Existen dos maneras de vivir. Desde la biología de la supervivencia, cuando rechazamos lo que nos sucede y nos negamos a vivir ciertas experiencias. O desde la biología del presente, cuando damos la bienvenida a todo aquello que la vida trae y nos acercamos a nuestra verdadera naturaleza como seres humanos .
¿Te imaginas una existencia alejada del sufrimiento y del miedo, que acogiera con curiosidad y apertura todas las situaciones de vida que se presentaran, incluso las más complicadas? Sergi Torres y David del Rosario nos invitan a dejar de sobrevivir y empezar a vivir, demostrándonos que la honestidad para observar nuestros pensamientos y nuestro organismo encierra las claves para disfrutar del placer de vivir libres .
PRÓLOGO
En los veinte años que llevo trabajando en el mundo editorial es la primera vez que escribo la introducción de un libro. Me hace muy feliz que sea la de este, uno de los que inaugura la andadura de Diana en España, y que sean precisamente Sergi y David los autores que han considerado que estas líneas debían formar parte de su obra. Trabajar con ellos es siempre una experiencia apasionante, un proceso vivo lleno de sincronicidades, apertura y aprendizajes. Este ha sido el caso de la edición de La biología del presente, un camino en el que he sido testigo de cómo todas las personas que han trabajado con el texto, desde su correctora hasta el portadista, se han enriquecido de alguna manera al entrar en contacto con él. La vida nos afecta, nos toca, nos mueve, nos mancha; a veces nos sacude, a veces nos acaricia, y si algo he podido constatar desde que leí por primera vez La biología del presente es que este libro está vivo. La biología del presente se mueve, toca, empuja, acaricia, cosquillea, fluye o sacude, dependiendo del momento vital en el que se lea.
Una de las cosas que más me intriga y me interesa de mi trabajo es ver lo que sucede una vez que los libros se publican y pasan a manos de los lectores. Siempre es un misterio saber si otros ojos van a ver lo mismo que el editor vio en ese autor, en ese texto. Spoiler alert: casi nunca sucede. «No vemos el mundo como es, sino como somos», dejó dicho el filósofo prusiano Immanuel Kant en una frase que parece especialmente pensada para este libro. Y esta es, me atrevo a decir, la belleza y el reto de escribir, de editar, de vivir.
Mientras escribo estas líneas intento imaginar lo que tú, querido lector, verás y sentirás al leer estas páginas. Es imposible saberlo, pero ¿qué fue lo que yo vi en este libro aquel día de agosto en que David puso en mis manos un manuscrito encuadernado en espiral? En mi caso, un camino de baldosas amarillas, un pasaje de ida hacia un cambio de paradigma en el que, sin proponérmelo, de repente me sentía muy cómoda iniciando un movimiento del que no conocía el destino y en el que intuía que no iba a encontrar todas las respuestas. Leerlo, asistir a la conversación entre Sergi y David casi como si esta tuviera lugar ante mis ojos, me proporcionó muchos instantes de autodescubrimiento y, por qué no reconocerlo, de amor y bienestar; la sensación de que algo dentro de mí, ahora, encajaba mejor.
La biología del presente propone un movimiento sutil pero importante, un diálogo entre ciencia y espiritualidad que tiene la virtud de abrirnos la mente y el corazón a infinitas —y alucinantes— posibilidades. Lo que yo vi en este libro fue, sobre todo, la propuesta para vivir de otra manera, una que lo incluye todo y no necesita excluir nada porque dirige la atención de quien así lo decide hacia el instante presente. Una en la que se nos invita a salir del «modo supervivencia» para entrar, si lo deseamos, en «modo presencia». ¿Puede existir mayor libertad que esa? Es un privilegio para mí y me siento infinitamente agradecida por formar parte de este viaje en el que tú ahora te embarcas. Mi deseo es que lo disfrutes tanto como yo. Nos vemos en la Ciudad Esmeralda.
R OCÍO C ARMONA
Editora de Diana
INTRODUCCIÓN
Cuando leo a Michio Kaku —uno de los físicos teóricos más relevantes y uno de los más comentados divulgadores científicos de nuestros tiempos— me invade el mismo sentimiento que experimentaba de pequeño al despertar la mañana del día de los Reyes Magos. Leer acerca de universos paralelos, agujeros de gusano interestelares o teletransportación, presentados como posibles modelos científicos, me recuerda que la ciencia es amiga de nuestra capacidad de mirar más allá de lo que hasta ahora sabemos.
Las preguntas que se hace el doctor Kaku son un desafío a nuestra ciencia clásica y a nuestro conocimiento actual. Preguntas como «¿Por qué recordamos el pasado y no el futuro?» o «¿Existimos dentro del tiempo, o el tiempo existe dentro de nosotros?» son de esas preguntas que solo aparecen en la cabeza de alguien que vive con su corazón abierto a los misterios de la vida —sí, como cuando éramos niños.
Al mencionar corazón y misterio viene a mi mente otra vía de encuentro con el conocimiento. Esta vía es la del autoconocimiento, y se camina a través de una profunda mirada hacia uno mismo. El filósofo, poeta y yogui hindú Sri Aurobindo es un Michio Kaku del autodescubrimiento. Él es quien llamó supramental a un espacio en la consciencia humana que existe más allá de los límites de los mapas de la personalidad. Es a través de este amplio espacio por donde él viaja a las profundidades de la célula y descubre que las células de nuestro cuerpo tienen consciencia propia.
El cuerpo está conformado por trillones de células. Todas ellas están inspiradas por la misma conciencia de vida. La misma conciencia que de igual modo da capacidad a una célula madre para convertirse en una célula renal y que, a su vez, llena de inteligencia tanto el orden de una galaxia como el de los átomos de una molécula de agua.
Soy muy consciente de mi ignorancia, y cada una de las experiencias que vivo en mi vida y que me aportan algo de claridad son en realidad un desafío y un reto para mi intelecto y para mi mentalidad. A lo largo de este viaje a las profundidades de mi desconocimiento he perdido la necesidad de defender mi manera de entender la vida y el mundo que en apariencia me rodea. Cada gota de luz que penetra mi ignorancia, lejos de acercarme a la certeza, me acerca a la humildad.