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Laura Gutman - La biografía humana

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Laura Gutman La biografía humana
  • Libro:
    La biografía humana
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  • Año:
    2013
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La biografía humana: resumen, descripción y anotación

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Una nueva metodología al servicio de la indagación personal. Durante sus más de treinta años de trabajo, Laura Gutman fue organizando una metodología terapéutica innovadora para que cada individuo pueda abordar su propia realidad emocional tomando en cuenta el punto de vista del niño que ha sido; y también para observar la distancia entre su ser interior y aquello que ha sido nombrado o interpretado por la madre o por los adultos a cargo. La biografía humana es un verdadero viaje de autoconocimiento que se establece entre un consultante deseoso de comprenderse más y un profesional sensible y entrenado. Laura Gutman ha transitado un exitoso recorrido como terapeuta y formadora de profesionales. Especializada en las relaciones entre adultos y niños, insiste en que ante cualquier obstáculo o dificultad es prioritario entrar en contacto con la propia sombra, reconocer los mecanismos de supervivencia emocionales, desenmascarar los discursos engañados, organizar la trama vincular completa y reencontrarse con el propio ser esencial. Es por eso que –además de las temáticas referidas a la maternidad– la autora nos ofrece esta metodología al servicio de hombres y mujeres adultos, utilizando casos concretos que ilustran y explican este sistema, de un modo coloquial y ameno.

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D.L

Laura Gutman

La biografía humana

Una nueva metodología al servicio de la indagación personal

Ilustraciones de Paz Marí

Gutman, Laura

Biografía humana. - 1a ed. - Ciudad Autonoma de Buenos Aires : Planeta, 2013.

E-Book.

ISBN 978-950-49-3716-6

1. Autoayuda. I. Título

CDD 158.1

© 2013, Laura Gutman

Ilustraciones de interior: Paz Marí

(www.pazmari.com.ar)

Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Editorial Planeta S.A.I.C

Todos los derechos reservados

© 2013, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.

Publicado bajo el sello Planeta®

Independencia 1682, (1100) C.A.B.A.

www.editorialplaneta.com.ar

Primera edición en formato digital: noviembre de 2013

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-3716-6

Dedico este libro a mis hijos Micaël, Maïara y Gaia

Las psicoterapias en general

En algunas ciudades —como en Buenos Aires y en Nueva York— la fascinación por las terapias psicológicas tuvo un gran auge entre los años 60 y 70. Fue un boom de teorías freudianas, lacanianas, kleinianas, winicottianas y, en menor medida, junguianas. Con otras características y adecuadas a los tiempos modernos, todavía mantienen un halo de virtuosismo. No ha sucedido lo mismo en otras latitudes. En algunas regiones de Europa, el hecho de «ir a un psicólogo» es considerado una vergüenza o algo que compete a los «locos», dentro de una nebulosa de prejuicios confusos. De todas maneras, muchos individuos buscamos ayuda, aunque luego sea algo que no revelamos en nuestro entorno. En los Estados Unidos han surgido sistemas de ayuda más «rápidos», como las terapias sistémicas o cognitivas, y todo un abanico de «coachings», centrado en distintos tipos de «asesoramiento» para las personas que buscamos solucionar problemas, del orden que sean. Quiero decir, vivimos una época en la que los apoyos espirituales y la búsqueda del bienestar circulan más entre las terapias de toda índole que en las palabras de los sacerdotes. No es mejor una cosa que la otra. Supongo que simplemente hacen parte de la organización de las culturas.

Que los individuos busquemos bienestar y comprensión de nuestros estados emocionales es legítimo. El problema aparece cuando los mecanismos utilizados quedan obsoletos y sin embargo en el inconsciente colectivo se mantienen con un alto nivel de popularidad, como si representaran una garantía de éxito en el terreno de la lucha contra el sufrimiento humano. En Buenos Aires «ir a terapia» es algo tan común como ir a la escuela o trabajar. Todos «vamos a terapia». En cualquier conversación amigable, apenas rozamos un tema relacionado con la intimidad, surgirá el comentario: «sí, eso ya lo vi en terapia». Todos escuchamos y aprobamos gestualmente. Sin embargo, ¿qué significa eso? Nadie lo sabe. ¿Qué es lo que «ya vimos»? Misterio. Aunque suponemos que si esa persona, ya lo «vio en terapia», sus problemas se deslizarán por los cauces adecuados para arribar a soluciones estupendas. En estos diálogos en los que todos creemos que hablamos de lo mismo pero cada uno es libre de interpretar lo que se le antoje, damos por sobrentendido que «ir a terapia» es algo bueno, y que ése es un «lugar» en el que resolvemos nuestras penurias. Por otra parte, si alguien se niega a ir —sobre todo si es nuestra pareja— suponemos que nunca podremos arribar a soluciones confiables. Definitivamente, ir a terapia parece ser algo positivo.

