Lo que yo vi
Edición en formato digital: septiembre, 2022
D. R. © 2022, Laura Esquivel
Publicado por acuerdo con Casanovas & Lynch Literary Agency, S.L.
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ISBN: 978-607-382-232-9
Composición digital:
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ENTREGA
CUANDO NO
HABÍA FRONTERAS
uando no había fronteras, obvia mente no había propiedad privada. Todo era de todos. Todo aquello que volaba compartía el cielo con aves de todo tipo. Todo aquello que nadaba compartía la inmensidad del mar con otros animales marinos. Todo aquello que reptaba o caminaba compartía la tierra y sus productos con el ser humano: las flores, los frutos, las semillas, las plantas, las rocas, los mares, los pastos, los vientos, los amaneceres y los atardeceres. Bebían agua del mismo río, respiraban el mismo aire y se movían de un lado a otro con total libertad y sin tener que respetar límites preestablecidos. Las cuestiones climatológicas eran las que impulsaban a unos y a otros a moverse de un sitio a otro en busca de mejores condiciones de vida. Las mariposas sabían cuándo emigrar. Los animales cuándo hibernar. Los hombres cuándo sembrar y cuándo cosechar. Todo con base en el conocimiento obtenido de la naturaleza, mismo que les daba las bases para anticiparse a los acontecimientos.
De manera intuitiva y utilizando el sentido común, todos mantenían limpia el agua del río del que iban a beber. Comprendían que para sobrevivir, tenían que mantener encendido el fuego. Proteger su cuerpo del frío. Cuidar la siembra. Cuidar los bosques, cuidarse los unos a los otros, pues el sostenimiento de la vida era una responsabilidad compartida. Con base en esa acción colectiva, más tarde surgirían grandes civilizaciones que darían fe de significativos adelantos en el campo de la astronomía, la agricultura, la ciencia, el arte. En el camino del desarrollo no siempre prevaleció la idea de la unidad. En determinado momento, los hombres primitivos descubrieron que una manera efectiva de asegurar su alimento y su espacio era marcando territorio y estableciendo barreras.
¿Cómo lo lograron? Por medio de la ley de la selva. El más fuerte era el que imponía su dominio sobre los otros y a los demás no les quedaba otra que obedecer sus reglas a riesgo de sufrir una fuerte represalia o perder la vida. Los débiles se doblegaron y se convirtieron en un conglomerado pasivo que básicamente seguía órdenes del que estaba arriba de ellos.
Se tiene información de que Teotihuacan o Tula fueron ciudades en donde no siempre existió una organización piramidal, sino que había una organización comunitaria.
También se sabe que en la distribución de las tierras se tomaba en cuenta a todos los habitantes de una población y que el intercambio de mercancías se establecía por medio del trueque, no de monedas.
Me gustaría saber en qué momento pusimos mucha más dedicación al cuidado del dinero que a la vida misma. El descuido ha sido tal que estamos enfrentando una crisis global de enormes proporciones que nos está recordando que aquello que requiere de nuestra atención inmediata es precisamente aquello que nos permitió desarrollarnos: el cuidado de los mares, de los ríos, del aire que respiramos, de los alimentos que cultivamos. Estamos hablando de una responsabilidad compartida, pues nos concierne a todos por igual. Todo es de todos.
Actualmente este concepto es muy difícil de entender. ¿Qué significa que todo es de todos? No, de ninguna manera. Todas las cosas tienen dueño: la tierra, el agua, el espacio aéreo, las aguas territoriales, bueno, hasta los genes.
Ya no podemos transitar libremente entre diferentes países sin un pasaporte de por medio. Ya no podemos emigrar buscando mejores condiciones de vida. Ya no podemos establecernos cerca de un río del que podamos beber ni sembrar donde nos plazca, no se diga construir una cabaña.
Bueno, ahora es imposible viajar con una semilla para sembrarla en otro lugar. Se necesita permiso de exportación y de importación. En los últimos 100 años el 70 % de las semillas del mundo se ha perdido. Los grandes laboratorios son los que ahora las manejan, las modifican genéticamente y luego nos las venden. Cada día es más difícil escapar de las asfixiantes reglas que nos impone un sistema suicida y depredador.
El único que por el momento goza del privilegio de transitar de un país a otro y de un cuerpo a otro sin ningún tipo de visa, pasaporte o control migratorio es el covid, pero a los seres humanos que abandonan sus lugares de origen con la intención de buscar una forma digna de ganarse la vida no se les es permitido viajar. Ningún migrante debería ser ilegal. Ninguna semilla tampoco.
A veces me invade la nostalgia de ese tiempo pasado en que todo fluía libremente. Igual que como ahora fluyen las imágenes entre los celulares, entre los ordenadores, entre las pantallas, sólo que en tiempos pasados circulaban de manera gratuita. Como los recuerdos de infancia cuando se escapan de una foto. Como brotan las palabras, los llantos, las risas cuando visitamos el patio de nuestra primera casa. Como viajan los olores cuando molemos en el metate de la abuela. Así, con fuerza, con potencia, sin barreras, sin pasaporte, sin sellos de migración.
Las palabras que salieron de mi computadora por un año continuo lo hicieron con la vocación de viajar, de enlazar, de abrazar más allá de toda limitación.
En estos meses de encierro escribir fue mi acto de libertad. De viajar. Y en ese sentido, estoy muy agradecida con la plataforma de Patreon, pues me permitió alcanzar a mucha gente a pesar de la distancia que la física impone y compartir con lectores y amigos material inédito proveniente de mi pasado familiar, social, espiritual.