N. K. Jemisin y Mac Walters
FECHA DE EMISIÓN INICIAL, 1 DE ENERO DE 2184
Título del anuncio de reclutamiento
de la Iniciativa Andrómeda
«Únete a nosotros»
Notas de la Agencia de Publicidad central de Nairobi
SFX: Tomas del arca Hyperion superpuestas con imágenes de la galaxia Andrómeda ( Nnamdi, ¿tenemos los permisos para un primer plano? Ya sabes cómo se ponen los de las financiaciones privadas).
BANDA SONORA: Algo inspirador. Hay que ajustar el estilo de música según los gustos del mercado local por la dirección IP de la extranet.
EQUIPO DE EDICIÓN 1: ¿ Podemos usar la banda sonora de la película Vaenia ?
EQUIPO DE EDICIÓN 2: Claro que no, ¿vais fumados? Queremos algo inspirador, no «venga, vamos a acostarnos con un alienígena».
EQUIPO DE EDICIÓN 1: Eh, a mí esa película me inspira.
VOZ EN OFF: Somos unos trotamundos, siempre caminando hacia el futuro; y mirando al pasado. Unidos, no nos queda otra opción más que intentarlo. Por nuestra curiosidad insaciable. Por nuestro temor hacia lo que pasará si no lo hacemos. Tú puedes ser ese explorador. Nos despediremos y solo pensarás en el pasado una vez más… y sabrás que, dondequiera que vayas, estaremos contigo. ( Me gusta. Usad una voz de mujer, cuanto más atrayente mejor, que suene como una tía dura ).
FUNDIDO EN NEGRO CON EL LOGOTIPO DE LA INICIATIVA:
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CAPÍTULO UNO
«Llega un momento en el que todo lo que conocemos se convierte en un auténtico misterio», pensó Cora, de pie, mientras contemplaba la amplia plataforma de desembarco del Punto Tamayo, atestada de viajeros. «Observa tu propia mano y, tras unos momentos, te darás cuenta de las diferentes texturas que posee, del crecimiento de las uñas y de cómo desaparecen las cicatrices. Te darás cuenta de lo raro que es tener cinco dedos en lugar de tres».
Cora no era capaz de recordar un momento en el que las palabras de Sarissa Theris resonasen en su interior con tanta fuerza como entonces. Al fin y al cabo, la situación en la que se encontraba debería resultarle familiar: había desembarcado cientos de veces durante los viajes estacionarios con su antigua unidad de la Alianza y, antes de eso, incluso lo había hecho otras tantas veces con la nave de su familia, al recoger los cargamentos. No era su primera visita al Punto Tamayo, la puerta de entrada del Sistema Sol a la galaxia para los viajes básicos; ya había estado allí antes, aunque no lo recordaba. Eran demasiados los puertos que había visitado en toda su vida; eran incontables las multitudes a las que había visto arrastrar los pies, susurrar y empujarse entre sí, justo como estaba contemplando en ese momento…, y, a pesar de todo, había algo en esa multitud de viajeros que la confundía. Le resultaba familiar pero, al mismo tiempo, no.
Cerca de la pasarela de desembarco de su lanzadera espacial y alejada del paso de los viandantes, Cora se encontraba en la lúgubre zona de descarga, pero tenía unas buenas vistas del concurrido bulevar. Desde allí, se encontró a sí misma observando con gran fascinación la primera muchedumbre de humanos que veía en cuatro años. La manera en la que los humanos se comportaban cuando iban en grandes grupos tenía algo de alienígena, era inherente a ellos, ¿verdad? Bueno, la multitud no estaba formada únicamente por humanos: sus ojos de cazadora habían detectado de forma casi inmediata el lento paso de dos hanar, el revoloteo de sus movimientos y, un poco más delante de ellos, había reparado en un salariano que se había detenido para comprobar algo en su omniherramienta. Sin embargo, estaba rodeada sobre todo de cientos de humanos: algunos corrían para llegar a la siguiente lanzadera; otros discutían con los encargados del cargamento; y otros gritaban una especie de lema junto a un grupito de manifestantes, mientras alzaban una pancarta con la que llamaban a sus compañeros, hermanos o abuelos a anunciar que «oye, en la cafetería hay camarones de verdad, y no esa basura de sucedáneo proteico».
Cora sabía que las asari caminarían todas al compás y mantendrían una gran distancia de separación entre sus cuerpos. No recordaba dónde había leído que, para ellas, ser educada implicaba un poco más de espacio personal, un poco más allá de la distancia de fusión. Un grupo de turianos adultos, en cambio, solía desplazarse en fila india; lo más probable es que les hubiese quedado esa costumbre de la época en la que el servicio militar era obligatorio. Por la misma razón, los krogan se resistían a caminar en formación, porque cuando caminaban uno detrás del otro, sus instintos los obligaban a buscar un general o un superior que los liderara en la batalla. Se tardaría una eternidad en atravesar a un gran grupo de krogan, pues muchos de ellos se detendrían de repente y se quedarían inmóviles sin razón aparente; pero, o se les dejaba ir a su antojo, o uno se arriesgaba a una buena pelea sin fin entre dos ejércitos improvisados.
Al menos existía una razón para un comportamiento semejante, no como en el caso de los humanos.
Cora se percató de que era en eso en lo que se estaba fijando, mientras posaba la mirada en cien pequeñas muestras de ese comportamiento indescifrable. Los humanos detenían su paso de repente, respondiendo ante los mensajes que les llegaban a sus omniherramientas; se movían de un lado para otro, daban saltitos y se apoyaban en las paredes; se enfadaban si la persona que tenían delante iba más lenta que ellos y aceleraban el paso para adelantarla, aunque al desplazarse en una multitud no fuesen a llegar mucho más lejos. Continuó observándolos, pues en cualquier multitud esas pequeñas manías presentes en el comportamiento de los humanos levantaban sospechas. Posibles amenazas. Pero no solo los observaba a ellos, sino todo lo que pasada a su alrededor, porque no eran amenazas.
No eran más que humanos: un completo desastre.
Y no le quedaba más remedio que volver a acostumbrarse a ellos. Después de bajar las escaleras, Cora se echó la mochila al hombro con un suspiro y se preparó para dar empujones y zigzaguear a través de la muchedumbre de personas que tenía ante sí.