Agradecimientos
Anthony Kiedis da las gracias a:
Larry Sloman, o Ratso, por la consideración constante y sentida que mostró hacia las personas a las que implicó en la recopilación de esta historia. La astuta maña investigadora de Ratso fue de un valor incalculable para la construcción de este proyecto, pero su consideración por el bienestar de los demás resultó primordial para el resultado final. Dios bendiga a este hombre tan talentoso y su estilazo. Gracias también a mis compañeros de grupo, familiares, amigos, enemigos, amantes, detractores, maestros, gamberros y a Dios por hacer que esta historia sea realidad. Os quiero a todos.
Larry Sloman da las gracias a:
Anthony, por su increíble candor, sinceridad, memoria y franqueza. Michele Dupont, por el té, la simpatía y todo lo demás. David Vigliano, superagente. Bob Miller, Leslie Wells, Muriel Tebid y Elisa Lee, de Hyperion. Antonia Hodgson y Maddie Mogford, en Inglaterra. Bo Gardner y Vanessa Hadibrata, por toda su ayuda más allá del deber. Blackie Dammett y Peggy Idema, por su amable hospitalidad del medio oeste. Harry y Sandy Zimmerman y Hope Howard, por la hospitalidad en Los Ángeles. Michael Simmons, por la llamada de emergencias. Todos los amigos y colegas de A. K. que dedicaron tanto tiempo a recordar, en especial Flea, John Frusciante, Rick Rubin, Guy O., Louie Mathieu, Sherry Rogers, Pete Weiss, Bob Forrest, Kim Jones, Ione Skye, Carmen Hawk, Jaime Rishar, Claire Essex, Heidi Klum, Lindy Goetz, Eric Greenspan, Jack Sherman, Jack Irons, Cliff Martinez, D. H. Peligro, Mark Johnson, Dick Rude, Gage, Brendan Mullen, John Pochna, Keith Barry, Keith Morris, Alan Bashara, Gary Allen, Dave Jerden, Dave Rat, Trip Brown, Tequila Mockingbird, Grandpa Ted, Julie Simmons, Jennifer Korman, Nate Oliver, Donde Bastone, Chris Hoy, Pleasant Gehman, Iris Berry, Sat Hari y Ava Stander. Cliff Bernstein, Peter Mensch y Gail Fine, de Q-Prime. Jill Matheson, Akasha Jelani y Bernadette Fiorella, por sus increíbles habilidades de transcripción. El Langer’s, por el mejor pastrami al oeste de Second Avenue. Mitch Blank y Jeff Friedman, por la reparación de urgencia de la cinta. Lucy y Buster, por la compañía canina. Y, sobre todo, a mi maravillosa esposa, Christy, que mantuvo la llama del hogar encendida.
ANTHONY KIEDIS (Grand Rapids, Míchigan; 1 de noviembre de 1962). Es conocido internacionalmente por ser vocalista y miembro fundador de la popular banda de funk-rock Red Hot Chili Peppers. Con más de cien millones de álbumes vendidos en todo el mundo, es considerada una de las formaciones más influyentes en la actualidad. Kiedis estudió en Fairfax High School, donde conoció a los que serían sus compañeros de banda, Hillel Slovak, Flea y Jack Irons. En una ocasión Kiedis contó que antes de ser amigo de Flea tuvieron un enfrentamiento, pero finalmente «nos unieron las fuerzas del dolor y el amor, nos hicimos virtualmente inseparables. Ambos éramos parias sociales, nos encontramos uno al otro y esto se convirtió en la amistad más duradera de toda mi vida». Aunque participó en varias bandas que no tuvieron relevancia, no fue hasta principios de 1982 cuando fundó el grupo, llamado por aquel entonces «Tony Flow & the Miraculously Majestic Masters of Mayhem». Sus compañeros eran Michael «Flea» Balzary en el bajo, quien aún pertenece al grupo, el batería Jack Irons y su excompañero Hillel Slovak, fallecido por sobredosis de heroína el 25 de junio de 1988. En 1983 cambiaron su nombre por el actual. El estilo vocal de Kiedis fue cambiando drásticamente según pasaban los años, y fue aprendiendo a controlar mejor su voz en cada álbum.
