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Alfredo Leuco - Cuidate, changuito: Confesiones de padre e hijo

Aquí puedes leer online Alfredo Leuco - Cuidate, changuito: Confesiones de padre e hijo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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    Cuidate, changuito: Confesiones de padre e hijo
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    Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
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    2016
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Cuidate, changuito: Confesiones de padre e hijo: resumen, descripción y anotación

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La política - el periodismo - la familia - las pasiones - las peleas - los costos de enfrentar al poder K - el amor - el fútbol - la amistad.


Una conversación profunda y comprometida entre dos referentes del periodismo nacional. En su mejor momento profesional Los Leuco abren la puerta de su intimidad, nos cuentan su historia y reflexionan sobre la realidad, la política y todos aquellos temas que nos interpelan como sociedad.

«Alfredo Leuco prueba que la paternidad puede ser una de las bellas artes: Diego es su obra maestra. La relación entre ellos resulta completamente subversiva, puesto que pone en tela de juicio la educación operativa y sentimental que ejercimos con nuestros propios hijos.

Desde muy chico, ese hijo desayunaba conversando con su padre las noticias de los diarios. Su propia casa fue una formidable facultad de periodismo. El padre fantasea con retirarse alguna vez del micrófono y ser el productor general de Leuquito.

Un vínculo tan excepcional, una historia tan ejemplar y curiosa, demandaba un libro que narrara por dentro y pausadamente sus entrañables secretos. Aquí está por fin este libro imprescindible.»

Jorge Fernández Díaz

«Que un padre y un hijo se complementen en un mismo espacio laboral no es un hecho novedoso, aunque haya dejado de ser frecuente. Los dos Leuco son, en tal sentido, un auspicioso ejemplo más de lo que aún es posible.

Salta a la vista, en ese hombre diáfano y corajudo que es Alfredo Leuco, la ternura sin impostaciones que le inspira su chango. Poco cuesta imaginar, también, la emoción de ese hijo a quien la vida honró con la admiración de su padre; con la confianza profesional de ese padre que puso en sus manos todo lo que él supo construir. Es que Diego Leuco ha entendido qué significa heredar. Heredar es transformar lo recibido mediante los propios recursos creadores.

Aquellos que estén habituados a verlos y oírlos podrán volver a escucharlos en las páginas de este libro. Aquí palpitan sus voces; esas voces que recorren con lucidez nuestro país en penumbras; esta Argentina que pugna por ingresar al siglo XXI mientras la acosan todavía sus peores anacronismos.»

Santiago Kovadloff

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Alfredo Leuco y Diego Leuco

Cuidate changuito

Confesiones de padre e hijo

La política, el periodismo, la familia, las pasiones, las peleas, los costos de enfrentar al poder, el amor, el fútbol, la amistad

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A mi vieja una flor robada de los jardines de Lugano A Daniela por el - photo 5

A mi vieja, una flor robada

de los jardines de Lugano.

A Daniela, por el amor y el aguante.

D IEGO

A mi familia, que me bancó

en las buenas y en las malas.

A Cecilia, por todo.

A LFREDO

¿QUIÉN LE ENSEÑA A QUIÉN?

por Jorge Fernández Díaz

Alfredo Leuco prueba que la paternidad puede ser una de las bellas artes: Diego es su obra maestra. La esculpió con pasión y paciencia de artista durante mucho tiempo, como Miguel Ángel con el Moisés y con La Piedad, en este caso para completa felicidad y regocijo de la figura cincelada. La relación entre ellos resulta completamente subversiva, puesto que pone en tela de juicio la educación operativa y sentimental que ejercimos con nuestros propios hijos, y el vínculo que conseguimos establecer con ellos ya en la edad adulta.

Alfredo no puede evitar ser un sufriente; Diego es decididamente un gozante. Al mayor, como a muchos de nosotros, su padre le profetizó inicialmente la miseria: su viejo como el mío confundían por buenas razones el periodismo con la bohemia y la vagancia. Sospechado de que iba a ser diletante, vagabundo y pobre, el hijo se reveló contra ese estigma y se transformó entonces en un adicto al trabajo, marca de fábrica muy difícil de borrar.

Diego, en cambio, creció en un hogar donde su padre exudaba éxito y pasión sin límites, y tiene por lo tanto asimilado que vivir es pelear ardorosamente por cumplir los sueños, y triunfar, el resultado de esa deliciosa vehemencia. Alfredo es un sobreviviente de la jungla: ha visto demasiados caídos en su vida y entonces avanza vigilando a las fieras y anticipándose a sus posibles emboscadas; duerme con el rifle al pie de la cama y con un ojo bien abierto. Diego, por su parte, marcha más despreocupado por la selva, haciéndose hermano de la aventura, aunque ha desarrollado reflejos rápidos de supervivencia y sabe que él mismo puede ser tan peligroso como sus enemigos agazapados: se ríe de ellos, duerme a pata suelta.

