Daniel. Sois mi vida y mi inspiración para ser mejor cada día.
Y a nuestra familia de mascotas: Kilda, Blinky y Ravioli.
Introducción
Cuando hablamos de las crisis económicas y de modelo de sociedad, tendemos a comentar todo tipo de causas, condicionantes y efectos. Sin embargo, por alguna razón curiosa, frecuentemente olvidamos el mayor impacto: el monetario.
Piensa en el siguiente ejemplo. Imagina un enorme desequilibrio económico. El gobernante de turno, de camino al Parlamento, donde tendrá que explicar sus propuestas de subidas de impuestos o de reducciones de gasto, aquellas que le hacen ser titular de prensa y objeto de las críticas de medios y ciudadanos, mientras lee el discurso y se imagina el diluvio de reproches que va a recibir, piensa: «Ay, si tuviéramos inflación y devaluación, todo esto no pasaría».
¿Por qué? La inflación —el impuesto de los pobres— siempre se achaca a fenómenos externos, como si cayera del cielo por designio divino. El gobernante, en vez de explicar las leyes de urgencia que aplicará, puede acudir al argumento más socorrido: la guerra económica, los mercados, culpar a los comerciantes, que son tan malos que suben los precios, a las señoras que compran por ser «avariciosas»… Es fantástico.
Sin embargo, la inflación es siempre un desequilibrio fundamental de la economía, creado por políticas muy específicas.
La idea de que una inflación «moderada» es buena, es similar a la de pensar que tener un poco de fiebre es beneficioso. Viene de la percepción —falsa— de que tú no vas a comprar lo que necesitas cuando lo necesites si piensas que en el futuro pueden bajar los precios.
Recuerdo un anuncio de televisión en Venezuela. Ante la altísima inflación y escasez de productos en los supermercados en el país, el gobierno emitía un vídeo en el que una señora, entradita en carnes, iba a un supermercado y arrasaba con todo. Los clientes y dependientes le decían a aquella avariciosa señora, que, al comprar sin restricción, creaba escasez: «Señora, no acapare». Finalmente, una voz masculina reafirmaba la idea: «Contra las compras compulsivas».
Según aquel anuncio, la culpa de la inflación no era de la atroz política monetaria del gobierno chavista, sino de la señora que compraba compulsivamente.
No es una casualidad. El inflacionista no entiende —o lo entiende perfectamente, pero no le importa— que el dinero no es lo que quiera el gobierno en un momento dado y que no se va a dar el resultado que ellos desean porque lo decida un comité.
El abuso continuado del uso de la masa monetaria y de los tipos de interés es una forma más de represión. Por eso se llama «represión financiera».
Desde la Roma antigua, pocos han escapado a la tentación de cubrir desequilibrios estructurales devaluando el valor de la moneda y, con ello, transfiriendo riqueza de los ahorradores y asalariados hacia los sectores endeudados y hacia el gobierno. Siempre desde el engaño de decir que es «por nuestro bien».
Efectivamente, como explico en este libro, la creación indiscriminada de dinero muy por encima del valor real de los bienes y servicios de la economía y de su potencial real siempre está detrás de todas y cada una de las grandes crisis que hemos vivido.
Tú, querido amigo, dirás que, con las políticas expansivas y el aumento de la cantidad de dinero en el sistema de los últimos años, se ha conseguido el éxito de evitar el inflacionismo destructor de los regímenes que se dedican a imprimir moneda sin control, a la vez que se permite una salida gradual de la crisis. Y no te faltará cierta razón.
Efectivamente, la política monetaria que se lleva a cabo en los países de la OCDE evita algunos de los desequilibrios más peligrosos para las economías, pero genera otros. Y el enorme riesgo se encuentra precisamente en lo que algunos aplauden: la enorme burbuja creada en la deuda soberana y el mercado de bonos.
El objetivo de este libro es, por lo tanto, explicar al lector qué es eso de la «política monetaria» y qué hacen estos bancos centrales, que parece que tienen muchísimo dinero, a la vez que a nosotros, los mortales, cada vez nos es más difícil salir adelante. Pero, sobre todo, mi objetivo con este texto es dar soluciones realistas, que se pueden llevar a cabo hoy, para evitar que la política monetaria vuelva a crear una crisis.
Porque un exceso monetario como el creado en los últimos ocho años siempre acaba estallando. Alertar sobre los riesgos es esencial, criticar los desequilibrios resulta necesario, pero si no damos soluciones reales, no deja de ser un análisis incompleto.
Puede parecernos estupendo que bajen agresivamente los tipos de interés y que se inunde el mercado de liquidez, pero no deja de ser una gran trampa que, como un canto de sirena, nos llama a endeudarnos, a gastar y tomar riesgo por encima de los mínimos criterios de prudencia, bajo la falsa promesa de que «no pasa nada» porque «nos apoyan los bancos centrales». Luego, cuando explota, esos mismos bancos centrales que nunca han identificado una burbuja ni alertado de una crisis, te echarán la culpa a ti por asumir riesgos excesivos, y se presentarán como la solución… bajando los tipos y aumentando la liquidez. Pero nosotros ya habremos caído en «la gran trampa».
Vivimos en una enorme trampa de liquidez, que explicaremos con detalle. Pero hay una salida sin acudir a extremismos ni soluciones mágicas, sin acabar con las instituciones ni supeditarlas a los delirios inflacionistas. Aquí lo explico.
Bienvenidos a La gran trampa.
Capítulo 1
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Y te preguntarás… Bueno… ¿cómo he llegado hasta aquí?
Once In A Lifetime, Talking Heads
«Política monetaria no convencional.» Probablemente, lo habréis oído muchas veces, pero se trata de un término engañoso.
Lo que los medios de comunicación generalistas y la opinión pública denominan «no convencional» es y ha sido la política más convencional que se ha practicado durante los últimos seiscientos años; esto es, tratar de solucionar los desequilibrios estructurales y los problemas macroeconómicos mediante medidas inflacionistas. En otras palabras, crear dinero de la nada.
No obstante, imprimir dinero no es exactamente lo que han hecho los principales bancos centrales durante los últimos siglos; es algo mucho más complejo que eso. La idea de utilizar el aparentemente infinito balance del banco central de una nación para absorber bonos del Estado e instrumentos financieros con el fin de liberar la capacidad financiera de los bancos que acumulan dichos bonos, para permitirles prestar más dinero a las pequeñas y medianas empresas (pymes) y a las familias tiene su lógica. Pero sólo cuando se trata de una medida temporal para proporcionar liquidez, reducir la percepción de riesgo no justificado y volver a la normalidad. En su momento, parecía una buena idea, sí, hasta que las medidas «temporales» y «extraordinarias» se convirtieron en la norma.