Es verdad que consultantes y terapeutas de todas las líneas teóricas tenemos buenas intenciones. Habitualmente hacemos referencia a encuentros amables: nadie nos va a tratar mal cuando vamos «a terapia». No es lo mismo que hacer un trámite burocrático o que ir al banco. No. En general encontramos escucha. Y resulta que el hecho de que alguien nos escuche es como tocar el cielo con las manos. Amamos a nuestro terapeuta porque nos escucha. A veces nos dice algo inteligente. Comparte nuestros secretos. Nos tiene cariño. No nos juzga. Nos da la razón. Nos da unas palmadas en la espalda y confía en nuestras aptitudes. Un placer. Eso es lo que nunca, jamás, ni mamá, ni papá —cuando fuimos niños— ni ninguna pareja —durante nuestra vida adulta— ha hecho con nosotros: aceptarnos tal cual somos y poner en relieve nuestras virtudes. Por lo tanto, pagaremos —en dinero— lo que sea necesario con tal de seguir sintiéndonos bien.

¿Hay algo malo en todo esto? No, al contrario. El bienestar siempre es positivo. Pasa que hemos asumido que el concepto de «terapia» es algo que roza lo sagrado sin saber bien qué es. Es importante definir que este asunto de «ir a terapia» es un desprendimiento de las investigaciones de Freud. Desde inicios del siglo XX, la «psicología» que se estudia en las universidades está basada en Freud. Muy bien. Lamentablemente, una cosa es la teoría —que en épocas de Freud ha sido revolucionaria— y otra cosa muy distinta somos las personas de carne y hueso, viviendo en un período histórico con mucho menos represión sexual que hace un siglo atrás. Hombres y mujeres circulamos hoy con un nivel de independencia y autonomía sexuales impensados hace apenas cien años. Por supuesto, todos sabemos que los sueños son imágenes fehacientes del inconsciente y que ese dichoso inconsciente maneja los hilos de nuestro yo consciente. No hay discusión al respecto.

Ahora bien, quienes estudiamos las teorías psicológicas luego tratamos de hacerlas encajar en la realidad emocional de las personas que nos consultan. Ahí es donde —a mi criterio— hay un abismo entre hipótesis y práctica .

Este encastre forzado siempre me pareció raro. Pero más inverosímil me resulta que tergiversemos las evidencias para que «eso» que teóricamente debería ser coincida con la realidad que se presenta ante nosotros. Atenernos a la teoría mucho más que a la realidad me sorprende. Porque entiendo que las teorías son organizaciones del pensamiento basadas en la realidad, y no al revés .

Las personas que consultamos a un terapeuta solemos quedar subyugadas por las interpretaciones psicológicas, que a mi juicio responden a teorías discutibles y, con frecuencia, prejuiciosas. Suponer que el malestar de un individuo se explica porque el padre lo abandonó cuando era niño no sólo es mentira sino que además es una estupidez. Para arribar a semejante «interpretación» partimos de la «teoría» de que los niños necesitamos una buena figura paterna. Y si no la hemos tenido, zas, luego esos sufrimientos van a estar anclados en esa vivencia infantil. Sin embargo —tal como he descrito en todos mis libros ya publicados—, las cosas suelen ser más complejas. Que los padecimientos y los diversos modos de abandono emocional que hemos soportado durante nuestras infancias van a marcar a fuego nuestra organización psíquica, de eso no hay duda. Lo que discuto es que «eso» que alguien nombró como «sufriente» o «problemático» haya sido efectivamente la causa de nuestros males.

Para ir al grano: los seres humanos somos mamíferos. Nacemos del vientre de una madre . Tenemos un primer período muy crítico que se prolonga bastante tiempo (toda la infancia), durante el cual somos totalmente dependientes de los cuidados maternos . Dependemos de la calidad de esos cuidados. Si son nutritivos, amorosos, afectuosos, abundantes, blandos, permanentes y generosos… nuestra seguridad emocional básica estará garantizada. No influye si hay un padre, cinco padres, ningún padre, veinte tíos, ocho familias, cien tortugas o cuatro elefantes alrededor. No tiene ninguna importancia . El niño pequeño sólo necesita —para su confort y su salud afectiva y física— una madre o una mujer maternante suficientemente amorosa y disponible. Nada más. Absolutamente nada más.

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