Desde muy chico, ese hijo desayunaba conversando con su padre las noticias de los diarios, lo acompañaba en viajes o veladas que incluían encuentros con actores y políticos, y oía las reflexiones en voz alta que Alfredo hacía frente al televisor. Su propia casa fue, desde su nacimiento, una formidable facultad de periodismo. Esa es la razón por la que con apenas veintiséis años Diego Leuco posee la madurez de un veterano: parece un periodista que lleva dos décadas en este oficio. Decía Rousseau: “Un buen padre vale por cien maestros”.

Alfredo, sin embargo, nunca fue consciente de estar instruyendo o preparando a un continuador o a un heredero. Más bien pensaba que la profesión era peligrosa y a veces muy ingrata, y deseaba que su hijo se dedicara a otras tareas más salubres. Diego estudió magia, teatro y gastronomía antes de descubrir, a la vuelta de unas vacaciones, que nada le importaba de verdad salvo ser lo que su padre ya era. Aunque a su modo. Ningún gran periodista es sólo un periodista: detrás suele haber siempre una segunda vocación escondida. Algunos periodistas tienen vocación de abogados, de detectives, de economistas o de escritores de novelas. En Leuco grande esa segunda vocación es la política; en Leuco chico, es la conducción radial y televisiva: hacia allí marcha de manera irreductible. Y el padre fantasea con retirarse alguna vez del micrófono y ser el productor general de Leuquito, dándole sin querer la razón a Peter Ustinov: “Los padres son los huesos con los que los hijos afilan sus dientes”.

Para Alfredo, su hijo siempre fue el gran amor de su vida. La conexión con Diego siempre resultó de máxima intensidad y nunca tuvo altibajos; ni siquiera sufrieron los desapegos naturales de la adolescencia. El padre era el ídolo del hijo, y viceversa, algo muy raro de ver en otras familias. Existen dos teorías antagónicas sobre los consejos paternales. Hay quienes piensan que deben inocularles a sus hijos la idea de que sólo serán felices si trabajan de lo que aman. Y otros que, también con buen criterio, sólo quieren que sus hijos encuentren una profesión con la que vivir feliz y dignamente. Para los últimos, una cosa es el trabajo y otra la vida, y está perfecto que no se entremezclen de manera promiscua. Para los primeros, ser y hacer es lo mismo. Alfredo y Diego son en eso casi idénticos: no hay división muy marcada entre el periodismo y la vida privada; más bien una y otra se amalgaman y complementan armoniosamente día y noche. Esto no evita, naturalmente, que la experiencia (ser periodista las 24 horas) se transforme en una obsesión patológica: ambos descienden de Mayor, el patriarca de la familia, farmacéutico jubilado cuya frase más sabia es “lo que no se gasta en champagne, se gasta en remedios”. De manera que celebrar las buenas y conjurar alegremente las malas forman también parte del vademécum personal de este dúo dinámico.

La increíble relación entre ambos sufrió un fuerte salto de calidad cuando Diego Leuco se convirtió también en un periodista de referencia, algo que igualó por primera vez al maestro y al discípulo. Durante años, yo actué como el consejero profesional de Alfredo: fui sustituido hace un tiempo por su propio hijo, que ahora lo mira de igual a igual y tiene una capacidad de análisis extraordinaria. Hoy los Leuco son socios, pero lo más interesante es que ese nuevo estatus no logró borrar el ejercicio de la paternidad: el mejor amigo de Alfredo es su propio hijo; con él habla horas por teléfono, trazan diagnósticos, cruzan informaciones y chismes, sacan conclusiones políticas, se critican, se entretienen. Nadie puede saber, a esta altura, quién enseña a quién.

Bernard Shaw sostenía que “los padres deberían darse cuenta de cuánto aburren a sus hijos”. Los padres de antiguas generaciones tenían muchísimos problemas para entenderse con sus vástagos, incluso para hablarles. Muchos los siguen teniendo, no por aquella tradicional lejanía de antaño sino por la incomunicación del presente, que es una verdadera enfermedad de esta época del vacío. Algunos recurrían a un terrenito común (el fútbol, el cine) para poder desarrollar desde allí esa relación de intimidad y acercamiento. Los Leuco tienen todo un continente en común lleno de montañas, mesetas, llanuras y ríos. Viven juntos en ese vasto territorio.

Un vínculo tan excepcional, una historia tan ejemplar y curiosa, demandaba un libro que narrara por dentro y pausadamente sus entrañables secretos. Aquí está por fin este libro imprescindible.

DOS HOMBRES DE PALABRA

por Santiago Kovadloff

Que un padre y un hijo se complementen en un mismo espacio laboral no es un hecho novedoso aunque haya dejado de ser frecuente.

Los dos Leuco, Alfredo y Diego, son en tal sentido un auspicioso ejemplo más de lo que aún es posible. Es otro, por lo tanto, el rasgo que esa relación tiene de singular y de cautivante para quienes los frecuentamos como televidentes. Y ese rasgo es el de la energía recíproca que se infunden semana a semana, en busca de un diagnóstico elocuente sobre esta Argentina en la que vivimos.

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