profesional. Me halagó cuando dijo: «No entiendo, de veras, cómo es que puedes correr tantos riesgos. Pero igual, admiro que lo hagas».
Como parte de mi respuesta le expliqué que suelo hacer un sencillo análisis del riesgo cada vez que me enfrento con una situación incier.)
Ahora mismo, en este libro, corro un riesgo: el de pensar en grande sobre este tema.
Y espero que corras el riesgo de leerlo y pensar conmigo en ello.
DE BALTIMORE A LONDRES, Y DE LONDRES A SINGAPUR…
No tuve tiempo de descansar y recuperarme después de un viaje de veinte horas.
Apenas llegué al aeropuerto, me hicieron pasar muy rápido por la aduana, me pusieron en el asiento trasero de un Mercedes que esperaba mi arribo y me llevaron directamente al nuevo y prestigioso Hospital Raffles de Singapur, para una larga primera entrevista y luego un almuerzo liviano con mis anfitriones, colegas cirujanos.
Después de todo eso, lo preliminar, estaba ya listo para mi primera cita: el tan anticipado encuentro con nuestras dos pacientes especiales. Prometía ser una de las entrevistas más fascinantes e inusuales de mi vida. No recuerdo lo que me dijo mi colega neurocirujano, el doctor Keith Goh, mientras el cortejo de médicos, enfermeras y administradores avanzaban por el corredor de ese hospital. En cambio, jamás olvidaré la primera vez que vi a Ladan y Laleh Bijani.
Las dos jóvenes esperaban para saludarme, en el pasillo del ala de habitaciones que ahora conformaban algo así como un pequeño apartamento. Es que habían vivido allí durante meses, mientras un ejército de médicos, especialistas y técnicos las examinaban y mandaban que se les hicieran cientos de análisis y pruebas. Las siamesas Bijani vestían el atuendo tradicional de su patria iraní: largas faldas, blusas de mangas largas, todo en colores muy opacos, sin maquillaje ni velos pero con una larga bufanda liviana que les rodeaba el cabello castaño oscuro. Me impresionó ver esas sonrisas cálidas, de bienvenida, en sus rostros.
El doctor Goh, un hombre asiático, de baja estatura y cabello oscuro y de unos cuarenta y tantos años, me presentó a las mujeres. El inglés de las hermanas Bijani, que según mi información habían estado aprendiendo desde su llegada a Singapur unos siete meses antes, no era muy fluido pero sí lo suficientemente bueno como para mantener una conversación sencilla.
Después de darle la mano y saludar a la primera, me acerqué por detrás para saludar a la otra. Era necesario dar una vueltita porque Ladan y Laleh no podían estar de frente las dos a la vez. En efecto, estas hermanas de veintinueve años, eran una verdadera rareza: gemelas idénticas, unidas por la cabeza. Sus dos cráneos se fusionaban por encima y por detrás de las orejas, por lo que sus rostros siempre estaban dispuestos en un ángulo de unos ciento treinta grados.
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