Dedicado a Bill y Bob
Anthony Kiedis & Larry Sloman, 2006
Traducción: Esther Cruz
Editor digital: Titivillus
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Introducción
E stoy sentado en el sofá del salón de mi casa en Hollywood Hills. Es un día despejado y fresco de enero, y desde mi atalaya puedo ver la preciosa extensión conocida como el valle de San Fernando. De más joven, me adherí a la corriente general compartida por todos los que vivían en la parte de las colinas perteneciente a Hollywood de que este valle era el lugar al que iban a desaparecer los perdedores que no lograban triunfar en Hollywood. Sin embargo, tener una residencia aquí me ha servido para saber apreciar cada vez más el valle como un lugar donde vivir una faceta más sentimental y tranquila de la experiencia en Los Ángeles. Ahora estoy deseando despertarme todos los días y contemplar esas majestuosas sierras montañosas coronadas por la nieve.
Pero el timbre interrumpe mi ensueño. Unos minutos después, una preciosa joven entra en el salón, con un maletín de piel exquisito en la mano. Lo abre y empieza a disponer el instrumental. Una vez acabados los preparativos, se pone unos guantes de goma esterilizados y luego se sienta a mi lado en el sofá.
Lleva una jeringa grande y elegante de cristal, fabricada en Italia, que va enganchada a una pieza de plástico con forma de espagueti donde hay un microfiltro pequeño para que ninguna impureza me pase al torrente sanguíneo. La aguja es una variante nueva de palomilla, totalmente esterilizada y ultrafina.
Hoy mi amiga ha extraviado el torniquete médico que usa siempre, así que se quita una media de rejilla rosa y la utiliza para atarme el brazo derecho. Me limpia la vena expuesta con un hisopo empapado en alcohol y luego hinca la aguja en la vena. La sangre empieza a fluir hacia el tubo con forma de espagueti, y a continuación la joven empuja lentamente el contenido de la jeringa hacia mi torrente sanguíneo.
De inmediato siento ese peso tan familiar en el centro del pecho, así que me recuesto y me relajo. Antes dejaba que me inyectase cuatro veces en una sesión, pero ahora he bajado a dos jeringas completas. Una vez que ha rellenado la jeringa y me ha dado el segundo chute, retira la aguja, abre un hisopo de algodón esterilizado y aplica presión en la herida del pinchazo durante al menos un minuto, para evitar que me salgan moratones o me queden marcas en los brazos. Nunca he tenido señales de su asistencia. Por último, coge un trocito de esparadrapo y me pega el algodón al brazo.
Y entonces nos sentamos y hablamos de la sobriedad.
Hace tres años, en esa jeringa podría haber habido heroína China White. Durante años y años, llené jeringas y me las inyecté con cocaína, speed, alquitrán negro, heroína persa e incluso LSD una vez. Pero ahora las inyecciones me las pone mi preciosa enfermera, que se llama Sat Hari. Y la sustancia que me inyecta en el torrente sanguíneo es ozono, un gas de olor maravilloso que se ha venido usando legalmente en Europa durante años para tratar todo tipo de cosas, desde ictus hasta cáncer.
Me administro ozono intravenoso porque en algún punto del camino contraje hepatitis C por mi experimentación con las drogas. Cuando descubrí que la tenía, en algún momento a principios de los noventa, de inmediato investigué sobre el asunto y descubrí un régimen herbario que servía para limpiar el hígado y erradicar la hepatitis. Y funcionó. El médico se quedó impactado cuando el segundo análisis de sangre salió negativo. Así pues, el ozono es una medida preventiva para asegurarme de mantener a raya el molesto virus de la hepatitis C.
Me costó años y años de experiencia, introspección y conocimiento llegar al punto en el que pude pincharme una aguja en el brazo para sacarme toxinas del organismo, y no para introducirlas. De cualquier modo, no me arrepiento de ninguna de mis indiscreciones de juventud. Me pasé la mayor parte de la vida buscando el chute rápido y el subidón fuerte. Me chuté drogas debajo de salidas de la autovía con pandilleros mexicanos y en suites de hoteles de mil dólares la noche. Ahora bebo agua vitaminada y trato de comprar salmón salvaje, en vez del de piscifactoría.