Durante su exitosa carrera como entrenador de los Chicago Bulls y Los Angeles Lakers, Phil Jackson conquistó más campeonatos que ningún otro entrenador en la historia profesional del deporte.
Jackson rápidamente fue bautizado como el «maestro zen» por los periodistas deportivos, pero ese apodo lo único que hizo fue redundar en una verdad absoluta: la de un entrenador que inspiraba pero no provocaba, que lideraba a través de despertar retos continuamente en todos y cada uno de sus jugadores para erradicar en cada uno de ellos sus egos, miedos e iras.
Esta es la historia del hijo de un predicador de Dakota del Norte que creció para convertirse en uno de los grandes líderes de nuestra época. En su búsqueda personal de reinvención constante, Jackson exploró muchos caminos, desde la psicología humanista hasta la meditación zen y la filosofía practicada por los nativos americanos. En ese proceso, desarrolló un acercamiento hacia el liderazgo basado en la libertad, en la autenticidad y en la necesidad de creer en el trabajo en equipo por encima de todas las cosas.
Phil Jackson & Hugh Delehanty
Once anillos
El alma del éxito
ePub r1.0
marianico_elcorto 24.06.14
Título original: Eleven Rings. The Soul of Success
Phil Jackson & Hugh Delehanty, 2013
Traducción: Margarita Cavándoli Menéndez
Editor digital: marianico_elcorto
ePub base r1.1
Para Red Holzman, Tex Winter y todos
los jugadores a los que he entrenado
y que me han dado infinidad de lecciones.
PHIL JACKSON. Su reputación comenzó a forjarse cuando fue entrenador de los Chicago Bulls de 1989 a 1998, periodo en el que consigue seis títulos de la NBA. Su siguiente equipo, Los Angeles Lakers, ganó otros cinco títulos de 2000 a 2010. Ostenta el récord de títulos de la NBA sumando su trayectoria como jugador y entrenador. Asimismo, tiene el récord de mayor porcentaje de victorias como entrenador (70,4%). Jackson fue jugador profesional de la liga entre 1970 y 1980, y campeón con los New York Knicks en dos ocasiones. En 2007 ingresó en el Salón de la Fama del baloncesto americano.
HUGH DELEHANTY. Fue editor de la revista Sports Illustrated y escribió junto con Phil Jackson el libro de memorias Sacred Hoops.
Capítulo uno
El círculo del amor
La vida es un viaje, el tiempo un río
y la puerta está entreabierta.
JIM BUTCHER
A Cecil B. DeMille le habría encantado ese momento.
Ahí estaba yo, montado en limusina, en la rampa que conducía al Memorial Coliseum de Los Ángeles, a la espera de la llegada de mi equipo, mientras una enfervorizada multitud de más de noventa y cinco mil seguidores, ataviados con todas las combinaciones imaginables de los colores púrpura y dorado de los Lakers, entraba en el estadio. Avisté mujeres con tutús, hombres con disfraces de los soldados imperiales de La guerra de las galaxias y críos muy pequeños con letreros en los que se leía KOBE DIEM. Pese a tanta extravagancia, percibí algo edificante en ese ritual antiguo con un saborcillo decididamente angelino. Como afirmó Jeff Weiss, colaborador de la revista LA Weekly: «Es lo más cerca que jamás estaremos de asistir al retorno de las legiones romanas después de una expedición por las Galias».
A decir verdad, nunca me he sentido muy cómodo en las celebraciones de un triunfo, lo cual resulta extraño dada la profesión que he escogido. En primer lugar, las multitudes me producen fobia. No me molestan durante los partidos, pero me causan inquietud en situaciones menos controladas. Además, nunca me ha gustado ser el centro de atención. Tal vez se relaciona con mi timidez intrínseca o con los mensajes contradictorios que de pequeño recibí de mis padres, pastores religiosos. En su opinión, ganar estaba bien (de hecho, mi madre es una de las personas más ferozmente competitivas que he conocido), pero regodearte en el éxito obtenido se consideraba un insulto a Dios. Me decían: «La gloria corresponde al Señor».
De todas maneras, la celebración no tenía nada que ver conmigo, sino con la extraordinaria transformación vivida por los jugadores de camino al campeonato de la NBA del año 2009. Quedó patente en sus caras cuando bajaron la escalera púrpura y dorada del coliseo, vestidos con las camisetas del campeonato y las gorras con las viseras hacia atrás, sin dejar de reír, empujarse y estar radiantes de alegría, mientras la muchedumbre rugía encantada. Cuatro años antes, los Lakers ni siquiera habían llegado a los play-offs, y en ese momento se habían convertido en los amos del universo del baloncesto. Algunos entrenadores se obsesionan con conquistar trofeos y otros quieren ver sus caras en la televisión. A mí me emociona ver a los jóvenes unidos y conectados con la magia que surge cuando se centran, con toda su alma, en algo más grande que ellos mismos. En cuanto lo has experimentado, jamás lo olvidas.
El símbolo es el anillo.
En la NBA, el anillo del campeonato simboliza el estatus y el poder. Por muy estrafalario o incómodo que sea, el sueño de conseguirlo es lo que motiva a los jugadores y les permite someterse a la dura experiencia de la larga temporada de la NBA. Jerry Krause, ex gerente general de los Chicago Bulls, lo comprendió perfectamente. En 1987, año en el que me incorporé al equipo como segundo entrenador, me pidió que, para inspirar a los jóvenes jugadores de los Bulls, me pusiese uno de los dos anillos que había conquistado jugando en los New York Knicks. Solía hacerlo durante los partidos decisivos cuando era entrenador de la Continental Basketball Association, pero la idea de exhibir cada día semejante pedrusco en el dedo me pareció demasiado. Un mes después de iniciar el gran experimento de Jerry, la gema central del anillo se cayó mientras cenaba en el restaurante Bennigan de Chicago y nunca la recuperé. A partir de entonces solo me pongo los anillos durante los playoffs y en ocasiones especiales, como esa reunión en el coliseo para festejar el triunfo.
A nivel psicológico, el anillo representa algo muy profundo: la búsqueda de la identidad en pos de la armonía, la interrelación y la integridad. Por ejemplo, en la cultura de los aborígenes norteamericanos, la capacidad unificadora del círculo era tan significativa que naciones enteras se concibieron como una sucesión de anillos o aros interrelacionados. El tipi es un anillo, lo mismo que la hoguera del campamento, la aldea y el trazado de la nación propiamente dicha… círculos dentro de círculos que no tienen principio ni fin.
La mayoría de los baloncestistas desconocían la psicología indígena, pero comprendían intuitivamente el significado más profundo del anillo. Al comienzo de la temporada inventaron un cántico que entonaban al inicio de cada partido, con las manos unidas y formando un corro: «¡UNO, DOS, TRES…, ARO!».
Después de que los jugadores ocuparan sus sitios en el escenario —la pista de baloncesto portátil de los Lakers en el Staples Center—, me puse en pie y me dirigí a los seguidores.
—¿Cuál es el lema de este equipo? El anillo —dije mostrando mi sortija, la que habíamos conquistado en el último campeonato que ganamos, en 2002. El anillo…, ese fue nuestro lema. No solo se trata de una banda de oro, sino del círculo que estableció un vínculo entre todos los jugadores. El gran amor que cada uno sintió por los demás.