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Sinopsis
En Acid for the Children, el icónico bajista y cofundador de Red Hot Chili Peppers transporta a los lectores a una gira profundamente personal y reveladora de sus años de formación, que abarca desde Australia hasta los suburbios de la ciudad de Nueva York y, finalmente, a Los Ángeles. A través de anécdotas hilarantes, meditaciones poéticas y vuelos ocasionales de fantasía, Flea cuenta la historia de su vida con todos los vertiginosos altibajos que se esperaría de una rata callejera de Los Ángeles convertida en estrella de rock mundialmente famosa, y narra hábilmente las experiencias que lo forjaron como artista, músico y persona. Su prosa soñadora, con inflexiones como de jazz, hace que Los Ángeles de los años 70 y 80 tenga una vida gloriosa, que incluye el potencial de diversión, peligro, caos o inspiración que acechan en cada esquina de la ciudad. Es aquí donde el joven Flea, buscando escapar de un hogar turbulento, encontró a su auténtica familia en una comunidad de músicos, artistas y adictos que también vivían en la periferia. Pasó la mayor parte de su tiempo de fiesta en fiesta y cometiendo delitos menores. Pero fue en la música donde encontró un significado más elevado, un lugar para canalizar su frustración, soledad y amor. Esto lo dejó abierto al momento de cambio de su vida cuando él y su mejor amigo, su hermano del alma y compañero de travesuras, Anthony Kiedis, tuvieron la idea de dar inicio a su propia banda, un grupo que se convertiría en los Red Hot Chili Peppers.
Acid for the Children es el debut de una nueva y sorprendente voz literaria, tan ingeniosa, entretenida y tremendamente impredecible como el propio autor. Una historia tiernamente evocativa de la mayoría de edad y una estridente carta de amor al poder de la música y la creatividad de uno de los músicos más reconocidos de nuestro tiempo.
Acid for the children
Memorias
FLEA
Por todos los tiempos y de todas las formas,
gracias infinitas a mis chicas infinitas, Clara y Sunny,
quienes me enseñaron qué es el amor
Dedicado a mi hermana Karyn,
una escritora mejor de lo que yo seré jamás.
A Kurt Vonnegut Jr., una disculpa
por los puntos y comas.
Os amo a todos.
A ti, pequeño horizonte gris;
a vosotros, pequeños pies fríos y mojados;
a ti, pequeño coche que pasa zumbando;
a ti, lincecillo acechante;
a ti, pequeño viento frío y vacío;
a ti, enorme ola que rompe.
Te respiro.
I NOCENCIA
En una mano inmisericorde, habría caído como una hoja marchita,
pero el destino posó un dedo sobre un bebé envuelto,
nacido en tierras australianas.
Surgió del árbol de la vida una cosa salvaje
de pies ligeros, cinética, con una rodaja de aliento dulce
que para bien o para mal, se magnificó miembro sobre miembro,
arrulló, enganchó y pescó con su padre
luego comió, voló por encima del río Yarra
hacia América, a Rye, atrapasueños retumbando
firmando el cielo, sacudiéndose el polvo, erigiéndose.
El porvenir le asignó un instrumento
que en sus manos creó una voz espectral,
un círculo cromático girando sin control
y volviendo, como vuelve un búmeran,
a su centro ardiente, su corazón creativo.
Las hojas de su vida no murieron, sino que cantaron
página a página, cifras rastreando a la joven
caravana, el violento trasfondo, la letanía
de caras benditas en nombre de la música.
En una visión había fogatas ardiendo
y él bailó a su alrededor, enfundado en sus edades
inocencia y experiencia, ávido de todo
pulga infante, adolescente devorador
con brazos abiertos, en un frenesí de gratitud.
P ATTI S MITH
Introducción
Etiopía, te añoro, aspiro a ti, a volver a sentirte, recordándome quién soy y para qué soy. Tu sentido común reduciéndome a un montón de lágrimas, lágrimas de alivio, un caudal de cariño que desborda mis cansadas mejillas. El aroma de Etiopía a hojas de khat, a polvo y a café, me llenó en cuanto llegué, saciándome y reviviéndome, llenándome de emoción y claridad para ver a la gente más hermosa que jamás hubiera visto. Sus casas escupen fuego, su comida sana por dentro y por fuera, y su música (aquello que me llevó ahí) hace que el pequeño Flea (Pulga) se levante de su silla y vibre como un colibrí. Descendiendo hacia antiguas iglesias talladas en piedra subterránea y abordando un autobús con un grupo de músicos, paseando por el campo, abierto y lleno de colinas, postrado en el techo del autobús, con los ojos llenos de cielo que corre, cerros que vienen y van, y mujeres con cubos sobre la cabeza meciéndose al ritmo de sus vidas. Etiopía me abrazó, me mantuvo a salvo, bailó conmigo y me dio café y pastel.
Durante una aventura ahí, en 2010, mis amigos y yo nos encontrábamos en una pequeña iglesia en un camino terrero en el pueblo de Harar. Tres mujeres mayores se sentaron en un modesto escenario, con coloridas telas envolviendo los paisajes de la edad de sus oscuras arrugas, una con un pandero, las otras dos aplaudiendo con las manos, percusionaron y cantaron para nosotros las canciones que han cantado desde hace un trillón de años, en la cuna de la humanidad. Cantaron sin pensarlo, como respirar, alcanzaron con calma la más profunda conexión con el espíritu; su música hacía eco por todo el lugar, más funky y pesada de lo que jamás habría imaginado. Quedé tan conmovido, tan deslumbrado por lo bien que sonaba, por la belleza orgánica de la situación. Cuando terminaron, una joven en nuestro grupo, Rachel Unthank, del norte de Inglaterra, subió a cantar una tradicional canción folclórica inglesa. La cantó con una claridad y una honestidad totales. Fue tan jodidamente profundo; mi río se ensanchó y se fortaleció conforme sentí la verdad de mi propósito reafirmarse, la fuerza de esas dos culturas distintas expresadas con tal profundidad, mediante el más alto de los quehaceres humanos.
Como la luna, que nos mira sin juzgarnos, con esa sonrisa maternal y melancólica de Mona Lisa, las mujeres mayores observaban con semblantes impasibles. La desgarradora belleza que Rachel Unthank despertó mi espíritu..., eso era normal. La gente canta. Pero esas resonantes voces me recordaron quién era, el propósito de mi existencia, y su belleza me devastó. Las lágrimas no son algo feliz o triste, son señal de que algo te importa. Soy un llorón, qué más da.